Empecé mayo con un tebeo. Nieve en los bolsillos de Kim. Me lo regalaron por mi cumpleaños y cuando vinieron mis hijas de Madrid, les pedí que me lo trajeran. De Kim ya había leído sus colaboraciones con Altarriba: El ala rota y el arte de volar pero creo que este me ha gustado mucho más. En este tanto el dibujo como la historia son suyos porque cuenta una etapa de su vida, cuando de estudiante, antes de irse a la mili se marchó a Alemania a trabajar. El retrato de la gente que conoce, las historias de otros emigrantes mucho más trágicas que la suya, las amistades creadas hasta casi formar una familia, la amabilidad de muchos alemanes y la añoranza por lo dejado atrás están muy bien retratadas. A pesar de que el dibujo de Kim tiene un toque feísta creo que aquí, por la distancia a la historia y el cariño y la nostalgia con que la recuerda, tiene un toque mucho más cálido que en las colaboraciones con Altarriba. Me ha gustando también el toque que tiene a Vente a Alemania, Pepe.
El grueso del mes lo he pasado viviendo entre las paredes del edificio situado en la calle Simon-Crubellier numero 11 de Paris. La vida, instrucciones de uso de George Perec llevaba un año esperando turno en mi mesilla y me pareció que ahora era buen momento.
Esta novela de Perec está considerada una obra maestra y se echáis un vistazo a wikipedia podéis ver todos los intringulis de su escritura, cómo están organizados los capítulos siguiendo los movimientos del caballo en el ajedrez, las limitaciones que él mismo se impuso influido por el grupo literario Oulipo y demás pero para leerla no hace falta conocer nada de eso. La vida, instrucciones de uso es el sueño de un vecino cotilla. Se construye como un recorrido por todo el inmueble: cada piso, cada sótano, cada buhardilla, la escalera, el cuarto de ascensores, la portería, todo se cotillea hasta el más mínimo detalle. Es 13 Rue del Percebe en el tiempo y el espacio y, a la vez, es una viaje alrededor del mundo y recorriendo toda la historia.
Da la sensación d que Perec quiso demostrarnos que la vida es inabarcable en una obra de arte y que cada detalle es importante (jamás en mi vida he leído más descripciones de bases de lámparitas de mesilla). Cada inquilino tiene su historia y los muebles que le acompañan, los cuadros de las paredes, la historia de los libros que lee, las comidas que prepara, las obsesiones que le acompañan, el trabajo que desempeña pero, además, en esa casa en la que vive están también las historias de los que vivieron antes que él y las del edificio como ente, como mundo, como universo.
Cuando andaba entre todas esas vidas me sentía como escuchando el podcast Rabbit Hole (del que ya hablaré en su momento). Entras en uno de los pisos y caes en un agujero, en una espiral de detalles e historias que te hacen girar y girar perdiendo pie y referencias. En esta sensación de lectura me ha recordado también a la que tuve leyendo La Broma Infinita de David Foster Wallace, la sensación de tener que dejarte llevar por el autor, tratando de asirte a lo que puedas pero sabiendo que estás a su merced, que juega contigo.
Coge un objeto de tu casa, descríbelo hasta el más mínimo detalle, cuenta la historia de ese objeto, de cómo llegó a tu casa, quién lo tuvo antes, quién era esa persona, o la historia de quién lo fabrico y la de quién lo inventó y los problemas de la persona que lo inventó y las raices de la inspiración para crear ese objeto y como fue el primero y así hasta el infinito. Eso es La vida, instrucciones de uso. No se me ocurre mejor manera de explicarlo.
Acotamos las historias que contamos, que pintamos, que filmamos para hacerlas inteligibles, para creernos que podemos abarcar la vida, que podemos comprenderla.
¿Hay que leer La vida, instrucciones de uso? Sí pero aviso de que es un ocho mil.
Casi rozando el final de mes llegó Delibes y Mi querida bicicleta. A mediados de mes, hice un pedido a la librería Primera Página de Urueña (podéis escribir a Tamara y os envía cualquier libro) y llené mi mesilla de Delibes. Éste me llamó la atención desde el primer momento porque es un breve librito con ilustraciones y después del revolcón con Perec necesitaba algo tranquilo.
Delibes dedica esas breves páginas a contar su relación con la bicicleta desde que aprendió a montar ayudado por su padre que básicamente lo que hizo fue lanzarle a pedalear y dejarle dando vueltas al jardín hasta que aprendió bajarse él solo hasta las hazañas de sus nietos subidos a una bici. Su juventud en Valladolid esquivando a la policia local, sus escapadas al campo, sus visitas a su novia gracias a la bici.
La bici como compañía en todas las etapas de su vida, asociada a sus recuerdos, a sus seres queridos, a sus lugares. Me ha gustado mcuhísimo y me ha recordado a las distintas bicicletas que he tenido a lo largo de mi vida, desde la primera BH roja con ruedines que me trajeron los reyes cuando tenía 6 años hasta la plegable que me regaló El Ingeniero y que está pendiente de arreglo en el garaje.
Me identifico mucho con esto: "Hay cosas que parecen sencillas , pero no basta una vida para aprenderlas". Él habla de arreglar un pinchazo con los desmontables pero yo podría aplicarlo a un montón de cosas.
Terminé mes a lo grande, leyendo El Camino también de Delibes. ¿Qué puedo decir de esta novela que no suene a libro de texto, a repetido, a obvio? ¿Qué se puede decir de una historia que empieza así?
«Las cosas podrían haber acaecido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así.»
En El camino está todo:la amistad, la familia, el amor, la envidia, la compasión, la felicidad, el miedo, la tristeza, la muerte, el vértigo existencial.
«-Bueno, pues es lo que te digo. Si una estrella se cae y no choca con la Tierra ni con otra estrella ¿no llega al fondo? ¿Es que ese aire que las rodea no se acaba nunca?
Daniel, El mochuelo, se quedó pensativo un instante. Empezaba a dominarle también a él un indefinible desasosiego cósmico».
En El Camino está hasta la perfecta definición de lo que nos ocurre ahora:
«Pero a Daniel, El Mochuelo, nada de esto le casuó sorpresa. Empezaba a darse cuenta de que la vida es pródiga en hechos que antes de acontecer parecen inverosímiles y luego, cuando sobrevienen, se percata uno de que no tienen nada de inextricables ni de sorprendentes. Son tan naturales como que el sol asome cada mañana, o como la lluvia, o como la noche o como el viento».
Y la conciencia del paso del tiempo que no volverá nunca:
«Le dolió que los hechos pasasen con esta facilidad a ser recuerdos; notar la sensación de que nada, nada lo que pasado podía reproducir. Era aquella una sensación angustiosa de dependencia y sujeción. Le ponía nervioso la imposibilidad de dar marcha atrás el reloj del tiempo y resignarse a saber que nadie volvería a hablarle, con la precisión y el conocimiento con que el Tiñoso lo hacia, de los rendajes y las perdices y los martines pescadores y las pollas de agua».
Corred a leer El Camino.
Y con el regusto de Delibes aún en la memoria y encarando el que va a ser uno de los veraneos más largos de mi vida, hasta los encadenados de junio.