Al lío.
Empecé el mes yendo a la exposición de Delibes en la Biblioteca Nacional, un plan que recomiendo mucho porque además de ser preciosa y muy emocionante es un sitio muy seguro a efectos de pandemia: hay poquísima gente. En una de las vitrinas de la exposición estaba el manuscrito de Viejas historias de Castilla-La Vieja y una primera edición que Delibes dedica a su mujer y sus hijos y en la que dice que es su libro favorito. Al salir de la exposición, allí mismo, compré un ejemplar. ¿Qué nos cuenta aquí Delibes? Las viejas historias a las que hace mención el título son las historias, llenas de recuerdos y personajes, que Isidoro se cuenta a sí mismo mientras vuelve a su pueblo cuarenta años después de salir de él. Se marchó porque no quería ni estudiar ni trabajar en el campo y ahora vuelve completando el círculo de la vida y siendo recibido por el mismo personaje, Aniano, y teniendo casi la misma conversación que tuvo hace cuarenta años. Este círculo es la metáfora perfecta de lo que para Delibes significa la vida rural: aunque todo cambie, aunque los pueblos se vacíen o se modernicen, en ellos tú siempre eres el mismo y las sensaciones que te provocan son siempre iguales.
Viejas historias de Castilla-La Vieja es un libro sencillo, lleno de campo, de pueblo, de lugares seguros aunque sean áridos y para el ajeno puedan parecer incluso hostiles. El libro destila el mismo amor de siempre por el campo y leyéndolo tenía ganas de huir a Soria, a Valladolid, a Zamora y caminar por el páramo con el viento frío en la cara bajo un cielo inmenso sabiendo que siempre puedes volver a casa.
«Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí ni uno solo testigo de nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas del futuro.»
Yo no soy de pueblo pero para mí, La Peñota, Siete Picos, El Pico de la Golondrina, Puente Verde, El Roto, Montón de trigo son referencia que se mantienen intactas, como algunas casas, como las historias que contamos sobre nuestra infancia y la de nuestros padres y nuestros abuelos antes que nosotros.
En el mismo volumen aparece también un relato corto sobre caza, en el que un trasunto de Delibes, El cazador charla con El Barbas sobre las vicisitudes de la caza de la perdiz roja. Un diálogo lleno de sencillez que huele a campo, a tomillo y salvia.
«—Antaño las perdices se cazaban con las piernas, ¿es cierto esto, jefe o no es cierto?—Cierto, Barbas.
—Hoy basta con aguardar.
—¿Y sabe quién tuvo la culpa de todo?
—¿Quién, Barbas?
—Las máquinas.
—¿Las máquinas?
—Atienda, jefe, las máquinas nos acostumbrado a tener lo que queremos en el momento en el que lo queremos. Los hombres ya no sabemos aguardar.
—Puede ser.
—¿Puede ser? El hombre de hoy ni espera ni suda. No sabe aguardar ni sabe sudar. ¿Por qué cree usted que va hoy tanta gente al fútbol ese?
El Cazador se encoge de hombros.
—Porque en la pradera hay veintidós muchachos que sudan por ellos. El que los ve, con el cigarro en la boca, se piensa que él también hace un ejercicio saludable. ¿Es cierto o no es cierto?
—No lo sé, Barbas.»
Leed a Delibes, os sentiréis mejor.
Llevaba meses pensando en releer Los anillos de Saturno de W.G. Sebald. Era uno de esos libros de los que tenía más que un recuerdo, la sensación de haberlo disfrutado mucho. Sabía que en su día me había sorprendido como un libro diferente, con muchas capas, con una manera de narrar que no se parecía a nada de lo que hasta entonces yo había conocido. Llegó este octubre raro y con él, el momento de reencontrarme con estos anillos. Al abrirlo encontré la fecha "Agosto de 2001", yo tenía otra vida que estaba a punto de abandonar al casarme, era otra persona muchísimo más joven y era otra lectora, muchísimo más inexperta y con muchos territorios aún sin explorar.
Recordaba que Sebald caminaba por una zona de Inglaterra, que ha resultado ser Suffolk, y contaba historias. Tenía un vago recuerdo de alguna de ellas, como la visita a la mansión señorial venida a menos de la familia Fitzgerald y alguna cosa más. Como he dicho antes, yo era joven y ahora lo he leído mejor porque algunas de las referencias, personajes o acontecimientos han llegado a mi vida entre aquel lejano 2001 y el año de la pandemia y ese conocimiento me ha hecho apreciar mejor este ensayo de un paseo. Además, el libro está cargado de una nostalgia por un pasado que ya no volverá y que creo que es imposible de apreciar y medir cuándo tienes veintiocho años. Sebald en sus paseos nos lleva a Suffolk pero también nos traslada al pasado de la mano de personajes que recuerda y con los que se funde, dejando que ellos hablen por él. De ahí la sensación que yo recordaba haber tenido de que este libro era un viaje más imaginario que real, no sabía entonces que llega un momento en la vida en que tus recuerdos, las cosas que has aprendido, los libros que has leído, las películas que has visto, la música que has escuchado, los cuadros que te han emocionado, te acompañan como compañeros reales haciéndose un hueco mental en tus recuerdos y en tu manera de pensar. El viaje de Sebald no era imaginario, era y es un viaje por su cabeza.
«Y ahora nada más y nadie, ningún jefe de estación con gorra de uniforme reluciente, ningún empleado, ningún carruaje, ningún huésped, ninguna partida de caza, ni caballeros en tweed indestructible, ni damas en elegantes trajes de viaje. Una décima de segundo, pienso a menudo, y se ha acabado toda una época.»
Me temo que eso nos está pasando a nosotros y todavía no nos hemos dado cuenta.
No digas nada de Patrick Radden Keefe es un librazo. Ya con esto debería bastar para animaros a leerlo pero por si acaso, aquí va alguna razón más. No digas nada cuenta la historia de los Troubles en Irlanda del Norte que, por si alguien no lo sabe, es el conflicto terrorista que arrasó esa zona y especialmente la ciudad de Belfast durante veinte años. Radden Keefe es periodista del New Yorker, autor del fabuloso podcast Wind of change y un fantástico escritor. Es ameno, interesante, serio, cualidades todas ellas indispensables para hablar de un tema como este, el terrorismo nacionalista.
Me gustaría aclarar que esto no es un libro de historia, que nadie piense encontrar aquí un desarrollo pormenorizado de la historia de un conflicto, con unos antecedentes históricos y todo eso. Radden Keefe nos planta a bocajarro en 1972, la noche en que Jane McConville, madre de diez hijos, desapareció de su casa arrastrada por una banda de hombres y mujeres que entraron, la cogieron y se la llevaron. ¿Quién era ella? ¿Qué pasaba en Belfast? Radden Keffe nos lleva de la mano por las calles de Belfast presentándonos a víctimas y terroristas, sobre todo terroristas, no para que les entendamos sino para que les conozcamos, para poner delante de nuestros ojos la realidad del terrorismo para los que asesinan, matan, secuestran, ponen bombas. Alguno puede pensar que hacer eso es darle credibilidad, darle sentido a lo que hacen pero nada más lejos de la realidad en este caso. Radden Keffe no justifica en ningún caso lo que estos hombres y mujeres, porque las hay, hicieron, cuenta cómo lo veían ellos, cómo lo hicieron y lo que les ocurrió después.
No digas nada se lee con la dedicación de un thriller y el horror con el que nos enfrentamos a la crónica periodística de un conflicto, de una tragedia. Algunas de las historias me sonaban vagamente, algunas historias las conocía pero de entre todas ellas, me ha horrorizado sobre todo el retrato de Gerry Adams (doy por hecho que el lector medio de estos posts sabe quién es Adams). Adams se negó a ser entrevistado para esta libro, y todo lo que se cuenta está basado en lo que ha dicho en entrevistas ahora y hace treinta años, en testimonios ante la policía, en sus discursos, en sus memorias y en los testimonios de gente que le conoció muy bien. Es un retrato preciso del cinismo y la hipocresía más absoluta y es terrorífico. Del resto de personajes, lo que más aterra como siempre que te enfrentas a conocer de cerca a alguien capaz de hacer algo que tú te crees a salvo de hacer, es como esas personas no son seres caídos de un planeta lejano, ni enfermos ni nada por el estilo. Esos terroristas tienen madre, padre, hermanos, amigos y creen en sus ideales con la misma fe que podemos tener los demás en otras cosas. No queremos verlos como iguales porque es más fácil vivir al otro lado de la línea que nos separa a nosotros y nuestra infinita bondad de ellos, los malos.
Como dice Claude Lévi-Strauss en una cita que recoge Radden Keefe en el libro «para la mayoría de la especie humana y durance decenas de millares de años, la idea de que la humanidad incluye a todo ser humano sobre la faz de la tierra no existe en absoluto. La designación pierde sentido más allá de los límites de cada tribu o de cada grupo lingüístico, a veces incluso de una simple aldea.»
El tebeo del mes ha sido La levedad de Catherine Meurisse y me ha gustado sin entusiasmarme. Chaterine Meurisse era dibujante de Charlie Heddo y se libró de morir en el atentado del 7 de enero de 2015 porque, ese día, llegó tarde a trabajar. Se había pasado la noche en vela dándole vueltas a la absurda relación que mantenía con un hombre casado. Tras el shock inicial, Catherine (igual que Philippe Laçon) pasó a vivir con guardaespaldas, sufrió estrés post traumático y un síndrome de disociación brutal. Se veía a sí misma desde fuera y era incapaz de recordar, de sentir, de concentrarse, de centrarse en nada. En este tebeo cuenta ese "no estar" y el camino que recorre para volver a la superficie, a ser. Es un camino que recorre fijándose en la belleza a su alrededor, que le sirve para dejar de no ser y vuelve a anclarla la realidad. Esa belleza está a su alrededor pero también, y sobre todo, en el arte. Digo que el tebeo me ha gustado regular porque así como la primera parte es fantástica y Meurisse consigue a través de un dibujo muy ligero y evocador meter al lector en ese estado de levedad, de flotar por encima de la realidad, en la segunda parte creo que no sabe como contarlo y se enreda y se embarulla y se pierde el tono. A pesar de esto conviene echarle un vistazo y es un perfecto complemento para El colgajo de Philippe Laçon (que resulta que leí hace justo un año)
«Tenemos el arte para no morir de la verdad» Nietzsche
Casi olvido comentar que entre Delibes y Sebald intenté leer Una habitación propia de Virginia Wolf pero no fui capaz. Después de cuarenta páginas de idas y venidas sobre la idea de que la mujer tiene que ser independiente y tener su propio espacio me cansé y me aburrí. Entiendo que hace cien años esta idea fuera revolucionaria y entiendo, incluso, que lo sea para muchos ahora mismo pero es que yo ya me lo sé, yo ya vivo así. Lo siento, Virginia yo lo que necesito ahora es tiempo y una impresora.
Y con esto y viendo llover por la ventana, hasta los encadenados de noviembre.
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