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Las listas de los mejores libros del año en los suplementos de cultura de los periódicos son otra de las tradiciones de la Navidad, como los mazapanes, el partido de la selección catalana de fútbol contra alguna otra selección muy importante del panorama deportivo internacional -creo que este año su rival es el País Vasco- o el escote de Anne Igartiburu (y la capa de Ramón García) en la Puerta del Sol. A título personal, este año no puedo quejarme: mi traducción de Hojas de hierba, de Walt Whitman, aparece en el puesto 13º de los veinte mejores libros seleccionados por El País, y el segundo de los cinco mejores en la categoría de "poesía traducida", detrás de Hasta aquí, de Wislawa Szymborska, de cuyo triunfo me alegro, porque ha sido publicado por una editorial amiga, Bartleby, a la que ciertamente beneficiará este eco tan favorable, aunque como lector me defraude: la Szymborska me ha parecido siempre tediosa y mate. La polaca se lleva seis votos -y Siempre lecturas no obligatorias, otros dos-, mientras que Whitman recibe el apoyo de Jesús Aguado, Winston Manrique Sabogal y Ángel Rupérez: gracias a los tres. (En la lista de El Mundo no se valora la poesía traducida, solo la nacional; y no sé si es porque el periódico no la considera importante, o porque desconfía de que sus críticos sean capaces de valorarla adecuadamente). La comparación de las selecciones de ambos periódicos, los más importantes del país -con sensibilidades e ideologías, por otra parte, tan dispares-, suscita algunas preguntas y no menos asombros. Resulta curioso que la de El País aparezca encabezada por Aquí empieza lo malo, de Javier Marías, detrás de la cual se alinean todos los demás. Si hubiera aparecido hoy, más de uno lo habría considerado una broma propia del día de los Santos Inocentes. También llama la atención -aunque solo hasta cierto punto- que Marías gane de calle en su periódico y ocupe solo el sexto puesto en el de la competencia (y que Landero, por su parte, gane en El Mundo y solo sea octavo en El País). Curiosamente, las preferencias se equilibran en el caso de Javier Cercas, que con El Impostor es segundo en ambas listas, y se invierten en el de Muñoz Molina, otra firma relevante de El País, cuyo Como la sombra que se va solo es décimo en su diario y que, en cambio, alcanza un meritorio tercer puesto en El Mundo. Las editoriales también tienen su clasificación, aunque implícita (al igual que en el mundial de Fórmula 1 hay un campeonato de constructores), y en todas las listas predominan las grandes: Alfaguara, Anagrama, Random House, Seix Barral, Tusquets, Galaxia Gutenberg... Los sellos pequeños o periféricos apenas obtienen premios de consolación en los apartados de novela o ensayo traducidos. Sin embargo, estoy seguro de que, entre la multitud de novelas y libros de relatos publicados cada año por esas editoriales, ocultas, en muchos casos, en rincones provinciales, orgullosamente independientes de las grandes organizaciones del libro, y aferradas solo a su criterio y a su iniciativa, hay muchos que merecerían un reconocimiento igual, o incluso superior, a los títulos publicados por los mastodontes de la edición en España, y ahora premiados por los suplementos con este eco, condicente con la labor publicitaria de aquellos. Y estoy pensando, por ejemplo -aunque Edhasa, donde se ha publicado, no pueda considerarse, en rigor, una editorial pequeña; no obstante, está a gran distancia, en su presencia pública, de los sellos mayores-, en Viento de tramontana, de Sergio Gaspar, cuyo nivel de complejidad y audacia literaria es muy superior a la de cualquiera de los libros ganadores tanto en El País como en El Mundo. En el terreno de la poesía, merece la pena también observar algunos detalles. El ganador en El Mundo, redactor de Cultura de El Mundo, Antonio Lucas, por Los desengaños -que ha sido votado por cuatro de los cinco críticos de poesía consultados; el quinto no lo ha hecho porque está entregado afanosamente al encomio de la poesía experiencial, en la que Lucas no encaja ni con la mejor voluntad de conciliación-, solo obtiene en El País la medalla de plata en la categoría de poesía en español, empatado a votos -dos- con Nocturno casi, de Lorenzo Oliván, y Rosa enferma, de Leopoldo María Panero, y ello gracias a las preferencias de sendos críticos que no suelen reseñar poesía. Los que sí lo hacen han preferido Hoy, de Juan Gelman, que no aparece ni una sola vez en la lista de El Mundo. Más allá, Tánger, de mi amigo Álvaro Valverde, ocupa la segunda posición en El Mundo, con el voto favorable de tres críticos, pero solo es citado por Antonio Ortega en El País. Y me alegra comprobar que algunos electores no se han olvidado de algunos libros que merecen atención: Ángel Luis Prieto de Paula, de Calle Feria, de Tomás Sánchez Santiago (uno de esos autores excepcionales acogidos a colecciones laterales); Ernesto Ayala-Dip, de Limbo, de Agustín Fernández Mallo; Alberto Manguel, de Sobre los ríos que van, de António Lobo Antunes; Antonio Ortega, de La tristeza de las fiestas, de Mariano Peyrou; Antonio Colinas, de Melodías del padre, de José Luis Puerto, y El pulso de las nubes, de Javier Lostalé; y Luis Antonio de Villena, de Temporal de lo eterno, de Raúl Alonso. Las listas son, como he escrito en alguna ocasión en este blog, un dato más en el torbellino incesante de datos que nos asaltan y, a menudo, nos aturden: son reveladoras de una coyuntura, de una provisionalidad, de un estado, más o menos fugaz, más o menos olvidable, de opinión. Sirven para eso: para indicarnos afinidades, pero también intereses, y esta confluencia de factores acaso sea lo más sugestivo que nos ofrezcan. No suponen nada definitivo. Por el contrario, leer las listas de años pasados y comprobar su vigencia hoy es un ejercicio de saludable humildad y de inevitable melancolía. Sin embargo, ofrecen la posibilidad de desentrañar, o, por lo menos, de intuir, en su conjunto azaroso y contradictorio, esa suma de factores -amistades, enemistades, necesidades económicas, conveniencias personales, juicios discretos, proximidades estéticas, favores, presiones empresariales, publicidades, querencias o querellas políticas, olvidos, venganzas, amores frustrados, amores deseados- que vuelven fascinante cualquier elección humana.