REENCUENTRO CON NOSTRA EN UN VIEJO TERRITORIO DE LEONES Y EN POS DE UNA PALABRA
Jacopo Tintoretto: Retrato del rey Segismundo II Augusto, hacia 1570.
Kunsthistorisches Museum, Viena.
«Hay palabras —me dijo Nostra, el profeta de La Prospe, en Territorio de Leones, al terminar el coloquio subsiguiente al convivio en el que casualmente coincidimos la otra tarde— que nos eligen. No te quepa duda la menor, chavalote. No sabemos por qué. Pero un buen día, quizá un poco talmente a deshora, más bien ya “de anochecida”, que diría Claudio, se nos aparecen, se aposentan y fundan lugar y tienda en nuestros gustos; o sea, Oseas, que se nos imponen como título o rótulo o datáfono o consigna de un grito, cagüendiez, incluso como santo y seña para ponerle nombre propio a alguna empresa o batalla por librar, esas quimeras con las que tan a menudo nos entretenemos y torramos y perseveramos, qué sé yo…. El caso es que, verás fierabrás, esas palabras se quedan a nuestro lado con un punto de familiaridad tal, que a veces llegan a confundirse con nuestros nombres más queridos, vaya grima». Dio un manotazo al aire, como si quisiera espantar a algún moscón, y prosiguió ya por completo ensoliquiado, dueño de todo el espacio sonoro y hasta icónico en muchas millas alrededor: «Incluso, fascinantes, hurgonas, hechiceras, esas palabras pueden provocarnos la ilusión de que son de nuestra propiedad, como si su existencia tuviera algo o mucho que ver con nuestra propia vida, si serán pendejas…». Aquí creo recordar que comenzó a embarullarse (‘embulleirarse’ dice él) más de lo habitual y no consigo recordar lo que pude haber entendido. Luego hizo una larga pausa y puede que, de pie y todo como estaba y sin inmutarse, incluso echara una cabezadita. Minutos después, tras un respiro hondo, tal si regresara de quién sabe dónde, juraría que por fin me vio de cerca y me miró, no sé si a los ojos, pero casi, y remató la cháchara: «Desde hace bastante tiempo, pongamos cuatro décadas, una de esas palabras para mí es “territorio”, a menudo con versal inicial, pero también sin ella. Ni que decir tiene que, tanto o más que en el aspecto físico o meramente geográfico, esa palabra se refiere al espacio en el que de verdad vivimos: el lenguaje, ¿capisci? Y, también, a renglón seguido, pero cómo si no, al lugar de la escritura: este ‘territorio de gestos fugitivos’ (aquí me guiñó ostensiblemente un ojo) con el que pretendemos descifrar el mundo. O, al menos, tratar de hacerlo menos salvaje e inhóspito. No sé si lo pillasssssss…». Silbó largamente al final de la última palabra y se quedó como en suspenso. Por esta vez ya no dijo más. Aunque sé bien que no tardará en volver a las andadas.(LUN, 761 ~ Las cosas de Nostra, autofagias)