Revista Cultura y Ocio

Lima la horrible

Publicado el 15 diciembre 2011 por Santiagobull
Lima la horrible
Bocinazo, platos rotos, el grito de "conchetumare" bien clavado en el cielo mientras una multitud agoniza al ritmo de una urbe catastrófica. Lima, ciudad de reyes que, si no los hubieran sacado a la fuerza, se hubieran ido por voluntad propia antes de que el cielo color alma de gallinazo los hubiera empujado a suicidarse de acuerdo a los métodos más sórdidos de la baraja. "La de nariz aguileña", según Lawrence Durrell, pero mucho más célebre es su fama de ser "la horrible", en palabras del genial Sebastián Salazar-Bondy.En fin, una ciudad en la que no quisieras vivir: estrepitosa y sucia, bucanera y suburbial, mentirosa, prostituta, feudal y cortesana, con su compadreo, su "somos", su tráfico, su jaranita y su pisquito de más. Casi parece increíble que más de nueve millones de personas tengan el temple (o el impulso sado-masoquista) para engrosar sus calles y avenidas con su presencia, para coger a un toro tan jodido por las astas y plantarse en la mitad de este despojo posapocalíptico a pasar penurias y glorias, a llorar, reír y deslomarse como un perro para malgastar una vida bajo el cielo más deprimente que se haya visto en ciudad alguna. Sí, sí... Lima la horrible en todo su demacrado y carcomido esplendor. La ciudad que más amo en este mundo de malquerimientos y desencuentro. Tragicómico, perverso e irónico, el limeño deambula por estas callejuelas de la casi existencia a sus anchas, quejándose hasta el cansancio del estado de las cosas, pero disfrutando a la vez de un panorama tan decadente, sabiendo que ese caos es el mismo que corre por sus venas. Dice soñar con grandes cambios, con Progreso, con vivir en una ciudad que parezca importada de algún remoto rincón de Europa o de los Estados Unidos, pero miente, aunque él no lo sepa. El limeño no quiere cambios: el limeño sabe que las fachadas por entre las que camina son un espejo que refleja su propia y particular neurosis, su personalidad fragmentada, su noche oscura del cuerpo (parafraseando al gran Eielson). Lejos de su tierra, se sorprende (y censura) a sí mismo añorando todo eso que está convencido que debe detestar, todas aquellas pequeñas cosas a las que sabe la ciudad que lo vio crecer: desde el ambulante que vende correas y discos piratas frente a una zapatería en la avenida Abancay hasta la juerguita de los jueves en la taberna del barrio, pasando por los policías corruptos, los semáforos más eternos del mundo, el rumor de las olas del Mar de Humboldt, la silueta de los gallinazos recortándose contra las nubes verdigrisáceas (o, si quieren seguir la terminología clásica, "color panza de burro"). Claro que nada es tan simple: Lima es múltiple y sádica, infinita, más parecida a un rompecabezas sin armar que a un mosaico persa. Tiene mil calles con el mismo nombre, y ninguna de ellas se parece. Canta sus miserias a los cuatro vientos, pero al minuto siguiente ya se está riendo de su propia desgracia. No le alcanza el dinero para llegar bien parado a fin de mes, pero siempre hay suficiente como para ser amable con el vecino y pagarle una ronda de cervezas a los compadres de toda la vida. Maldita, enferma, acomplejada y santa: una ciudad que, como bien dijo Eielson, es asediada por la muerte. Y es en eso, precisamente en eso, sobre lo que se funda su grandeza. Ay, Lima, Lima... si muero lejos de tí, tal vez me dé lo mismo, pero que me lleven de todas formas. No hay mejor infierno que ése que ya conoces, ni mucho menos que ése que amas con todo tu corazón y con todo tu páncreas. Ni siquiera sé por qué me da hoy por escribirte poemas como este, pero es lo de menos: sólo quiero que quede en claro que es un poema de amor. Remato estas líneas con una canción, cada uno de cuyos versos se presta para hablar de una ciudad como esta, en la que nací, en la que vivo, en la que seguramente (y así lo espero) moriré. Ah, y con una copa en alto, a la limeña. 

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