‘le week-end’: la tercera edad de la ironía

Con sorna e ironía, las desgracias son menos desgracias. Ésta es la terapia que ofrece Le week-end, con muy buenos resultados aunque con una estructura ya conocida pero aún no desechad. Porque sigue funcionando cual máquina bien engrasada y más aún con unos actores con una conexión tan brillante como éstos: Lindsay Duncan y Roger Michell (El atlas de las nubes, 2012).

Un matrimonio decide volver a París para celebrar su trigésimo aniversario de bodas. En la capital parisina fue donde vivieron su luna de miel y donde pretenden, en sólo un fin de semana, recuperar las ganas de vivir en pareja, de conocerse y de amarse como al inicio de su relación. En definitiva, volverán al lugar donde todo empezó pero con una perspectiva de vida muy diferente: hijos, amigos y manías se cruzarán en su camino. Con una fascinante -y clave- aparición de Jeff Goldblum (Jurassic Park, 1993), se producirá la detonación de rencores y errores pasados. Ella, independiente y sarcástica; él, perdidamente enamorado y dependiente.

Con un telón de fondo como París y un guión extremadamente equilibrado que hace una genial visita turística por las causas y consecuencias de las largas relaciones de pareja, el director de Notting Hill, Roger Michell, consigue una mezcla fabulosa que va desde la risa hasta la pena pero nunca toca el aburrimiento. La fotografía no hace más que elevar el tono romántico de la historia, a veces un poco escaso en contexto, pero que, usada como historia secundaria, acompasa a la perfección a los dos protagonistas.

Una banda sonora que ha sabido dejar hueco para el silencio y para los homenajes a la Nouvelle Vague no hace más que destacar unas actuaciones brillantes que sólo dejan ganas de más. Una pequeña delicia de cinta que no debería quedarse exclusivamente para aquellos que se identifiquen con lo personajes, sino para todos los que guarden en su interior un poco de sarcasmo y sepan entender la paradoja del amor.