¿Quién de vosotros, ávidos lectores y amantes de la literatura, no ha soñado con vivir bajo la piel del protagonista de un libro? ¿A quiénes no os gustaría experimentar mil y una aventuras, y enfrentaros a increíbles misterios dignos de la pluma de Conan Doyle o a siniestros villanos en un duelo que determinaría el desenlace no escrito de una novela? ¿Cuántas noches habéis pasado leyendo e imaginando que la existencia de un personaje valdría la pena ser vivida por vosotros mismos? Estoy segura de que en muchos casos la respuesta a todas estas interrogaciones es un sí rotundo.
“Enamorarte de los personajes, de las historias… Terminar de leer un libro y recordar lo aburrida que puede ser la vida”. En numerosas ocasiones he escuchado esta afirmación por parte de jóvenes lectores y siempre me he sentido identificada con ellos. ¿Por qué leer un buen libro nos sumerge no solo en su guión narrativo sino también consigue que lleguemos a establecer un nexo de unión muy fuerte con sus protagonistas, tanto como para no querer que la historia termine nunca? Ya desde que éramos niños este hecho nos ocurría sin darnos cuenta. Cuando nos leían un cuento, me atrevo a afirmar por experiencia propia o por ejemplos ajenos, no visualizábamos a Mowgli, Cenicienta o Gulliver… Éramos nosotros los que, en primera persona, vivíamos sus aventuras. Y en la juventud, nos ocurre exactamente lo mismo.
Victoria Fernández, directora de la revista CLIJ (Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil), daba treinta y tres razones para leer. Algunas de ellas eran para saber que estamos vivos y que no estamos solos. Pero existen tres que me han llamado la atención: para conocer otros mundos, para imaginar y para evadirnos.
La literatura nos ha servido, entre otras cosas, para poder visualizar países reales que es posible nunca podamos visitar. Siempre nos quedará nuestra propia imaginación para idealizarlos, para construirlos a nuestro modo y manera; no solo las ciudades o los paisajes, sino también sus personas, sus costumbres, etc. Pero el aspecto más sublime de nuestra mente respecto a los libros es que podemos dar rienda suelta a nuestra fantasía a la hora de leer sobre algo o alguien inexistente y darle la forma que nosotros queramos, con la asombrosa particularidad de que cada resultado será diferente y único para cada uno de los lectores.
Leer nos invita a vivir otras vidas, a descubrir la nuestra propia, a ser libres. Sed valientes, contadnos cómo habéis pronunciado mentalmente Expecto Patronum si habéis estado en problemas o si habéis pensado en el Distrito 12 de Panem cuando habéis sufrido alguna injusticia.
Los libros forman parte de nosotros; son, como bien decía Michael Ende, una historia interminable porque viven en nuestras mentes, en nuestros corazones, porque cada vez que abrimos un libro Fantasía se renueva a través de nosotros. Nos nutrimos mutuamente. Buscamos refugio en sus páginas, nos dejamos atrapar para perdernos en ellas. Los libros y los lectores somos especiales. Por este motivo leer es mágico.