Ya te dije en su momento que, si me querías, deberías entender que no tendrías la exclusividad de mi sonrisa.
Que ibas a tener que soportar que, muchas veces, yo iba a estar al servicio de otras, o incluso de otros, y que no me correspondía a mí esa elección.
Que tendrías que aguantar como, a veces, me usarían y manejarían como a una marioneta, sin queja por mi parte, porque nadie podía saber quién era realmente bajo mi uniforme.
Sabías que ibas a tener que cambiar tu ritmo de vida. Que ahora las horas que disfrutarías conmigo, para el resto del mundo serían horas de trabajo. Y que, muchas noches, cuando lo que más te apetezca sea mi abrigo protector en la intimidad de nuestro hogar, yo tendré que partir porque habrá alguien que necesite mi diligente atención, mi pronto servicio, mi certero consejo…
Y es que, para que el común de los mortales disfrute tranquilamente su recreo, tendrás que renunciar al tuyo conmigo, porque sabías que esa era la única condición que me impone mi especie para poder relacionarme con seres humanos.
Ya lo sabías… soy camarero.