Revista Cultura y Ocio

¿Locas?

Publicado el 18 marzo 2015 por Molinos @molinos1282
¿Locas?Cuando era pequeña y comenzaba el veraneo franquista, uno de los primeros rituales era comprarnos las zapatillas para el verano: unas camping. Un par, o dos, para cada uno con los que deberíamos aguantar los tres meses de verano trotando por Los Molinos, jugando al fútbol, a polis y cacos y  montando en bici. Por supuesto durante esos tres meses el pie te crecía y llegabas a septiembre con los pies metidos dentro como si fueras una de las hermanastras de Cenicienta. 

Las camping marcaban el inicio del veraneo y la primera lucha. Molimadre quería algo sufrido "azul marino" o algo que fuera con todo "blanco" y a nosotros nos fascinaban las rojas, las azul celeste, las verdes o las amarillas. Lo que era común a todas era la peste que iban cogiendo según pasaban los días de calor, pero por supuesto a nosotros, eso, nos daba igual. Gran parte o casi todo el encanto de la compra de las zapatillas venía del ritual que se cumplía todos los años. - ¡Niños! Esta tarde vamos a bajar a La zapatera prodigiosa a comprar las zapatillas. La zapatera prodigiosa. ¿Con ese nombre como no íbamos a estar emocionados? Bajábamos siempre andando en un paseo que nos parecía toda una excursión, primero la cañada, luego cruzar el río para llegar al pueblo y por fin veíamos la casita blanca con el cartel de "Zapatería" y el escaparate en las dos ventanas con todas las zapatillas imaginables y zapatos de mayores. Entrábamos saludando como Molimadre nos había enseñado y Mari, la zapatera prodigiosa nos decía siempre lo mismo ¡Cómo habéis crecido!Empezábamos entonces el ritual de elegir las zapatillas, las tallas, probar, comprobar hasta donde nos llegaba el dedo gordo y calcular si serían suficientemente grandes para que nos duraran todo el verano. La inevitable cháchara de mayores preguntando por unos y por otros, aburrirnos deseosos de estrenar las zapatillas, pagar y marcharnos. A mi me encantaba la zapatería y la zapatera prodigiosa. Me parecía una tienda encantadora. Pequeña, coqueta, con zapatos maravillosos ordenados en cajas perfectas que ella sacaba y volvía a colocar. La caja registradora, la vitrina que tenía dentro de la tienda, la magia de abrir el escaparate de la ventana porque la zapatilla que había expuesta era justo tu número. Era un sitio mágico.  Después crecí, crecimos. Cumplí 10 años. Abrieron grandes hipermercados donde vendían pares y más pares de zapatillas a precios ridículos. Llegó la moda de las bambas Victoria en vez de las camping. Crecí más, me hice mayor y los zapatos del escaparate de Mari dejaron de parecerme mágicos para hacerse primero invisibles y después tristes, muy tristes. La zapatera prodigiosa no desapareció. Ella también creció (debía ser joven cuando aquellas excursiones aunque a mi me pareciera muy mayor). Durante mucho tiempo tuvo abierta la zapatería y al pasar por delante la veías sentada con su silla de tijera tomando el sol en la puerta de la tienda. Al principio con sus padres, después sola. En verano con su bandeja de la cena, sentada delante del escaparate con zapatos que llevan ahí 30 años. Mari da grandes paseos por toda la zona. En invierno abrigada hasta las orejas con gorros de lana, bufandas multicolores, guantes y enormes abrigos de colores. En verano en pantalón corto y camiseta  se sienta al sol delante de su tienda. Coqueta, se baja los tirantes para no tener marca en los hombros y se sube la pernera de los pantalones, cierra los ojos y como una lagartija se queda horas al sol. Mari te saluda, te cuenta historias interminables que no sabes muy bien de qué van. Te pregunta por tus familiares vivos y muertos y enlaza quejas, con protestas y advertencias "tened cuidado con los niños que hay gente mala por ahí". Asiento y pienso en si sabe que soy aquella niña de las camping. Ayer me acordé de ella viendo Grey Gardens. Un documental sobre dos mujeres, familiares de Jackie Kennedy que vivían solas en una villa en East Hamptons, completamente al margen de la vida. Peleándose, discutiendo pero incapaces de vivir separadas. Rodeadas de recuerdos de su juventud, de un pasado en el que creían en un futuro que no se ha cumplido. ¿Locas? Puede que sí, que para los que estamos fuera de sus vidas, estén locas pero ellas están en su mundo, en su casa, en su vida y los que sobramos somos nosotros. En Grey Gardens lo que más incomoda no son ellas, sino la presencia de gente del exterior en sus vidas que viene a perturbarlas. Creo que a Mari también le perturbamos los demás. Ella es la zapatera prodigiosa y vive como quiere, aunque no la entendamos, aunque nos provoque inquietud, aunque nos haga reír su pinta. A pesar de que, a veces, nos de miedo. 


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