1. Llega abril. Y con él las conmemoraciones diversas de nuestro pasado que a los que nos interesamos por la historia y tratamos de dedicarnos a ella nos atraen tanto. Ayer se recordaba el 75º aniversario del fin de la Guerra Civil y, dentro de unos días, volveremos a evocar aquella proclamación de la República en España. Días atrás trataba de hacer una charla con alumnos de 2º de Bachillerato sobre estos dos momentos y les hacía la siguiente pregunta: ¿Qué tuvo que ocurrir en España para que se pasara del clima festivo del 14 de abril de 1931 a la guerra civil y la matanza desatada en julio de 1936? Desde luego, muchas cosas ocurrieron en esos años de régimen republicano, y muchas habían ocurrido tiempo atrás en la historia de España. Y de eso se trata la historia: de calibrar y valorar los factores –cercanos y lejanos– que pueden explicar sucesos tan terribles como el conflicto bélico que vivió España. Y sí, es muy complicado porque requiere desarrollar un pensamiento abstracto y muy complejo, poner en práctica la empatía histórica y, especialmente, librarse de prejuicios y arengas sentimentalistas, propias de los medios de comunicación. Este es uno de los problemas principales que afecta de lleno al estudio de la historia: el exceso de sentimentalismo y de emociones a flor de piel que todavía hoy impiden el estudio sosegado, con calma y con apertura, de aspectos como la Guerra Civil. Como afirmó Julián Casanova en una charla reciente, hay una buena parte de la población de este país que todavía hoy no ha estudiado este tema con detenimiento y con seriedad; ello se debe a la especificidad de las leyes educativas, problema que hoy sigue en pie. Si realizáramos un cálculo de porcentajes de aquellos que han llegado a estudiar este episodio de nuestra historia reciente obtendríamos resultados bastante sorprendentes. ¿Qué pensaríamos de un alemán que desconoce la existencia del Holocausto o que lo niega? Pues bien, la Guerra Civil se estudia en 4º de la ESO –en medio de un temario de Historia del mundo contemporáneo inmenso e inacabable, por lo que muchos profesores deciden no enseñar lo relativo a España–, y en 2º de Bachillerato, curso al que llega un número reducido de estudiantes que ven pasar la Guerra Civil en su vida académica de una forma veloz y superficial (en la mayoría de los casos) por la presión de la Selectividad. Es algo a meditar si queremos realmente que el estudio de los documentos y del trabajo del historiador tenga alguna aplicabilidad en la vida real y supere las proclamas periodísticas o de otras personalidades en nuestra sociedad. Por ejemplo, una muestra de la total actualidad de este hecho frente a quienes están cansados de “remover” el pasado y claman a favor del olvido, es el de Rouco Varela, quien recientemente afirmaba que los hechos y actitudes que causaron la guerra podrían volverla a causar. Habría que ver, según él, cuáles son esos hechos y actitudes.
2. Un ejemplo que nos ilustra sobre la complejidad del conocimiento histórico referido a la Guerra Civil es el anticlericalismo y el problema de la religión en España, ya presente durante todo el siglo XIX. Es muy conocida la carta pastoral de Enrique Pla y Deniel, fechada el 30 de septiembre de 1936 donde este obispo de la diócesis de Salamanca se convierte en defensor de una guerra concebida como necesaria, llegando a calificarse de cruzada. En dicha carta se afirma lo siguiente: “El comunismo y el anarquismo son la idolatría propia hasta llegar al desprecio, al odio a Dios Nuestro Señor; y enfrente de ellos han florecido de manera insospechada el heroísmo y el martirio, que en amor exaltado a España y a Dios ofrecen en sacrificio y holocausto la propia vida”. La unión de la espada y la cruz estuvo presente en muchos documentos eclesiásticos y ello otorgó importantes beneficios al bando nacional y a la propia Iglesia Católica, durante la guerra y durante el régimen franquista. Como también es habitual cuando se trata este tema, surgen las voces animadas que ponen el acento en la violencia anticlerical de la guerra, innegable y brutal; una violencia que ya estuvo presente en los hechos revolucionarios de octubre de 1934 en Asturias en que fueron asesinados 34 seminaristas y sacerdotes y pasadas por el fuego más de medio centenar de iglesias. Más allá de estos hechos conocidos y de los datos estudiados con las cifras escalofriantes del asesinato 4.184 sacerdotes diocesanos, 2.365 religiosos y 283 monjas durante la Guerra Civil, quería mostrar el caso de un padre capuchino que contrasta con la alta jerarquía eclesiástica y su alineación ideológica. Me refiero al caso de Gumersindo de Estella que ha aparecido recientemente en la prensa, encargado de la asistencia espiritual de los presos de la cárcel de Torrero de Zaragoza. Este padre capuchino fue destinado, fruto de los desencuentros ideológicos con sus superiores, a la función de acompañar a los presos en su camino hacia el paredón en el cementerio de Torrero (Zaragoza), donde asistió a 1.700 fusilamientos entre 1936 y 1942. En sus memorias relata el ritual que llevaba a cabo de preparación espiritual para la muerte, la confesión que daba a quienes eran capaces de recibirla, la charla con ellos y la recepción de encargos y enseres que luego llevaba a sus familiares tras comunicarles la noticia de la ejecución. Su atisbo de humanidad y su perplejidad ante unas decisiones que no podía compartir se pueden ver en estos fragmentos:
“Como sacerdote y cristiano sentía repugnancia ante tan numerosos asesinatos y no podía aprobarlos”. (…) “Yo estaba a punto de estallar con un grito de ruego, de protesta, de compasión, como lo daría una madre. Pero la presencia de tantas personas de carácter oficial me contenía. ¿Contra quién iba a protestar…? Cualquier frase o sílaba era peligrosa”. Siempre se preguntaba: “¿Se salvó esta alma?” (…) “Una dignidad humana que se funda en la común filiación divina. Todos somos hijos de Dios”.
La existencia de historias y memorias como esta añaden mayor complejidad al estudio de un episodio trágico que hoy sigue siendo tabú para muchas personas y objeto de sectarismos para otras. Analizar críticamente, sin tratar de justificar, sino valorando la complejidad de los hechos y restaurando la memoria histórica debería ser, entre otros muchos, uno de los objetivos de la educación, y no tanto cómo encender un aspirador o comprar un billete de Metro, como se encargan de recordarnos desde el Informe PISA…