Revista Arte

Lo que era normal

Por Felipe Santos
Lo que era normal

Cuesta creerlo, pero la invasión de Ucrania ha sido el punto culminante de un proceso interno que lleva casi una década minando las instituciones rusas, también las culturales. Cuando le nombraron director del Centro Gogol de Moscú en 2012, Kirill Serebrennikov era uno de esos grandes nombres que el Gobierno exhibía como muestra de la espléndida salud de la vanguardia artística rusa, especialmente en el mundo de la escena. Hasta su arresto en 2017, la relación del régimen con sus artistas se fue volviendo suspicaz, sobre todo desde la crisis de Crimea, que puso a Rusia en el disparadero internacional. Aquello ya parece un juego de niños si lo comparamos con la situación actual.

"La prohibición de viajar no me impide trabajar, mis amigos me ayudan -explicaba en un encuentro por videoconferencia con periodistas antes del estreno de Múnich- La vida es una planta verde que crece constantemente. Y esa planta que va creciendo también puede romper el asfalto. Eso significa que la vida gana, y el arte también. Y la música... casi siempre gana". La metáfora utilizada muestra cómo concibe esa tensión entre el humanismo y el mundo artificial creado por el hombre, sobre todo esa maquinaria inapelable que es el poder. Un tema que empezó a ser incómodo para las autoridades rusas al ver en él un resquicio por el que se colaba una crítica velada y contundente al régimen de Vladímir Putin. Finalmente lo relevaron de la dirección del Gogol en 2021, el mismo año en el que el mayor crítico del Gobierno, Aleksei Navalny, recibió la condena de dos años de prisión, y fueron detenidos en las protestas el rapero Oxxxymiron y miembros del conocido colectivo Pussy Riot.

Años después, la situación continúa. Aunque el director ruso ha seguido con su trabajo en la distancia para Múnich y Viena, sorprendentemente pudo viajar a Hamburgo tras la Navidad para estrenar en el Teatro Thalía. Quizá fue una pequeña consecuencia de lo que estaba por venir y del eco que se habían hecho los medios occidentales en los meses previos sobre la situación de artistas como él en Rusia.

Esa tensión sobrevuela sin disimulo sus propuestas escénicas. En Viena, encerró a Parsifal en una prisión y convirtió el viaje del héroe en una crónica interior desde las entrañas de la lógica carcelaria donde se juntan criminales y represaliados. En Múnich, sin embargo, llevó el cuento de Gogol, La nariz, a las calles de San Petersburgo, y le dio una vuelta de tuerca. Si el problema de aquél era la desaparición de una nariz en el rostro de un funcionario, aquí el conflicto se origina en que los demás poseen más narices mientras que el protagonista sólo conserva la suya. Serebrennikov abre así el debate en una sociedad controlada por el poder sobre lo que es normal y anormal, en un juego que se extiende hasta el absurdo. Todo esto ocurre en la oscuridad de unas calles mal iluminadas, sacudidas por nevadas inclementes que obligan a sus pobladores a encerrarse más en sí mismos.

En su película Betrayal (2012), como ocurre también en Petrov's Flu (2021), cuida de la luz para contar historias en lugares deshumanizados, al abrigo de un urbanismo implacable, frío y adusto. El hormigón como extensión del alma, material pesado para unos sueños a los que les cuesta levantar el vuelo. ¿Qué fue primero?¿Los corazones helados por el miedo o los edificios grises que los albergan? Como nos recuerda Lucrecio en La naturaleza, "ese miedo y esas tinieblas del espíritu es menester que los despejen no los rayos del sol ni los dardos luminosos del día sino la contemplación y la doctrina de la naturaleza". Poco hay de ese paisaje en los montajes de Serebrennikov y los horizontes están siempre recubiertos del gris de los grandes edificios o el óxido de paredes metálicas.

Frente a todo esto no queda más que espantar la resignación, verdadero caballo de batalla de los efectos que provoca el permanente abuso del poder. El día de su despedida del Centro Gogol, en febrero de 2021, dejó escrito al público que tantas veces lo llenó un mensaje lleno de esperanza y fe en la capacidad transformadora de la cultura. "Agradezco a amigos, estudiantes y enemigos la experiencia única que me ha ayudado a entender muchas cosas importantes. El Gogol como teatro y como idea seguirá vivo. Porque el teatro y la libertad son más importantes y más amplios, y por lo tanto más tenaces, que todo tipo de funcionarios, circunstancias e incluso más importantes y más amplios que sus creadores. Aseguraos de que el teatro permanece vivo y que la libertad es necesaria para vosotros. Y no os desaniméis. No hay vida ni libertad en el desaliento. Ya sabéis qué hacer. Paz y amor para todos".

Foto: Wilfried Hösl

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Publicado por Felipe Santos

Lo que era normal

Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos


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