Lo más peligroso para la Literatura son los Grandes Proyectos. El escritor que se dice: “Voy a contarle al mundo cómo era la España franquista”, lo más probable es que la cague. La literatura está para contar historias, no para explicar el mundo ni dar lecciones. El escritor que sólo piensa en lo Grande, generalmente acaba escribiendo historias de escaso valor literario. Aspira tanto a lo excelso que se olvida que una buena novela necesita un buen desarrollo, una trama, una estructura… El escritor que se cree filósofo y sociólogo suele olvidarse de que ante todo debería ser un buen narrador y un humilde creador de tramas. Ese escritor generalmente la caga. Y además puede que se llame Jessica Hagedorn.
En “Los comedores de perros” Jessica Hagedorn intenta ofrecer un retablo de la Manila del dictador Marcos. La forma de ejecutarla me recuerda algo a lo que Camilo José Cela hizo en “La Colmena”. Hagedorn, como Cela, reduce la ciudad que quiere contar a retazos, a historias fragmentadas que les ocurren a personajes de distintas clases sociales. Aunque posiblemente el modelo de Hagedorn no haya sido Cela, sino Dospassos. Dos escritores menores que copian al mismo modelo. Los retazos que componen la novela de Hagedorn son superiores a los de “Cela”. Sin embargo, como conjunto, “La Colmena” me parece más equilibrada y más conseguida.
La novela de Hagedorn incluye: la entrevista a Severo Alacran el triunfador hecho a sí mismo, sin escrúpulos, a cargo de Cora Camacho, que aspira a convertirse en su amante. El hijo de la prostituta, que quiere a salir de la pequeña delincuencia, tal vez convirtiéndose en el mantenido de un hombre o una mujer ricos, no es que importe mucho el género. Romeo Rosales, el aspirante a actor, que se ve envuelto en el abrazo de araña de Trinidad Gamboa, una mujer que le es cómoda, pero a la que no ama. Las historias del clan Gonzaga, que el lector intuye que están sacadas de la propia familia de la autora y que son retratos bastante ajustados de la vida de una familia filipina de clase media-alta. La coronación de Daisy Consuelo Avila, hija del senador opositor Domingo Avila, como Miss Filipinas y lo que ocurre a continuación. Lo que podría ser un sueño de Imelda Marcos, mucho kitsch e iconos norteamericanos. Una visión del Festival Internacional de Cine de Manila vista a través de los ojos de un director de cine alemán, que podría ser Fassbinder…
Las historias que componen el libro se interrelacionan sutilmente. Romeo Rosales es un fan de la actriz Lolita Luna, a la que en otra parte del libro vemos como amante del General (un trasunto del dictador Marcos). Los Gonzaga están emparentados por el dinero con Severo Alacran y están orgullosos de esa conexión. Incluso el hijo de la prostituta está conectado con Severo Alacran, por vía de Andrés, un pariente pobre de la familia Alacran.
Cuando un escritor juega con varias tramas, le gusta interrelacionarlas. A veces es una prueba de ingenio, del tipo de “relaciona a Humphrey Bogart con Jim Carrey a través de otros actores”. Otra veces, las interrelaciones juegan un papel esencial en la estructura de la novela. En el caso de Hagedorn las interconexiones entre las diversas tramas, por más que sean sutiles e ingeniosas, no pasan de ser un divertimento menor. Ni ayudan a que la historia avance, ni tienen una función estructural. La novela no habría cambiado si Romeo Rosales hubiese sido un fan de Sharon Cuneta, en lugar de Lolita Luna.
Imitando a DosPassos, Hagedorn interrumpe a veces la narración con breves fragmentos tomados de aquí y de allá, cuya función sería introducir una nueva reflexión sobre Filipinas. Esas fragmentos van desde una intervención del Presidente MacKinley ante una delegación metodista en la que les explica cómo le fue revelado que lo mejor que podía hacer Estados Unidos era quedarse con Filipinas tras la guerra hispano-norteamericana, hasta la noticia de que el gobierno pagará 5 pesos a los residentes de Tondo por cada 1.000 moscas que capturen.
“Los comedores de perros” como estructura novelística se parece a una manta deshilachada. Puede que los colores sean bonitos, pero no sirve para abrigarse. Los retazos que componen el libro están muy bien escritos y transmiten una imagen muy ajustada de lo que son Manila y la sociedad filipina, pero al final dejan la impresión de un gran experimento fallido.