La estrategia de cansar a la burra sirvió para ganar la guerra fría. Pero desde el 11S leemos a expertos en los dominicales hablándonos de un nuevo tipo de guerra: menos Genghis Khan y más Curro Jiménez. Las probabilidades de que dos ejércitos modernos y profesionales se enfrenten son muy bajas (vaya nuestro agradecimiento al flujo comercial internacional). Las lecciones aprendidas en Afganistán e Irak nos informan de que las campañas largas de ocupación no tienen mucho futuro. Estados Unidos está aprendiendo una lección en el uso de su fuerza militar como herramienta de diplomacia: la fuerza multinacional.
Es hora de que más países se impliquen en misiones internacionales. Esta idea no sólo supone una agradecida reducción del presupuesto militar sino que es un mecanismo para aumentar la estabilidad y el encarrilamiento de los países que decidan compartir gasto y prestigio en estas misiones. Pienso por ejemplo en países americanos y norteafricanos con condiciones óptimas para poder contribuir al esfuerzo de defensa multinacional. Está claro que una nueva política de defensa tiene implicaciones en la política interna de los países, pero la política de defensa al no estar tan ideologizada ni ser tema cortoplacista, ayuda a formar mayorías y establecer una comunicación entre diferentes agentes políticos que pueda dar lugar a consensos en otras áreas. Esto se ve claramente cuando a España la meten en la OTAN (junto a la integración europea, el otro gran objetivo de la dictadura franquista que culminó en el régimen posterior).
-Abuelo, ¿fuiste un héroe en la guerra?
-No, pero serví en una compañía de héroes.
La historia contemporánea de las relaciones internacionales es la historia de la implicación de unos países en los asuntos internos de otros. Si nos podemos quejar de algo es de que esta implicación suele llegar cuando el daño ya está hecho. Pero esto no quiere decir que la idea sea mala: los países aliados tienden a ser menos propensos al aventurismo y los baluartes de la tiranía saben que hay líneas rojas. En definitiva, un orden internacional más estable, donde es más dificil ser un tirano.
«Soy la espada en la oscuridad. Soy el vigilante del Muro. Soy el fuego que arde contra el frío, la luz que trae el amanecer, el cuerno que despierta a los durmientes, el escudo que defiende los reinos de los hombres».
Se puede objetar que una alianza militar no garantiza que se tomen decisiones adecuadas, y ahí tenemos a los tanques del Pacto de Varsovia destrozando Budapest y Praga. Sin embargo, hablamos aquí de alianzas entre países que cumplen ciertas normas de urbanidad. A día de hoy, solamente tiranías como Rusia y China usan a su ejército para provocar a sus vecinos y como instrumento de su política interior. Son precisamente estos países los que colocan en un altar la soberanía e independencia de terceros. El resultado de esto lo vemos en Cuba y Corea del Norte.La libertad hay que defenderla y sale más barato defenderla junto a otros que también la apoyen. Aunque ciertamente sería un error escatimar en el precio de tu manguera si ves que la casa del vecino está ardiendo. Hablo de alianzas militares internacionales (uno más de los instrumentos diplomáticos que existen, y normalmente el único que entienden los tiranos) y de ciertos objetivos mínimos compartidos. No hablo de esa fantasía de los Derechos Humanos (¿dónde está el Tribunal Humano? ¿Dónde la Fiscalía Humana?) sino de una doctrina común, que obligue a comprometerse a los países implicados y que envíe un mensaje a los tiranos del mundo: vuestras horas están contadas porque el tiempo de los faraones ha pasado y si en tu país fabrican una bomba que meten en mi país, lo que sucede en tu país afecta a la seguridad de mis ciudadanos y no habrá agujero en la tierra donde te puedas esconder porque mis amigos son más fuertes que los tuyos.