No he abrazado a autores porque tuvieran ciertas virtudes o congenialidades; los he hallado por obra de la fortuna, y sus virtudes han aparecido entonces. El lector intermitente y errático, el lector que lee por curiosidad, impulso o vicio y no por profesión, suele toparse con este tipo de sorpresas felices e inexplicables. Por más que digan los psicosociólogos, en los contactos humanos no existen leyes: no hablo únicamente de la relación autor-lector, sino de todas. Como químico, siendo experto en las afinidades entre elementos, me siento un inútil ante las afinidades entre individuos. En este terreno, todo es verdaderamente posible; basta pensar en ciertos matrimonios improbables y duraderos, en ciertas amistades asimétricas y fecundas. No puedo evitar citar de nuevo a Rabelais (al que soy fiel desde hace cuarenta años sin que me parezca mínimamente a él y sin saber por qué): su Pantagruel, gigante, generoso, riquísimo, noble, sabio y valiente, encuentra por casualidad a Panurgo, flacucho, pobre, ladrón, cobarde, mentiroso, conocedor de todos los vicios; lo tendrá por compañero en todas sus aventuras y lo amará siempre. Evidentemente, se trata de las “razones del corazón” de las que hablaba Blaise Pascal, que respeto, que admiro, que me sorprende, pero entorno a las cuales he dado vueltas en vano, como en torno a determinadas cumbres inaccesibles de las Grigne.
Debo, además, constatar que mis amores más profundos y duraderos son justamente los menos justificados: Belli, Porta, Conrad. En otros casos, el desciframiento es más fácil. Entran en juego la proximidad profesional (Bragg, Gattermann, Clarke, Lucrecio, el siniestro autor desconocido de la Specification ASTM sobre los escarabajos), el amor compartido por el viaje y la aventura (Homero, Rosny, Marco Polo y otros), un lejano parentesco hebraico (Job, Mann, Babel, Shalom Alechem), un parentesco más estrecho con Celan y Eliot, la amistad personal con Rigoni Stern, D’Arrigo y Langbein, que hace que sienta (presuntuosamente) sus escritos como casi míos, y me guste hacerlos leer a quien no lo haya hecho todavía. La novela de Roger Vergel constituye un caso aparte: creo que tiene un valor intrínseco, pero su importancia para mí deriva de razones privadas, cargadas de simbolismo, pues la leí el 18 de julio de 1945, día en que esperaba morir.
Primo Levi
Prefacio a La Búsqueda de las raíces
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