Revista Ilustración
quiero el mundo y lo quiero ahora
Deneuve
He colonizado todos los bares de la ciudad esperándote. Bebí vino y cerveza. En ocasiones no bebí nada, pero siempre miré el reloj esperando la casualidad, el punto óptimo en el que dos cohetes se estrellan en mitad del espacio, para felicidad de los fabricantes de motores espaciales. Allá en la nada. Cuando miro la puerta entreabierta de los lavabos crece la impaciencia, los deseos inexpugnables del hombre alado. Las pantallas táctiles de los móviles táctiles para conseguir citas táctiles que apuren los demás sentidos, el gusto, principalmente. Ese sentido denostado en las aulas infantiles cuando la profesora, armada de crueldad salvaje, pregunta de qué sentido preferirías prescindir en caso de tener que prescindir de uno. Siempre gana el gusto, quizá el tacto. Nunca la vista. A mí no me preocupan los sentidos ni las imprecisiones. Quiero saborear la vida, abrazarte en plena calle, presos del invierno adelantado que nos cae encima. Mirar arriba mientras caen los últimos rescoldos de las naves espaciales. Y silbar. Eso ahuyenta los problemas. Y te hace reír.