Desde el portal Hermanocerdo me pidieron hace unos días una selección de lecturas del año que acaba. Partiendo de la dificultad inherente a recordar los libros que uno ha leído a lo largo del año (más de cincuenta y probablemente menos de cien) y asumiendo los olvidos (algo consubstancial en lo que a mí respecta), me atreví a enviar esta analecta, que no listado ni -mucho menos- ránking:
Me acuerdo de Zona, de Mathias Enard. Era como leer la Ilíada contada por un Odiseo del siglo XX.
Me acuerdo de Estoy desnudo y otros cuentos de Yasutaka Tsutsui. Me acuerdo de esa impresión que deja la ciencia ficción mezclada con Rabelais.
Me acuerdo de La voz a las tres de la madrugada, de Charles Simic (traducido por Martín López Vega), y de envidiarle al menos un par de docenas de poemas.
Me acuerdo de Aire nuestro, de Manuel Vilas, y de querer ser el Rey y que Manuel me cortase la cabeza e ir de ídem al Telepurgatorio.
Me acuerdo de Providence, de Juan Francisco Ferré, y de tener la impresión de que Juan Francisco le ha hecho algo a la literatura española, algo que todos estábamos deseando, que ha conseguido una especie de plusmarca nacional difícil de batir; y de que si yo fuera la literatura española invitaría a Juan Francisco a una copa de Bourbon y luego ya se vería.
Me acuerdo de Autorretrato, de Édouard Levé y de que el hecho de que el autor se suicidara me obligará a leer una vez tras otra sus pocas obras y de que los lectores deberíamos impedir de alguna manera que ciertos autores se suicidaran.