Ana Lacruz luce una alianza en su mano izquierda. Se casó el pasado 22 de octubre. Con Cristo. A sus 43 años, esta pianista profesora de Conservatorio ha sido consagrada como virgen seglar, una orden casi desconocida de mujeres laicas y castas que entregan su vida a Dios y al servicio de la Iglesia.
Desde el más profundo respeto a la fe católica, e igualmente desde la admiración de la entrega de la que numerosos religiosos y seglares hacen gala, no dejo de encontrar un cierta desconfianza en Dios. ¿Como un ser infinitamente bueno y misericordioso, es capaz de concedernos órganos sexuales, raciocinio para su utilización y después, considerar una ofensa hacia El su normal utilización?. Era comprensible en la antigüedad, para preservar las enfermedades de transmisión sexual, causa de niños enfermos que restaban fuerza a los futuros ejércitos, sustentados siempre en el número y capacidad física de los combatientes. Desde entonces discurrieron más de dos mil años, y estamos lejos de la Edad Media, cuando todavía se dirimían las diferencias a mamporrazo limpio. ¿Es necesario en el siglo XXI exigir castidad a los religiosos?. ¿No se trata de un anacronismo?. ¿Mantener relaciones sexuales impide una vida entregada a Cristo?. Estoy casi seguro de que sesudos teólogos pueden contestar estas simples preguntas, pero cualquier respuesta posible se aleja de la fisiología humana, queramos o no queramos, y por mucha teoría filosófica que aparezca sobre la mesa. San Agustín, en su castidad, sufría poluciones nocturnas que atribulaban su espíritu. ¿Como Dios, infinitamente sabio permite el sufrimiento de un aventajado discípulo por una reacción natural del cuerpo?. Admiro la vida entregada a Jesús y a la sociedad de estas tres mil mujeres en el mundo; admiro la caridad cristiana en el sentido de amar al prójimo como a uno mismo, pero debo diferir del anacronismo que representa la castidad, que no deja de ser otra forma de esclavitud sexual.
