Revista Arquitectura

Los buenos amigos

Por Arquitectamos
A David, Emilio, Francis, Nacho y Pedro.
Hace unas semanas os conté que estaba preparando un currículum para presentarme a algo que, aunque no necesitaba perentoriamente para vivir, sí me hacía mucha ilusión. Bueno, pues finalmente los resultados han salido hoy. Nos hemos presentado trece, y con la satisfacción de haber quedado entre los trece primeros os tengo que contar la experiencia tan tremenda que he vivido.
Lo primero fue que me llamó Ignacio Vicente-Sandoval para avisarme del asunto y para animarme a que me presentara. Me hizo mucha ilusión que Nacho pensara en mí como un posible buen candidato, y me animé a participar. Le doy las gracias muy efusivamente por ello.
Ya he contado varias veces que soy un desastre para estas cosas. Siempre hago algo mal, no presento la documentación correcta, no cumplo el plazo, no acudo al sitio adecuado... Lo que sea. El caso es que siempre lo hago mal. Así que esta vez me propuse hacerlo bien. Me estudié las bases, reuní la documentación y fui al registro pertinente a presentarla. Una vez presentado, fui a diario para ver si había salido la lista provisional de admitidos, ya que, como os podéis imaginar, tenía el inveterado mosqueo de que algo hubiera salido mal, y según las bases había solo cinco días para subsanar lo que fuera.
Tenía que estar atento. La señorita que atendía el registro me veía aparecer cada mañana ante su mesa y cada mañana me decía que no había novedades.
Finalmente salió la lista provisional y, como me temía, yo estaba excluido. No podía ser. Esta vez lo había hecho perfectamente. (Pero mirad cómo a pesar de todo tenía el temor, y cómo ese temor era fundado). El motivo de exclusión fue no haber acreditado algo que me constaba que había acreditado incluso con exhaustivo y pelmazo cansinismo.
Me quedé hundido, desarmado. Deshecho. ¿Qué más podía hacer? Esta vez lo había hecho bien y tampoco había servido. Estaba completamente desanimado.
Vi con sorpresa (no había ningún motivo de sorpresa; era, sencillamente, que no me lo esperaba) que mi amigo David García-Asenjo también se había presentado (y sí estaba entre los admitidos).
Los buenos amigos Las mejores amigas
En mi desesperación, lo primero que se me ocurrió fue llamarle: "¿Qué documentación has presentado tú, que te han admitido?" Pero no podía. ¿Cómo iba a hacerlo si él optaba a lo mismo que yo, si éramos involuntarios competidores? No: Definitivamente no podía ponerle en ese compromiso de obligarle a ayudarme o a poner alguna excusa para no hacerlo. Me ayudaría, por supuesto, pero no quería (y no debía) obligarle. Tenía que buscar otra solución.
En esto me llamó Nacho, que había visto las listas. Me animó. Me dijo cómo interpretaba mi exclusión según su experiencia. Me animó a volver a aportar la documentación señalada, a insistir, a no rendirme. Me dejó más tranquilo.
En ese momento, y sin saber dónde se metía, se cruzó mi amigo Francis sin saber nada de esto y contándome otra cosa. Aproveché para desahogarme con él. Le señalé también la calidad del amigo que se había interesado por mí, que me había llamado y me había animado tanto. Y me contestó, sencilla y naturalmente, que cada uno se merece los amigos que tiene y que yo me merezco los mejores.
Estoy mayor, me siento un inútil, estoy muy sensible, veo que soy un bobo, tengo amigos que me quieren mucho... Conclusión: Una fugaz lagrimita me escurre por el borde la nariz. Ay, Señor, qué mentecatez, qué blandura.
Al día siguiente, también ignorando dónde se metía y sin imaginar la muñeca chochona que se iba a encontrar, me llamó Emilio para otra cosa. Nueva exaltación de la amistad. Enésima muestra del cariño que me tiene Emilio... No os riáis, pero con todo esto me siento triste, patoso, torpe y muy feliz.
Pedro, otro de los grandes amigos, contrapesaba la tensión hablándome del asunto desapasionadamente, pero cumpliendo también una función decisiva para conseguir un cierto equilibrio en mi estúpido yo.
Y ya el colmo, la bomba, fue cuando David (mi amigo David, pero no olvidemos que al mismo tiempo uno de mis rivales en la pelea) me mandó un mensaje preguntándome que me había pasado y brindándome su ayuda.
Os podéis imaginar que si las llamadas anteriores me habían provocado un leve temblor de garganta y de lagrimales, la de David produjo en mí un tsunami, tres culebrones venezolanos, Toy Story 3, Up, La milla verde, Qué bello es vivir, Bambi, y doscientos boleros, todo junto.
Me explicó cómo había justificado él ese punto. Yo ya había contestado (me había dado una prisa bárbara para subsanar mi exclusión), pero lo que me dijo David añadía otro detalle que, aunque yo pensaba que era más bien accesorio, me hizo volver a subsanar. Estaba dentro del plazo, así que resubsané después de haber subsanado. (Y entonces me volví a quedar preocupado por si la resubsanación sería contraproducente, anularía la primera subsanación o provocaría yo qué sé. La burocracia me da miedo. Pero miedo de verdad. Me hunde en el pesimismo, en la negatividad, en el fracaso).
Le conté a mi mujer, muy emocionado, el gesto de David. Ella no se extrañó nada y me dijo que yo también habría hecho lo mismo por él. Me quedé un poco descolocado, con ganas de decirle que no era lo mismo, que yo qué sé. Pero sí, claro, naturalmente que yo habría hecho lo mismo. O no sé. Las cosas surgen como surgen y el caso es que fue él quien tuvo que ayudarme a mí y no yo a él.
Llegó agosto y quedó todo suspendido. Y finalmente se publicaron las listas definitivas de admitidos al juego y yo estaba. Qué alegría.
De verdad, pensad lo que queráis, pero yo me sentía ya triunfador por haber conseguido entrar. (En aquella ocasión que conté hace años tampoco pasé ni siquiera a la arena por un defecto de forma. Es verdaderamente una maldición). Una vez dentro, la "baremación" de mis méritos no era ya cosa mía. Yo había cumplido y me quedé tranquilo y satisfecho.
Hoy finalmente han salido los resultados y no he sido el elegido. David tampoco, cosa que considero una injusticia. Pero él es joven y está adquiriendo más méritos cada día. Pronto conseguirá lo que se proponga.
Es una sensación agridulce. Me fastidia no haber conseguido lo que quería, claro que sí. Pero toda esta experiencia ha merecido la pena y me ha hecho muy feliz. Hay muchas cosas que están muy por encima de aquel objetivo, pero ninguna lo está de los buenos amigos.
Postdata que no tiene nada que ver.- Hoy, 18 de septiembre de 2018, mientras estaban saliendo los resultados que he dicho, he comido con mi prima Eli para celebrar su cumpleaños. Siempre nos regalamos un libro y hoy le llevaba (esta vez era obvio) la recién publicada novela de Eduardo Mendoza
Los buenos amigos
Nos damos dos besos, nos sentamos, pedimos una cerveza cada uno, hablamos, miramos la carta y mi prima me dice: ¿Ese no es Mendoza? ¡Era él! Acababa de entrar y estaba en la barra. Pensaba (como siempre) regalarle el libro en el postre, pero he saltado como un loco, gritando y jadeando. He sacado el libro, le he contado lo del cumpleaños y que siempre nos regalamos fantásticas novelas, y que esta vez sería una maravilla regalársela dedicada. Ha venido a nuestra mesa, ha felicitado a mi prima y le ha dedicado el libro. Le he dicho que qué casualidad haberle visto y nos ha dicho que no, que había venido a este restaurante aposta para dedicarle la novela a mi prima. Ha comido al lado de nosotros y ha terminado antes. Al irse se ha despedido con gran simpatía. No sé si todo tiene que ver, pero qué casualidad más estupenda, qué persona más simpática y más agradable.
Conclusión perogrullesca y tonta: Qué cantidad de hijos de puta hay en el mundo y qué cantidad de buena gente, de personas estupendas. Qué compleja maravilla es todo esto.
Los buenos amigos

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