El nombre Rachid Bouchareb figura en los créditos de la inolvidable Flandres (como productor) y en los de Astérix en los juegos olímpicos (como actor convertido en secundarísimo atleta egipcio). Desprevenidos, los cinéfilos argentinos estamos en condición de reconocerlo recién desde el jueves pasado, por su trabajo como guionista y director de la estrenada London River.
Quienes recuerden la película de Bruno Dumont notarán cierta intención en común con el film hoy reseñado. De hecho, a pesar de tratar temas distintos, ambos trabajos muestran una Europa primermundista (Francia en el primer caso; Inglaterra en el segundo) presa del terror globalizado (de la guerra en Irak; de atentados adjudicados a células islamistas; de alguna otra contienda librada en territorio lejano).
Una Europa que se promociona cosmopolita, pero que apenas cree conocer al extranjero que le resulta ajeno, cuando no peligroso: tanto al enemigo de Medio Oriente como al inmigrante instalado y ocupa.
En London River, Bouchareb desarrolla la hipótesis de que la tragedia puede fortalecer y derribar prejuicios, estimular y combatir el odio, reforzar inconductas y repararlas. Para ilustrar esta dualidad, el realizador cuenta una historia cuyos dos protagonistas se encuentran y desencuentran a partir -no sólo de cierta situación dramática- sino de estereotipos, distancias, ofensas, reconsideraciones, reconciliaciones.
Es probable que el mismo guionista/director (francés de origen magrebí) haya sido objeto de miradas, contestaciones y sospechas como las que Elisabeth le dedica a Ousmane. Quizás por eso sabe cómo evitar la caricaturización de los personajes que encarnan la insuperable Brenda Blethyn y el conmovedor Sotigui Kouyaté (fallecido en abril pasado, dicho sea de paso).
Las primeras escenas en un bosque y al borde de un acantilado, el contacto de Elisabeth con los animales de su granja, la preocupación de Ousmane por “sus” olmos, el seguimiento inicial de dos desgraciados transitando caminos separados nos sumergen en un relato que no dismula su condición de fábula.
Por suerte, a diferencia de los cuentos con moraleja made in Hollywood, London River evita las concesiones (estéticas, románticas y/o de happy end) que buscan calmar angustias y suavizar realidades.
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