Heidi reading. 1922. Jessie Wilcox Smith
He dedicado casi todo el mes a leer los Cuentos Completos de Grace Paley. Llegué a esta autora, para mí completamente desconocida hasta hace un año, a través de un artículo en el New Yorker en el que hablaban de su vida, su literatura y su activismo político. Me siento muy identificada con ella en el hecho de que nunca escribiera una gran novela, un libro "largo", siempre escribió relatos cortos con un gran componente autobiográfico o basándose en historias de gente que conocía: sus amigos, sus vecinos, su familia. En este tomo se recogen todos sus relatos que se publicaron en tres antologías distintas: Batallas de amor, Enormes cambios en el último momento y Más tarde el mismo día. He dicho que a ella llegué por el New Yorker, y al libro gracias a los Infames, otra vez, que me sugirieron comprar este libro en la Feria del Libro de Madrid. (Inciso: cuento la historia de los libros que leo porque es importante, porque para mí los libros no son solo el texto, también son todo lo que les rodea. Y además, si lo escribo podré volver a ello si, algún día, se me olvida. Fin del inciso)
¿Me ha gustado Paley? Pues regular tirando a poco. Los relatos de la primera de las recopilaciones me gustaron mucho. Empecé a leer con entusiasmo encontrando en ellos regustos a Henry Roth, a Philip Roth, a Vivian Gormick e incluso a Auster. Nueva York, judíos, pisos pobres, vecinos, amigos, madres y padres, mujeres y hombres, maridos y mujeres y amantes, soldados, comerciantes... Todo me sonaba pero todo tenía un toque diferente, interesante, curioso, como ver la misma historia contada desde otro ángulo que hace que todo lo que ves parezca distinto, nuevo. Después, según fui avanzando en los relatos empecé a aburrirme y, al final, confieso que leí en diagonal en un tren volviendo de San Sebastian decida a terminarlo como fuera antes de llegar a Madrid porque necesitaba empezar a leer otra cosa. Creo que si la antología hubiera sido menos antológica hubiera sido mejor para mí y mi apreciación de Paley.
Paley es ácida y puede ser un poco sórdida y, a la vez, destilar ternura. Leyéndola era como ver una película sobre Nueva York en los años 60, en blanco y negro. Y escribe muy bien.
Del relato Deseos, este párrafo ha pasado a mi cuaderno.
«A lo largo de aquellos veintisiete años mi exmarido había tenido la costumbre de hacer comentarios hirientes que, como el desatrancador del fontanero, se abrieran paso oído abajo, bajando por la garganta y llegaran hasta mi corazón. Y entonces desaparecía y me dejaba con aquella sensación de opresión que casi me ahogaba. Lo que quiero decir es que me senté en las escaleras de la biblioteca y él se fue».
Del cuento Un corto trayecto éste.
«Tengo que pincharla un poco para conseguir que reaccione. Pero no suele funcionar. Parezco un albañil hablándole al cemento fresco. ¿Es posible que haya gente como ella en este mundo? No respondas. El tiempo pasará, a pesar de su poca agudeza».
Y bueno, éste de Melodía lúgubre que es, lamentablemente, nuestro día a día.
«Son de mentalidad muy estrecha, jamás se les ocurre una idea. Pero les gusta tener razón. Nunca escuchan las ideas de los demás».
Grace me llevó casi todo el mes pero, en medio, en tres raras noches que dormí en la misma cama, aproveché para leer cuatro cómics que me prestaron. En una mañana de vagancia extrema leí los tres tomos de la Guía del Mal Padre de Guy Delisle. Delisle hace lo que yo intenté hacer con mi libro pero mucho mejor porque además sabe dibujar. Recrea anécdotas con sus dos hijos, un niño y una niña y como esas anécdotas construyen su relación con ellos y, también, reconstruyen sus relaciones con los demás, incluida su pareja. Las explicaciones que tienes que dar y a las que nunca habías dedicado ni medio segundo, las charlas que te escuchas pronunciar sin creértelas ni por un instante, los olvidos, las mentiras. Me reí mucho y sobre todo me encantó la total carencia de mística, lo cuenta como es.
Adicto al amor. Confesiones de un follador en serie, de Koren Shadmi, es el cuarto cómic que leí en esos días de pereza y vagancia. El autor se inspira en su vida, sin especificar cuánto, para contarnos como tras una ruptura amorosa especialmente dura se apunta a una web de citas y acaba convirtiéndose en un adicto al sexo, a las citas, a quedar sin compromiso. La parte más interesante del cómic es la que dedica a contar a cómo es conocer gente por la red, las expectativas, la realidad, los aciertos y los errores. Lo menos interesante es la parte en la que desarrolla adicción al sexo por el simple hecho de que le parece increíble que le sea tan fácil encontrar mujeres. Lo que no se da cuenta o no refleja es que es muchísimo más fácil encontrar hombres, siempre lo ha sido. Pensándolo ahora creo que es la historia de un hombre que nunca se vio con muchas posibilidades de ligar y que cuando lo consigue, se cree fabuloso. El error está en creer que consigue algo, que es él el que triunfa acostándose con todas esas mujeres, en ningún momento se para a pensar que es muy probable que todas ellas lo consideren a él igual, un tío fácil y estúpido que les sirve para lo que les sirve. Es entretenido pero intrascendente.
Terminé septiembre con otras de las estupendas novelas de la colección Rara Avis de Alba. Las novelas de esta colección molan mucho porque son historias antiguas, historias de otro época, con heroínas que llevan sombrero y van en coches de caballos o que viven en el Londres de los años 60 como en La piedra de moler o en un Londres tétrico a principios del siglo XX como en Harriet. Sin olvidar la historia de No, mamá, no. Y sí, los recuerdo todos aquí para que no se os olviden. De nada.
La hija del veterinario de Barbara Comyns es, como su título ¡sorpresa! anuncia, la historia de una chica cuyo padre es veterinario. Hay pobreza, tristeza, sordidez y breves destellos de felicidad, de cosas bonitas que se ven, se vislumbran, se rozan con los dedos pero nunca se pueden agarrar. Tiene también una base autobiográfica porque la vida de la autora fue alucinante. Una historia trágica muy bien escrita, sin el tono de humor ácido que Comyns tenía en Y las cucharillas eran de Woolworths y que hacen que el lector desarrolle unas casi irrefrenables ganas de proteger a la protagonista.
«Al principio me dio miedo dejar mi casa para vivir con una desconocida, pero enseguida me di cuenta de que ninguna parte estaría peor que en casa».
Y con esto y cruzando los dedos muy fuerte para que el Nobel no se lo den a Murakami, hasta los encadenados de octubre.
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