Revista Cultura y Ocio

Los cafés madrileños en la obra de Galdós. CAPÍTULO I

Por Historia Urbana De Madrid Eduardo Valero García @edjaval

Restablecida la Constitución Gaditana en 1820 adquirieron extraordinaria importancia política los Cafés de la Cruz de Malta, Fontana de Oro y Lorencini." [1]

Las antiguas botillerías madrileñas, locales donde se vendían bebidas, fueron convirtiéndose en lugares de reunión malolientes y de escasa iluminación, ideales para fraguar conspiraciones y otras costumbres más pecaminosas. A principios del siglo XIX esos locales de dudosa reputación comenzaron a denominarse cafés.
No será hasta después de 1860 cuando los cafés se refinen y cambien su orientación hacia una clientela más selecta, principalmente vinculada al mundo de la literatura y la política.

Benito Pérez Galdós llegará a Madrid en 1862 y conocerá el café en su máximo esplendor. Había nacido el café de las tertulias; centro neurálgico de la sociedad madrileña y espacio fundamental para el desarrollo de la cultura y la exaltación del discurso político.
Por eso Galdós, además de frecuentarlos con asiduidad, los inmortalizará en muchas de sus obras. Lo hará como mera mención; describiendo su ambiente o aspecto; utilizándolos como referencia geográfica; clasificados según el tipo de clientela que los frecuenta; como simple decorado de la acción narrada; o, como no podía ser de otra manera, dando título a una de sus obras:La Fontana de Oro.

"Mientras nos detenemos en esta descripción, los grupos avanzan hacia la mitad de la calle y desaparecen por una puerta estrecha, entrada a un local, que no debe de ser pequeño, pues tiene capacidad para tanta gente. Aquella es la célebre Fontana de Oro, café y fonda, según el cartel que hay sobre la puerta; es el centro de reunión de la juventud ardiente, bulliciosa, inquieta por la impaciencia y la inspiración, ansiosa de estimular las pasiones del pueblo y de oír su aplauso irreflexivo. Allí se había constituido un club, el más célebre e influyente de aquella época. Sus oradores, entonces neófitos exaltados de un nuevo culto, han dirigido en lo sucesivo la política del país; muchos de ellos viven hoy, y no son por cierto tan amantes del bello principio que entonces predicaban." [2]

En esta nuevo serie de artículos de Madrid y Galdós, volvemos atrás en el tiempos para recuperar en la persona de Galdós y su obra la vida de los antiguos cafés de Madrid.
Lo hacemos en tres capítulos, tratando en el segundo los cafés de tipo cantantes, y en el tercero una enumeración de los que Galdós cita en Fortunata y Jacinta.

Si ya tuvimos una breve introducción con La Fontana de Oro, ahora, y como aperitivo, la mención que hace el escritor en Fortunata y Jacinta de varios cafés madrileños de la segunda mitad del siglo XIX:

"Quien se hubiera tomado el trabajo de seguir los pasos de Rubín desde el 69 al 74, le habría visto parroquiano del café de San Antonio en la Corredera de San Pablo, después del Suizo Nuevo, luego de Platerías, del Siglo y de Levante; le vería, en cierta ocasión, prefiriendo los cafés cantantes y en otra abominando de ellos; concurriendo al de Gallo o al de la Concepción Jerónima cuando quería hacerse el invisible, y por fin, sentar sus reales en uno de los más concurridos y bulliciosos de la Puerta del Sol." [3]

Para Galdós, "Rubín" (Juan Pablo Rubín) es un ser que había nacido para vivir en el café, y no en uno, sino en varios. Gran parte de las horas de su día, y de su vida, las pasa allí con sus amigos.

"Hasta la memoria le faltaba fuera del café, y como a veces se olvidara súbitamente en la calle de nombres o de hechos importantes, no se impacientaba por recordar, y decía muy tranquilo: "En el café me acordaré". En efecto, apenas tomaba asiento en el diván, la influencia estimulante del local dejábase sentir en su organismo. Heridos el olfato y la vista, pronto se iban despertando las facultades espirituales, la memoria se le refrescaba y el entendimiento se le desentumecía. Proporcionábale el café las sensaciones íntimas que son propias del hogar doméstico, y al entrar le sonreían todos los objetos, como si fueran suyos. Las personas que allí viera constantemente, los mozos y el encargado, ciertos parroquianos fijos, se le representaban como unidos estrechamente a él por lazos de familia. Hasta con la jorobadita que vendía en la puerta fósforos y periódicos tenía cierto parentesco espiritual." [3]

Los cafés madrileños en la obra de Galdós. CAPÍTULO I


"Ya faltase todo el día al taller de Bou, ya asistiese puntualmente, nunca dejaba de ir al café del Sur. A veces no estaba más que un rato, a veces cuatro o cinco horas. Se le veía solo, en blusa azul y gorra, con los codos sobre la mesa, el vaso de café delante y en la boca un puro de a cuarto, mirando las nubecillas de humo con estúpida somnolencia. [...] Durante algún tiempo su único consuelo ha sido agregarse a Mariano en el café del Sur y frente a él exhalar sus quejas, semejantes a las de los pastores de antaño; y así como las ovejas (dicho está por los poetas) se olvidaban de pacer para escuchar los cantos de los Salicios y Nemorosos, Mariano dejaba enfriar el café por atender a lo que D. José le refería."[4]

La primera noticia sobre este café la encontramos en la sección de Edictos Judiciales del Diario Oficial de Avisos de Madrid del 26 de octubre de 1873, donde se citaba y se llamaba "a Isidro el Pasiego, Manuel Veraza, Bernardo conocido por el Cervato, a un tal Eduardo que estuvo tomando café en el del Sur, plaza del Progreso, la noche del 13 de abril de 1872..."


Escribe Luis Taboada en el artículo " El león herido", publicado por La Ilustración Ibérica el 20 de agosto de 1892:

"D. Benito se pasaba la viudez en un banco del paseo de Recoletos, viendo pasar a las muchachas bonitas, y en el café del Sur, adonde iba todas las noches, sin faltar una. Allí era objeto de la admiración de las gentes por su marcial apostura y por los platos de jamón con tomate, que engullía con verdadero deleite." (Aclaramos que no habla de don Benito Pérez Galdós)

Los cafés madrileños en la obra de Galdós. CAPÍTULO I

Café de la Iberia
También en La desheredada Galdós cita éste Café de la Iberia, al que acudía con frecuencia. Estaba situado en la Carrera de San Jerónimo número 29-31, frente a la calle del Lobo (hoy Echegaray):

"¡Cuánta gente en la Carrera! Es abierta lonja de noticias. El Congreso, donde se forja el rayo; el Casino, donde imperan los desocupados, y el café de la Iberia, que es el Parnasillo de los políticos, dan a esta calle, en días o noches de crisis, un aspecto singular." [5]

El Diario de Madrid, del 18 de junio de 1842, anuncia la inauguración del Café de la Iberia en la Carrera de San Jerónimo.

En La Ilustración Artística, del 27 de enero de 1908, D. Carlos Cambronero hace una descripción detallada del café en su artículo " La mesa de Luis Eguilaz en el Café de la Iberia":

"En un caserón destartalado, con entrada, por la Carrera de San Jerónimo y accesorias á la travesía de Gitanos, hoy calle de Arlaban, hallábase establecido en Madrid, hace cuarenta años, el renombrado café de La Iberia, punto de reunión de políticos, escritores y toreros. Tenía el café dos salones con puertas a la Carrera; uno pequeño con reja además, junto a la cual se sentaban los discípulos de Montes y del Chiclanero; y otro de grandes dimensiones que comunicaba en su fondo con un patio al que habíamos convenido en llamar jardín y que se abría al público durante la temporada de calor. El café era frecuentado únicamente por el sexo feo; pero en verano acostumbraban las señoras á entrar en el jardín para tomar sorbetes, quesitos helados y la clásica leche merengada, artículo en que este café hacía la competencia al de D. José Pombo, situado en la calle de Carretas.
El salón grande tenía dos puertas, y de éstas, la que estaba próxima á la casa número 31 permanecia cerrada en invierno; tras sus cristales se hallaba un velador grande, al que se sentaba todas las tardes el poeta Luis Eguilaz con buen golpe de amigos y con tertulianos renovados periódicamente según los quehaceres de cada cual."


César González-Ruano, en un artículo sobre Leopoldo Alas (Clarín) publicado en el Heraldo de Madrid, del 13 de junio de 1929, citará al café de la Iberia:

"Se imaginan las tertulias del café de la Iberia y la cervecería Inglesa en la carrera de San Jerónimo, cuando se creía como artículo de fe que D. Manuel del Palacio podía destrozar u n a reputación con una cuarteta. Todas las épocas tienen su "ingenioso terrible". En la nuestra también el público cree destrozada una personalidad por una sutileza de D. Jacinto Benavente o una grosería del barbudo manco."


En el mes de junio de 1912 comienza a anunciarse en los periódicos la liquidación de todos los " enseres, vinos, licores, cristalería, lunas, aparatos, mesas, sillas, divanes, cocina, garrafas, estaño, mostrador, estantería, etc., etc." del café de la Iberia. Era el fin de uno de los tantos cafés de tertulia donde el pueblo se divertía, conspiraba, bebía, se refrescaba, y recordaba el Madrid decimonónico.

Los cafés madrileños en la obra de Galdós. CAPÍTULO I

"Misericordia"
En Misericordia se citan dos cafés. En el primero Galdós describe el local y a los parroquianos que lo frecuentaban; el segundo es una mera mención:

Café de la Cruz del Rastro
Situado en la calle de la Ruda.

"A ver si encuentro a Almudena por el camino, que esta es la hora de subir él a la iglesia. Y si no nos tropezamos en la calle, de fijo está en el café de la Cruz del Rastro. [...] Asintió Benina al convite, y un rato después hallábanse los dos sentaditos en el café económico, tomándose sendos vasos de a diez céntimos. El local era una taberna retocada, con ridículas elegancias entre pueblo y señorío; dorados chillones; las paredes pintorreadas de marinas y paisajes; ambiente fétido, y parroquia mixta de pobretería y vendedores del Rastro, locuaces, indolentes, algunos agarrados a los periódicos, y otros oyendo la lectura, todos muy a gusto en aquel vagar bullicioso, entre salivazos, humo de mal tabaco y olores de aguardiente." [6]

Mucho hemos buscado para encontrar datos sobre este café que cita Galdós. Sabemos, por el Diario Noticioso Universal del sábado 3 de mayo de 1760, que en la calle de la Ruda hubo una aguardentería, pero poco más podemos decir.

Los cafés madrileños en la obra de Galdós. CAPÍTULO I

"Entran en el café de Lepanto, triste, pobre y desmantelado establecimiento que ha desaparecido ya de la Plaza de Santo Domingo, sin dejar sombra ni huella de sus pasadas glorias. Instálanse en una mesa y piden café y copas." [7]

El café de Lepanto abrió sus puertas el 24 de mayo de 1863. Así lo publica el periódico monárquico La Esperanza, del 25 de mayo de 1863, que transcribe un anuncio de La Correspondencia en el que reza lo siguiente:

"Ayer tarde se han abierto otros dos cafés en Madrid: uno con el título de Lepanto en la calle Ancha de San Bernardo, y otro con el del Siglo en la calle Mayor, en la misma casa donde se establece el Círculo Mercantil. Hace pocos días se inauguró otro en la calle de San Vicente. El gremio se conoce que progresa."

Aunque no figura en la extensa lista de los cafés cantantes que hubo en Madrid, lo cierto es que en el de Lepanto se representaban comedias, lo que hace suponer que era un café-teatro; por lo menos así lo cuenta La Esperanza del 16 de agosto de 1866:

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Quizá la decrepitud del café, de la que habla Galdós más arriba, tenga relación con la noticia aparecida en el Diario Oficial de Avisos de Madrid del 12 de diciembre de 1868:

Los cafés madrileños en la obra de Galdós. CAPÍTULO I


Serán protagonistas del Capítulo II los cafés cantantes. Galdós cita al de Naranjeros y al de Diana en dos de sus obras.

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