Revista Cultura y Ocio

Las peshmergas de Rojava y la revolución kurda

Publicado el 08 febrero 2015 por Benjamín Recacha García @brecacha
Guerreras kurdas

Las mujeres kurdas luchan por la libertad de su pueblo en Kobane.   Foto: http://www.tercerainformacion.es

Imagino que buena parte de la humanidad tiende a considerar su entorno como lo normal, lo válido, lo que no se puede ni, seguramente, vale la pena cambiar. Somos, en general, egocéntricos y, por tanto, no solemos pensar en cómo viven las personas en otras zonas del planeta. Bueno, sí, tomamos conciencia de realidades terribles cuando informan los medios de comunicación, ya sea por una catástrofe natural, un accidente o las malditas guerras. Pero nuestro grado de atención disminuye en cuanto esas realidades dejan de ser noticia.

Ese método de informarnos sobre lo que pasa en el mundo acaba dibujando escenarios muy sesgados que desembocan en los típicos tópicos: en Oriente Medio todos son fanáticos religiosos que se matan en nombre de un dios u otro, en el África subsahariana (como si pudiera englobarse el gigantesco continente en una simple etiqueta geográfica) son todos unos muertos de hambre que agonizan entre moscas y basura, los chinos son como robots sin emociones que sólo trabajan, en Latinoamérica la gente se pasa el día bailando, jugando al fútbol y cayendo bajo el yugo de los populismos baratos (en España la prensa tiene una especial obsesión por Venezuela), los alemanes son todos unos cabezas cuadradas que odian a los zánganos del sur… En fin, que podría escribir párrafos y párrafos con ejemplos absurdos.

De vez en cuando aparece en algún medio una noticia aparentemente insignificante, pintoresca si se quiere, que ocupa ese espacio privilegiado gracias a que está relacionada con algún tema de moda, y si se rasca un poco en la superficie lo que acaba apareciendo resulta realmente fascinante.

El autodenominado Estado Islámico ha irrumpido en la escena mediática internacional gracias a la crueldad infame con que trata a sus víctimas. El terror vende mucho en los medios, y los Estados occidentales no necesitan demasiadas excusas para aumentar los métodos de control de la población en nombre de la seguridad y la salvaguarda de la democracia y la libertad (¿?). Lo que quiero decir es que organizaciones terroristas como el EI son usadas por los gobiernos occidentales como justificación a su forma de ejercer la política: “Amenazan nuestro modo de vida, nuestra libertad. Lo que tenemos aquí es el único modelo válido. Todo lo demás es fanatismo y caos”.

Es evidente que nadie en su sano juicio quiere lo que representa el terror del EI, una organización que supuestamente defiende los postulados del Islam, pero que en realidad no es más que un grupo fascista que pretende imponer el pensamiento único sirviéndose de una violencia extrema.

No me veo capaz de explicar su origen, ni los motivos de su avance en Oriente Medio. Los medios de comunicación les dedican horas y páginas, y se las dedican a los movimientos de la comunidad internacional para enfrentarlos y para prevenir sus atentados en Europa. Se nos ha transmitido la idea de que se trata de un grupo poderoso, muy bien preparado y excelentemente armado, cuyo avance imparable es una de las peores amenazas que se ciernen sobre el mundo libre.

No lo pongo en duda. La existencia de tales monstruos no puede dejar tranquilo a nadie. Pero resulta que en ese mismo territorio donde el EI impone el terror existe un antídoto de cuya existencia apenas se han hecho eco los medios.

Hace unos días es probable que os llamara la atención la liberación de la ciudad siria de Kobane, fronteriza con Turquía. Ya sabéis que en Siria se está desarrollando una cruenta guerra civil con varios protagonistas y mucha confusión. Lo único que está meridianamente claro es que la población del país está siendo masacrada ante la mirada imperturbable de la comunidad internacional. Son ya más de 210.000 los muertos contabilizados oficialmente (el dato real es probablemente mucho peor) y 3,73 millones de refugiados. El Estado Islámico ha aprovechado el caos para avanzar por buena parte del territorio, hasta que se ha topado con la resistencia del pueblo kurdo.

Los kurdos, entre 55 y 60 millones de personas, se distribuyen por varios países de la zona: Turquía, Irán, Iraq y Siria. En Siria consiguieron en 2012 el control de la zona norte, declarando la región autónoma de Rojava, que comprende las provincias de Kobane, Cezire y Efrin. El avance del EI puso en verdadero peligro la autonomía kurda, y, de hecho, aún lo está, a pesar de la victoria épica en Kobane, tras cuatro meses de batalla sin cuartel que han dejado la ciudad devastada.

¿Por qué llama la atención lo ocurrido en este pequeño territorio? Pues porque los salvajes fanáticos del EI han sido derrotados por un ejército compuesto en su mayor parte por mujeres, la ‘Unión de Mujeres Libres’ (YJA). Mujeres kurdas, libres, guerreras, que luchan por mantener su libertad y, sobre todo, por la libertad de sus hijas. Y aquí viene lo que para mí es más significativo de todo: en Rojava se está llevando a cabo una verdadera revolución popular cuyo objetivo no es crear un nuevo Estado sino consolidar la emancipación de todo un pueblo.

No conocía nada sobre los kurdos más allá de que se trata de un pueblo históricamente oprimido y olvidado, uno más, especialmente en Turquía e Irak, y que la organización política que lo representa internacionalmente, el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), está considerado un grupo terrorista por una parte significativa de la comunidad internacional, incluyendo, por supuesto, a Turquía y Estados Unidos.

Las fotos de las guerreras de Kobane me despertaron la curiosidad y he leído varios artículos y entrevistas de lo más interesantes. Lo que ocurre en Rojava constituye una amenaza tan peligrosa para Occidente como el propio Estado Islámico. No porque las peshmergas (“aquellos que enfrentan la muerte”) pretendan atentar en Europa ni mucho menos invadirla, sino porque en aquel territorio está llevándose a cabo una experiencia exitosa de anarquismo. Los pueblos se organizan de forma asamblearia; los servicios son gestionados por los propios ciudadanos; existe paridad en todos los organismos políticos e institucionales, que, en cualquier caso, quedan supeditados a las necesidades y decisiones de la comunidad; y no existe ningún tipo de autoridad religiosa, si bien la libertad de culto está garantizada.

Éstas son algunas de las cosas que me han llamado la atención. Es evidente que se trata de un territorio relativamente pequeño y que se encuentra en una situación de excepción, pues debe combatir, por un lado, la agresión de los salvajes fundamentalistas y, por otro, el aislamiento al que les somete el reaccionario gobierno turco. Pero lo que se está produciendo en Rojava supera lo anecdótico, por mucho que haya que bucear en Internet y acudir a medios alternativos para obtener información detallada.

Para Occidente supondría una indeseable amenaza la difusión y, quién sabe si el peligro de contagio, de un sistema social que repudia el capitalismo. Si están tratando de ahogar por todos los medios una propuesta moderada como la de Siryza en Grecia, no quiero imaginar qué harían ante la posibilidad de que un Estado moderno recurriera a la autogestión. ¿Anarquismo en el siglo XXI? ¿Y funciona? ¿Y en Oriente Medio? Pues sí. Está pasando, y lo están haciendo posible, sobre todo, las mujeres kurdas. Porque la de Rojava es, por encima de todo, una revolución femenina.

Para los milicianos del Estado Islámico no existe una pesadilla peor que ser derrotados por mujeres armadas. Las consideran seres inferiores y, según sus creencias, morir a manos de una de ellas los condena a arder por siempre en el fuego del infierno. Bueno, pues algunos miles ya lo estarán haciendo.

“Tenemos lo único que nadie te puede dar. Tenemos nuestra libertad. Vosotros no. Sólo nos gustaría que hubiera alguna manera de que os la pudiéramos dar”. Es lo que le dijo una de esas mujeres valientes al activista estadounidense David Graeber durante la visita que realizó hace unos meses a Cezire cuando éste se disculpó por no haber podido llevar mejor ayuda.

Graeber es anarquista. Su visión seguramente no es muy objetiva, pero os recomiendo la lectura de la entrevista publicada en Iniciativa Debate. Me quedo con dos fragmentos de los muchos destacables:

“Creo que mucha gente en la izquierda internacional, incluyendo a la izquierda anarquista, en realidad no quiere ganar. No se pueden imaginar que pueda darse realmente una revolución y, secretamente, ni siquiera la quieren, ya que significaría compartir su club guay con la gente común; ya no serían especiales”.

“Los capitalistas han realizado un gran esfuerzo en estos últimos 30 o 40 años para convencer a la gente de que los actuales acuerdos económicos –ni siquiera el capitalismo, sino esta forma peculiar de capitalismo financiero semi-feudal que tenemos hoy– es el único sistema económico posible. Han puesto más esfuerzo en eso que en crear un sistema capitalista global viable. Como resultado, el sistema se está desmoronando a nuestro alrededor justo en el momento en que todos han perdido la capacidad de imaginar otra cosa. Bueno, creo que es bastante obvio que, en 50 años, el capitalismo que conocemos, y probablemente de cualquier tipo, habrá desaparecido. Otra cosa lo habrá reemplazado. Ese algo podría no ser mejor. Podría ser peor. Me parece, por esa misma razón, que es nuestra responsabilidad, como intelectuales, o como seres humanos razonables, al menos intentar pensar a qué se podría parecer ese algo mejor. Y si hay gente tratando de crear esa cosa mejor, es nuestra responsabilidad ayudarla”.

Recomiendo otros dos artículos para ampliar la información sobre lo que ocurre en Rojava: ‘Las mujeres que expulsaron al Estado Islámico de Kobani’, publicado también en Iniciativa Debate, y ‘¿Por qué se habla de la “revolución kurda de Siria”?’, de Jordi Vàzquez, publicado en ‘El Periódico de Catalunya’.

Siempre vale la pena rascar en la superficie.


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