La piel es la parte de la fruta con mayor concentración de fibra, si bien la pulpa carnosa también es fuente de pectina o fibra soluble.
Este nutriente es esencial en la dieta debido a las propiedades beneficiosas que tiene para el organismo. Además de incrementar la sensación de saciedad, favorece el mantenimiento y el desarrollo de la flora intestinal, contribuye a que la bilis sea más soluble, ayuda a regular el nivel de glucosa y colesterol en sangre, combate el estreñimiento y previene incluso el cáncer de colon.
Su contenido en las frutas puede disminuir de forma significativa al pelarlas. En el caso de las manzanas, se pierde alrededor de un 11% de fibra y en las peras, hasta un 34% o más.
En las frutas que se consumen sin piel, como los cítricos, hay que retirar la cáscara justa para eliminar la menor cantidad posible de piel blanca, ya que es pura fibra.
Respecto a los zumos, resultan más nutritivos cuando se consumen con pulpa, puesto que al retirar la piel ya se pierde bastante fibra.
Pérdida de vitaminas
Las frutas aportan a la dieta cantidades significativas de vitamina C, beta-caroteno o pro-vitamina A y folatos. En general, parte de éstas desaparecen también al pelar las frutas. Los cítricos (naranja, mandarina, pomelo, lima, limón), las fresas, las frutas tropicales (kiwi, papaya, piña, mango, litchi…), el melón, la frambuesa o la manzana son las más destacadas en vitamina C.
La mayor parte se comen peladas ya que su cáscara es demasiado dura, pero no conviene seguir esta práctica en las frutas de piel blanda, como la manzana, sino lavarlas y consumirlas en su estado original. El contenido de vitamina C en estas piezas es de tres a cinco veces mayor que en la pulpa.
Una cuidadosa higiene
Es frecuente pelar las frutas para eliminar impurezas, gérmenes y pesticidas que puedan acumularse en el exterior. Sin embargo, para evitar ingerir residuos es recomendable un lavado meticuloso de las piezas con agua.
Las más pequeñas y delicadas, como fresas o frambuesas, se pueden dejar en remojo unos minutos y escurrirlas. Si se comen frutas grandes como el melón o la sandía, se aconseja lavarlas con abundante agua y frotarlas con un cepillo de uso exclusivo antes de trocearlas.
Con independencia de la fruta que se consuma, conviene lavarse las manos con agua y jabón (mejor si éste tiene también propiedades desinfectantes) antes de tocarlas y hacer lo propio si después se van a manipular alimentos cocinados. Asi se limita el riesgo de posibles contaminaciones cruzadas.