A lo que iba: imagino a mi lector tipo, tú, despertándose hoy*, mirando su buzón de entrada y pensando: «¿otra vez libros?»; y sí, si has llegado hasta aquí tengo que decirte que hoy toca otra vez porque septiembre se ha terminado y no quiero que se me olviden las cosas buenas que han caído este mes. No son muchas, así que acabaré pronto.
Compré Idaho, de Emily Ruskovich, por recomendación de Juan Tallón. Tras el «sin más» de Intimidades y el fiasco total de Fortuna, temía lo peor, pero por el bien de nuestra amistad y, sobre todo, de mi ánimo lector, quería que me gustara. Sin ser perfecto, y cuanto más lo pienso más fallos le veo, me gustó bastante. Lo leí casi del tirón en las vacaciones en Francia, así que siempre lo tendré asociado a esa maravillosa casa en la Provenza, igual que asocio La broma infinita con Colmar o Los días perfectos, de Jacobo Bergareche, con Belmonte o ¿Qué hago yo aquí?, de Bruce Chatwin, con mi roadtrip por Washington.
Idaho es la historia de Ann y Jenny, dos mujeres unidas por una tragedia. Ese hecho trágico separará a Jenny de Wade y al mismo tiempo la unirá a Ann. Si vas a leerlo NO SIGAS, que va spoiler. Una tarde de agosto, calurosa y pegajosa, mientras la pareja que forman Jenny y Wade recoge leña en un monte junto con sus dos hijas, Jenny en un arranque de algo mata de un hachazo a una de sus hijas mientras la otra sale corriendo y acaba desapareciendo en la montaña para siempre. ¿Qué le ha pasado a Jenny? No lo sabemos nunca y yo sospecho que Emily tampoco tiene ni idea y por eso lo deja ahí, sin resolver, como si fuera algo que al lector se le va a olvidar. Se confiesa culpable y acaba en la cárcel. Wade, claro, se divorcia y está destrozado. A ver cómo vas a estar si de la noche a la mañana eres un padre de familia feliz, sales a por leña y cuando vuelves estas casado con una asesina y tienes una hija muerta y otra desaparecida. Está destrozado pero se casa con Ann, que es su profesora de piano y bastante más joven que él. Él había empezado a tocar el piano antes de la tragedia intentando que ese ejercicio, esa distracción, le salvara de desarrollar la demencia prematura que cree haber heredado de su padre y de su abuelo.
Como he dicho antes, según la recuerdo voy viendo todos los flecos pendientes que en la novela quedan sin explicar. No es que todo tenga que estar cerrado en una historia de ficción, ni mucho menos, pero la sensación que tengo en Idaho es que Emily tenía una muy buena idea: la relación entre Ann y Wade, cómo se construye y cómo se deshace cuando se enfrentan a esa demencia terrible, a la consciencia de que está llegando, a su inevitabilidad y a aprender a vivir con ella. Emily tenía la idea y la manera de contarla, con saltos temporales que maneja muy bien. Pero, pero, pero… en algún lugar le entró el pánico y empezó a añadir capas innecesarias a la historia. No sé si pensaba que el lector se iba a aburrir o no sabía cómo ahondar aún más en el conflicto principal. Algunas de esas capas son tolerables, pero otras… otras piensas ¿y esto? A pesar de todo, la novela funciona muy bien hasta la muerte de Wade. Ahí Emily se enreda y hay unas cuarenta páginas innecesarias que hay que atravesar para llegar a un final bastante redondo, que tiene sentido.
¿La recomiendo o no la recomiendo? Pues dadle una oportunidad porque entretiene bastante y tiene cosas brillantes. No es fácil escribir una novela redonda.
«Porque la frialdad era mejor que la vulnerabilidad y la crueldad preferible a la cobardía».
Salir de la noche, de Mario Calabresi, lo compré porque por un tema de trabajo iba a conocer a su autor y pensé que estaría bien haberlo leído, conocerle un poco mejor. Al final ese encuentro no se produjo, pero ahora conozco mejor a Calabresi, del que apenas sabía nada.
Salir de la noche es un libro de no ficción: si leísteis en su día Libro de familia, de Galder Reguera, éste es un poco el mismo estilo. El padre de Galder se mató en un accidente de coche antes de que él naciera y al padre de Mario, Luigi Calabresi, lo asesinaron en la puerta de su casa cuando él tenía tres años. Aquí reconstruye de manera fragmentaria la vida de su padre, la de su madre, la suya y la de sus hermanos (uno de ellos nacido póstumamente) y también la de otros muchos asesinados durante los llamados años de plomo y sus familias.
Hay muchas referencias que para el lector español son desconocidas y en algún momento, por ese motivo, puede resultar confuso, pero no importa. Lo fundamental es lo que transmite: la tristeza inmensa, el vacío y el luto hacia delante por las vidas sesgadas sin razón y el desamparo de las víctimas cuando, por ejemplo, algunos de los asesinos acaban siendo diputados o senadores y cómo las familias se enfrentan a esa situación. Es estremecedor cómo Calabresi retrata la vida de sus padres, de su familia, antes del asesinato y el esfuerzo sobrehumano que su madre (tenía 25 años) realizó después para que ellos no vivieran anclados en el odio y la venganza. Es bonito cómo esta mujer, años después, empezó otra relación con un hombre, Tonino, que hizo de padre para los tres hijos. Me conmovió el poema que Calabresi transcribe y que Tonino les escribió a ellos:
Padre
día
tras día,
por el amor
elegido
no por el pan.
Amados
de inmediato
misteriosamente míos
Y con esta carta que Aldo Moro escribió, cuando ya sabía que iban a asesinarle, a su muje, acabé llorando.
«Mi dulcísima Noretta, creo que he llegado al extremo de mis posibilidades y que, salvo milagro, estoy a punto de cerrar esta experiencia humana mía… Siento ahora tantos deseos de abrazarte y explicarte toda la dulzura que me embarga, aunque mezclada con cosas muy amargas, por haber recibido el regalo de mi vida contigo, tan llena de amor y profunda comprensión. Cuídate y trata de mantenerte tan serena como te sea posible. Volveremos a vernos. Volveremos a estar juntos. Volveremos a amarnos».
La última lectura del mes llevaba cinco años en mi estantería. He leído Olive Kitteridge, de Elizabeth Strout.
Me ha gustado muchísimo. Aparte de ser entretenido y leerse como una peli (ya sé que hay serie y la veré en cualquier momento, lo mismo dentro de otros cinco años) la descripción de personajes, la creación de un pueblo, el olor a mar, el retrato de las sensaciones, preocupaciones y sentimientos de todos y cada uno de los que aparecen en la novela es excepcional. Es magistral la decisión de Strout de empezar la novela retratando a Henry: de cualquier otra manera la presencia de Olive lo hubiera opacado, ensombrecido, pero dedicarle las primeras treinta páginas fija el tono para el resto de la narración. Estoy hablando de novela, pero quizás debería decir que Olive Kitteridge es un trampantojo; parece una novela pero es una colección de relatos cortos que construyen una tela de araña o, mejor dicho, una especie de cuadro de Escher, en la que el tiempo y el espacio cambian y podrían no tener sentido pero lo tienen. Paseas por ese pueblo y ves a los vecinos caminar, conducir, enamorarse, sufrir, llorar, encontrarse, comprar donuts, cuidar sus jardines, atender mesas, dar clases, cuidar a sus hijos, enfermar, morir, desesperarse. Los ves envejecer y también ser jóvenes enamorados, los entiendes cuando tenían 35 años y cuando se acercan a los ochenta. Todos ellos aparecen y desaparecen continuando con sus vidas; y cuando salen de la página y se pierden en el horizonte tienes la misma sensación que cuando prestas atención a una familia o a una pareja en un restaurante, en la cola de embarque, en un parque… y les imaginas una vida que sabes que continuará adelante cuando ya no los tengas a la vista. Es un retrato coral impresionante que entiendo perfectamente que ganara el Pulitzer y no la basura de Fortuna, que ganó este año y que al lado de esta novela parece una redacción de un ChatGPT desganado.
Las descripciones son fascinantes:
“If she suffered from anything more, it was considered nobody's business. It was the case with Angie that people knew very little about her, assuming at the same time that other people knew her moderately well. She lived in a rented room on Wood Street and did not own a car».
Lees estas cuatro líneas y la soledad de Angie te golpea entre ceja y ceja.
El personaje de Olive, que recorre el libro pero solo se adueña de él al final, es muy real y por eso no te cae bien. Es despiadada, poco empática, muy crítica, solitaria, jamás admite un error y con sus seres queridos no es capaz de mostrar amor hasta que ya es demasiado tarde. También me gusta que se toca un tema que no es muy habitual y que es el amor entre parejas mayores. El retrato de ese amor tranquilo y calmo, a salvo de grandes gestos y sufrimientos, con su poso de tristeza y realidad, está muy bien reflejado y acaba con el brillo del enamoramiento que es posible a cualquier edad aunque nunca sea igual.
«What young people didn´t know, she thought, lying down beside this man, his hand on her shoulder, her arm; oh, what young people did not know. They did not know that lumpy, aged, and wrinkled bodies were as needy as their young, firm ones, that love was not to be tossed away carelessly, as if it were a tort on a platter with others that got passed around again. No, if love was available, one chose it, or didn´t chose it»
Leed Olive Kitteridge, que os va a hacer felices.
Septiembre ha sido un buen mes. A ver qué pasa en octubre.
Te sigo imaginando en pijama: que tengas un gran domingo de vagueo, indulgencia y siesta a deshora.
*Yo estaré durmiendo y, si nada lo remedia, cuando me despierte estaré arrepentidísima de todo el vino bebido ayer y todas las copas degustadas pensando «son cortitas y no importa» en el cumpleaños de un amigo que ha durado todo el fin de semana. Creo que si yo te imagino en pijama mereces saber cómo imaginarme: con resaca.