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Lo que se hereda no se roba

Publicado el 17 junio 2018 por Ana Laura
El dulce de membrillo salpica.
Por eso, allá por los 50, mi abuela Blanca se mandó hacer un banco alto, cómodo, para sentarse en él y poder revolver el dulce de lejos. Cuando la familia se mudó a la capital, una decena de años después, la abuela se trajo el banco consigo.
A la abuela le quedaban deliciosos los dulces; los tengo claros en la memoria y el paladar, así como su imagen. Parece que la veo, sentada en su banco alto -haciendo naranjas en almíbar para mamá, la jalea de guayabas del tío Heber, o el dulce de higos enteros que tanto me gustaba- con las piernas trabadas en las patas de madera y una cuchara larga en la mano, revolviendo de lejos para no quemarse con el azúcar caliente y rebelde.
Hoy en día el banco está en casa. Se tambalea un poco y está lisito de tantas capas de pintura, pero sigue firme y cómodo. Lo uso para sentarme a una distancia prudente cuando tengo que revolver la jalea de limón, o la crema de maracuyá, o la mermelada de frutillas que adoran mis hijas.
Porque si me acerco mucho salpica, ¿vieron?
Lo que se hereda no se roba

EriSada

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