Nueve muertos en Lorca, decenas de heridos, miles de personas sin hogar. La Naturaleza ciega golpea, la pequeñez del hombre frente a las fuerzas telúricas desatadas, la mala suerte proverbial de este país bla bla bla.
Todo eso son cuentos, excusas. No matan los terremotos, mata el ladrillo. Mata la corrupción. Mata la desidia, la rapacidad, el dinero fácil. Lo explicaré.
En 1999, un servidor de ustedes vivió en persona el terremoto de Estambul, de 7'8 grados en el epicentro (en la capital turca, 6'8). Aquella noche, solo en la habitación de mi hotel, un hotel para occidentales construido unos pocos años atrás, tuve la sensación de que el mundo entero se ponía a bailar la conga. Y sin embargo allí no pasó nada, ni un rasguño, ni una grieta, ni un trozo de manpostería caído en la calle. El barrio intacto: hoteles, oficinas, tiendas de lujo, no sufrieron el más mínimo desperfecto. A la mañana siguiente, camino del aeropuerto, atravesé barrios obreros periféricos en los que edificios de viviendas de muchas plantas, habían quedado reducidos a pilas de escombros de apenas uno o dos metros de alto. Murieron cincuenta mil personas, gente humilde, trabajadora. Ante el clamor popular, el Gobierno turco abrió una investigación. Resultó que las paredes de los bloques de pisos construidos en los años sesenta y setenta tenían arena entre ladrillo y ladrillo en vez de cemento. No pasó nada, no se castigó a nadie. El ladrillo asesino, los especuladores canallas responsables de aquella hecatombre humana, pudieron seguir tranquilamente con sus negocios.
Si uno observa una vista aérea de Lorca, de los barrios derrumbados como castillos de naipes, se da cuenta inmediatamente de lo que ha pasado: se han hundido las casas viejas, sin mantenimiento, los edificios no consolidados y las construcciones más recientes pero realizadas con materiales de tercera categoría. Fíjense en quienes han sido las víctimas mayoritarias, quienes eran los ocupantes de esas viviendas: inmigrantes magrebíes, africanos y latinoamericanos y españoles pobres. Esa misma región de Murcia, en la que bajo los auspicios de los políticos de la derecha española se han construido en los últimos años decenas o acaso cientos de miles de chalets en urbanizaciones creadas alrededor de centenares de campos de golf, no gasta un céntimo en rehabilitación de edificios: para la derecha, invertir en mantenimiento es tirar el dinero. Ellos prefieren construir sin freno, invadir costas y montañas con viviendas para quienes pueden pagar el llevar agua adonde no la hay, la creación de campos de juego siempre verdes en medio de secarrales desérticos y el uso de materiales de calidad empleados en segundas o terceras residencias. Mientras, apenas unos kilómetros más allá otras personas se hacinan en infraviviendas.
Ayer le oí en la radio al vicepresidente español Pérez Rubalcaba decir que una de las prioridades de su departamento (Interior) será investigar cómo es posible que dos terremotos, uno de 4'5 y el otro de 5'2 grados, hayan podido causar un desastre semejante. Investigue, señor Rubalcaba: vaya a por el ladrillo y a por los políticos murcianos en general y lorquinos en particular, y tendrá la respuesta.
Por si necesitan otro dato para convencerse de lo que digo. En el castillo de Lorca, un edificio con muchos siglos a sus espaldas, se estaban realizando obras para acondicionarlo como Parador de Turismo; al parecer, el edificio ha resultado prácticamente destruido por el terremoto. ¿Qué materiales se estaban usando en esas obras y cómo se hacían éstas, que han conseguido lo que cientos de años de asedios, incendios e incuria no habían logrado? A por el ladrillo, señor Rubalcaba.
Por cierto, a solo 200 kilómetros de Lorca está la central nuclear de Cofrentes. Para echarse a temblar. Y es que estas cosas no sólo pasan en Estambul o en Japón: también en España hay terremotos y sinvergüenzas.
En la imagen que ilustra el post, aspecto de una calle afectada por el terremoto en la ciudad de Lorca. Obsérvese el aspecto de las edificaciones que la forman y los daños ocasionados.