Guardó las horquillas en el bolsillo del pantalón para peinarse más tarde en el baño de la oficina. En el bolso llevaba el neceser con cuatro potingues de dar color para acicalarse mínimamente como mandan los cánones de la cultura occidental por esta orilla. Levitaba por la calle camino del parking. Salió con el coche en modo rallye dando frenazos ante las señales de límite de velocidad. En los semáforos en rojo aprovechaba el lapso para ponerse los pendientes (en el bolsillo mezclados con las horquillas) e incluso ¡limarse aquella uña que pedía auxilio desde hacía dos días! Aparcada en destino, correteó silvestre hacia el edificio, rebuscó en la cartera y pasó la tarjeta por aquel aparato enemigo que se llamaba máquina de fichar. “Y diez”, le respondió burlona, al tiempo que le daba los buenos días en letras blancas.
Llegaba tarde. Sí, un día más.
Des-relojados.
Criticados. Rechazados. Caraduras. Dormilones. Des-relojados. Pachorras. Acelerados. Asumidos. ¿Entrañables? Conocidos. En todos los casos, incorregibles. Son los tardones. Seguro que hay alguno que padeces en tu vida o tardanza es de lo que tú padeces.
Un tardón es un romántico, un iluso en el guindo que se cree que siempre está a tiempo-de, que nunca es tarde-para, que aún puede… Que duda que cada minuto cuente y para quien, por contradicción, el tiempo es oro.
Sé compresivo con él/ella.
¡Corre, que no llegas!