Revista Espiritualidad

Las Múltiples Caras de la Verdad

Por Av3ntura

A todos nos gusta sentirnos dueños de la verdad y tratar de imponerla como la única verdad posible cuando los demás nos cuestionan algún detalle o intentan hacernos ver que los hechos que relatamos con tanto convencimiento no pasaron del mismo modo en que los recordamos.

A veces nos olvidamos de que dependemos de nuestra memoria para casi todo y de que esa memoria no es precisamente infalible y acostumbra a caer en el vicio de ser muy selectiva.

Nuestros recuerdos no son fotos fijas de lo que experimentamos, sino cogniciones móviles que se van perfeccionando a medida que recurrimos a ellos, hasta el punto de llegar a recordar lo que nunca pasó y a olvidar totalmente lo que sí tuvo lugar.

La mente humana es así de caprichosa y de peligrosa.

Las Múltiples Caras de la Verdad

Imagen de Pixabay. Podemos decir que la imagen es azul, pero también es blanca, magenta, verde y gris. Todos los colores que la componen son ciertos, pero por sí solos no constituyen la única verdad. Se complementan unos a otros y acaban integrando una sola imagen. Los hechos también se describen a través de las versiones de sus múltiples protagonistas. Dependiendo de su particular ángulo de visión y de todo lo que hayan vivido y asimilado antes de ese hecho, las personas elaborarán su singular verdad. Pero no podemos obviar la del resto. Todas esas verdades segmentadas acabarán integrando una verdad de conjunto, que seguramente ninguno de sus protagonistas será capaz de abarcar, porque implicaría tuviesen un ángulo de visión de 360º y eso, a día de hoy, aún es imposible. 


Una mentira, repetida muchas veces, puede llegar a ser considerada una verdad inmutable, incluso para la persona que la sostiene
. Una verdad silenciada, en cambio, puede permanecer escondida durante mucho tiempo y llegar incluso a caer en el olvido. Porque, para recordar, hay que repetir y, lo que no se repite, se acaba perdiendo en la noche de los tiempos.

Cuando vivimos determinados sucesos y nuestra respuesta ante ellos no es la que nos gustaría haber tenido, tendemos a evitar recordarlos o a explicar verdades a medias, omitiendo nuestra verdadera reacción y sustituyéndola por otras que nos hagan sentir mejor con nosotros mismos. Sigmund Freud denominaba a estas estrategias mecanismos de defensay, gracias a ellos, muchas personas consiguen mantenerse en un relativo equilibrio que les permite seguir con sus vidas sin tener que enfrentarse cara a cara con sus propios fantasmas. Esto es muy común en personas que han sufrido infancias traumáticas, en víctimas de violaciones o en supervivientes de conflictos bélicos. Pero también recurren a este tipo de estrategias las personas que, simplemente, no se sienten a la altura de sus propias expectativas y tienen la necesidad de compensar su falta de coraje o sus escasos reflejos a la hora de lidiar con sus vidas cotidianas con la invención de versiones de sus propias historias que les ayuden a sentirse un poco más dignas.

Hablamos de mentiras piadosas cuando decidimos ocultarle a los que más nos importan una parte de la verdad para evitarles un sufrimiento que creemos del todo innecesario. Pero ese tipo de mentiras, también las utilizamos con nosotros mismos y llega un momento en que, de repetirlas tanto, nuestra mente se las puede llegar a creer y confundirnos con ellas. Llegados a ese punto, si no somos capaces de distinguir lo que es real de lo que no lo es cuando evocamos nuestras propias experiencias, ¿pueden estar seguros los demás de la veracidad de lo que les contemos?

La memoria comienza con un ejercicio combinado de percepción y atención. Pero, ¿hasta qué punto la realidad que percibimos y atendemos puede considerarse objetiva? ¿Acaso no intervienen factores internos del propio sujeto que vive un hecho concreto en la forma como finalmente va a interpretar esa realidad que percibe y atiende?

Hemos podido plantearnos esta cuestión muchas veces ante ejemplos en que un mismo hecho, al ser experimentado por distintas personas a la vez, es recordado de muy distintas formas. Múltiples caras de una misma verdad, porque tras cada una de esas caras hay una mente analizando esa realidad con herramientas distintas. Las versiones pueden coincidir en algunos puntos, pero es muy difícil que encontremos dos testimonios iguales.

A la hora de interpretar lo que vivimos, siempre influye lo que hemos vivido antes del suceso que nos ocupa (interferencia proactiva) y, al recordarlo, puede influir lo que hayamos vivido después (interferencia retroactiva).

En procesos judiciales es muy común que las declaraciones de algunos testigos de un delito o de quienes lo han cometido sufran modificaciones a medida que pasa el tiempo. Bien porque han recordado detalles que, en un principio, con los nervios del momento, habían pasado por alto, o porque sus abogados les han recomendado cambiar sus versiones para resultar más creíbles ante el jurado o ante el juez.

La llamada memoria de testigos es un recurso que se utiliza mucho en los juicios en los que no se cuenta con otro tipo de evidencias que podrían resultar más fiables, como las pruebas de ADN o la existencia de grabaciones de vídeo a la hora de demostrar la culpabilidad del sujeto al que se pretende juzgar. En estos casos, la decisiones del jurado o del juez van a depender de lo que recuerdan los testigos y de la forma como éstos son preguntados por la fiscalía.

La psicóloga Elizabeth Loftus, experta en declarar en juicios rebatiendo precisamente la credibilidad de la memoria de los testigos, es autora de más de veinte libros y alrededor de 500 artículos científicos sobre lo que ella denomina falsa memoria. Ha dedicado años de su vida a investigar diferentes casos en los que ha quedado demostrada esa fragilidad de la memoria y lo fácil que resulta alterarla, simplemente utilizando unas palabras u otras a la hora de preguntarle a un testigo por lo que vio exactamente. No es lo mismo preguntar ¿a qué velocidad circulaba el vehículo rojo cuando se empotró contra el blanco? que¿a qué velocidad circulaba el vehículo rojo cuando se rozó con el blanco? El incidente es el mismo, pero la manera de describirlo difiere mucho. En la primera nos imaginamos un exceso de velocidad considerable, la segunda en cambio concuerda perfectamente con una velocidad normal y un choque fortuito.

Si tenemos en cuenta la subjetividad de nuestra memoria y lo fácil que resulta manipularla, hemos de ser conscientes de que, al declarar en un juicio como testigos le podemos arruinar la vida a otra persona si no somos del todo objetivos en nuestra declaración. Si no somos capaces de desprendernos de los prejuicios y de la información que hemos conocido acerca del sujeto con posterioridad a los hechos que se le tratan de imputar, no estaremos ofreciéndole al jurado ni al juez nuestra verdad, sino la versión de ella que nos resulta más creíble a nosotros mismos.

En ocasiones necesitamos tanto culpar a alguien de lo que nos ha pasado, que nos puede llegar a valer la primera opción que se nos presenta. Y no tenemos en cuenta que a veces lo que parece lo más evidente no es precisamente lo más probable.

En su novela Tú no matarás, la escritora Julia Navarro aborda este tema de la falsa memoria y explica cómo un episodio traumático puede llegar a condicionar toda la vida de su protagonista hasta el punto de confundirla, haciéndola creer que fue un acto de amor con la persona de quien estaba enamorada lo que en realidad fue una violación perpetrada por el tipo que más la asqueaba. La mente de la protagonista de Tú no matarás estaba tan bloqueada tras el suceso que, para no desequilibrarse del todo, eligió olvidarse de la versión real y sustituirla por la versión más deseable. A partir de esa decisión, su vida se convirtió en una especie de huida hacia delante que la llevaría por caminos inciertos en los que no dejaría de buscar una verdad que su propia mente había decidido enterrar.

La memoria es capaz de hacernos vivir engañados toda una vida y de tendernos trampas en las que caemos torpemente una y otra vez. Porque lo que ya está hecho no se puede cambiar por más que intentemos maquillar su aspecto cada vez que lo rescatemos para tratar de recrearnos en un pasado que nunca nos dignamos a recordar tal como fue. Idealizamos nuestros recuerdos igual que idealizamos nuestros deseos para el futuro. Y nos olvidamos del presente, el único tiempo que de verdad nos pertenece y el único que tenemos capacidad de cambiar y mejorar. ¿Qué más da lo que hicimos ayer ni cómo lo hicimos? Lo que cuenta es lo que estamos haciendo hoy y quienes somos ahora mismo.

  

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749


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