Editorial Fondo
de Cultura Económica. 231 páginas. 1ª edición de 1915 y de 1909; ésta es de
2004.
En mi cumpleaños de hace al menos
dos o tres años, mi novia me regaló este libro con dos novelas del mexicano Mariano Azuela (Lagos de Moreno, Jalisco, 1873 -Ciudad de México, 1952). Ella había leído la
primera –Los de abajo-, que es la novela más representativa de este
autor clásico mexicano, que además de ejercer de médico durante cuarenta y
cuatro años escribió veintiocho novelas. No he leído antes este libro porque el
Fondo de Cultura Económica ha hecho una
edición conmemorativa de sus setenta años de historia, pero presenta las novelas
ante el público sin ninguna introducción ni una mísera nota. Estas novelas, me
pareció en su momento, eran de las que para disfrutarlas habría que leer una
buena edición anotada de Cátedra. Al final decidí que me acercaría a ellas de
todos modos.
Los de abajo es la novela clásica de la revolución mexicana. Azuela
se había significado en su pueblo contra la dictadura de Porfirio Díaz, apoyó
la presidencia de su sucesor, Madero, y cuando el militar Huertas asesino a
Madero y volvió a una línea continuista con las políticas de Díaz, apoyó la
revolución. De hecho, Azuela llegó a participar en la revolución mexicana como
médico militar. De esta experiencia se nutre la que –según los críticos- va a
ser su obra más importante, Los de abajo,
un texto clásico dentro de la cultura mexicana.
En Los de abajo el narrador nos presenta a Demetrio Macías, campesino
que se hará revolucionario por la presión a la que le somete el cacique de su
pueblo. En las primeras páginas del libro, los federales le van a buscar a su
casa y, como consigue huir, la incendian. La violencia caciquil no parece
dejarle a Demetrio más camino que el de la lucha armada, que emprenderá con
algunos compañeros de su pueblo, personas bastante iletradas. La rebeldía de
Demetrio es visceral, rudimentaria. El soporte teórico y político se lo
suministrará Luis Cervantes, joven estudiante de medicina que ha decidido
unirse a la revolución. Los compañeros rebeldes llaman a Cervantes “el curro”,
que al principio no sabía lo que significada, pero que por el contexto -y con
la confirmación de una edición anotada de Los
de abajo de Vicens Vives que
saqué de la biblioteca Eugenio Trías-, supe que es como las personas del campo
mexicano llaman a los señoritos de ciudad. Los campesinos tardan en fiarse de
Luis Cervantes, pero éste, gracias a su labia y sus mañas, se irá haciendo un
hueco en el grupo. Pronto, la buena fe y los ideales de Cervantes quedarán en
entredicho para el lector; Cervantes parece ser el vivo que sabe arrimarse al
sol que más calienta, y previendo un triunfo de la revolución trata de acercarse
a alguno de sus líderes. Por supuesto, tampoco dudará en abandonar el campo de
batalla cuando las cosas pinten feas.
Los de abajo está escrito en capítulos cortos, muy vivos, con
breves descripciones del paisaje muy precisas y poéticas. Este rasgo del estilo
de Azuela, creo que ha influido en la escritura de otros grandes autores
mexicanos como Juan Rulfo o Jorge Ibargüengoitia.
El registro del narrador es
culto, con abundancia de mexicanismos. Lo que hace recomendable para un lector
español la lectura de una edición anotada. Yo consulté la de Vicens Vives
cuando ya estaba casi acabando esta primera novela y me gustó poder reconocer
las palabras explicadas. También leí la introducción que tiene este libro sobre
la vida del autor y el contexto histórico, lo que hizo que lo leído cobrara más
fuerza. Al fin y al cabo, Azuela no deja de estar escribiendo para un lector
que conoce los hechos narrados. Así se habla de la batalla de Zacatecas, que
tuvo lugar en la realidad. Yo no sabía, por ejemplo, que después de que los
revolucionarios entraran en Ciudad de México, los distintos grupos de Pancho
Villa, Emilia Zapata o Carranza empezaron a disputarse entre sí el poder. Y con
esta pesadilla antirrevolucionaria será como acaba el libro.
Decía que el narrador de Los de abajo es preciso en sus
descripciones y usa un registro culto del idioma, pero el libro, cuajado de
diálogos, reflejará en éstos el habla popular de los campesinos. Así nos
encontraremos en los diálogos con la dificultad añadida a la comprensión de los
modismos mexicanos de la época la de leer un discurso oral plagado de faltas de
ortografía. De hecho, Los de abajo es
famoso precisamente por esto: por primera vez en la literatura mexicana un
autor da voz a los que normalmente no la tienen. De todos modos, con este tipo
de comentarios sobre el lenguaje no quiero desalentar a los lectores españoles.
Recomiendo una edición anotada, pero Los
de abajo –salvo alguna palabra suelta que costará comprender y que se puede
intuir por el contexto- se puede leer perfectamente sin anotaciones.
Me decía mi amigo mexicano Federico Guzmán que Los de abajo es la primera novela
revolucionaria y a la vez acaba siendo la primera novela antirrevolucionaria.
Mariano Azuela ha estado en el frente, ha convivido con los auténticos
revolucionarios y a la hora de escribir le mueve el deseo de plasmar la
realidad. Por esto, en ningún momento nos muestra una visión edulcorada de su
entorno. Junto con los ideales revolucionarios de justicia social también se
encuentra la barbarie, el deseo de sangre, el pillaje; y más de un
revolucionario en vez de dar rienda suelta a sus ansias de justicia lo hará a
sus deseos de sadismo. Demetrio Macías, el héroe, personaje inventado, pero con
algunos rasgos de algún líder revolucionario que conoció Azuela, es un hombre
con un código de honor propio, pero no se atendrán a ningún código algunos de
sus hombres, como el güero Margarito, personaje siniestro.
Muchas de las imagines clásicas
sobre la revolución mexicana que un ciudadano español medio pueda tener en la
cabeza (las mujeres soldado, los revolucionarios a caballo, el desmadre de la
lucha…) provienen de este libro, y gran parte de su estética ha sido copiada en
obras literarias y cinematográficas posteriores.
Los de abajo es un libro con un potente sentido del ritmo, que hace
un gran uso de la elipsis, y que en un número reducido de páginas consigue
levantar un gran fresco de la revolución mexicana. Un estupendo libro.
Después leí Mala yerba, escrito seis
años antes que Los de abajo, en 1909.
Si Los de abajo es la novela de la
revolución mexicana, Mala yerba
podría ser la novela de la prerrevolución. En Mala yerba el narrador nos acerca a un pueblo del campo mexicano
dominado por la familia Andrade, unos caciques pendencieros, con una fortuna de
dudoso origen, cuyos descendientes -como uno de los protagonistas, Julián
Andrade- son descritos como degenerados. Este es un libro sobre pasiones
primordiales: celos, odios, lujuria… Marcela, la hija de un campesino, llamado
señor Pablo, sabedora de su belleza jugará con don Julián, el amo. Julián es un
joven con poca paciencia para juegos de desplantes y celos, y la novela empieza
con un asesinato: Julián dispara sobre el pastor que coquetea con Marcela,
mientras ésta parece rechazarle a él. Un asesinato y una impunidad: Julián es
un Andrade y la justicia no quiere problemas con él. El caldo de cultivo
prerrevolucionario está aquí concentrado. Quizás esta idea de la impunidad de
los Andrade caiga en contradicción con una información suministrada al lector
hacia la mitad de la novela, y que hasta entonces no ha sido insinuada en
ningún momento (de hecho, el texto nos estaba insinuando lo contrario): Julián
tiene dos hermanos encerrados en la cárcel por sus crímenes. Tuve la impresión
al leer esto que Azuela, hacia la mitad del camino, no tenía muy claro qué
sendero tomar para su novela, y aparecieron aquí nuevos parientes de una forma
un tanto inverosímil.
Mala yerba, aunque comparte ya el rasgo de darle la voz a las
personas del pueblo en sus diálogos, es una novela más antigua que Los de abajo, pero no por los escasos
seis años que las separan sino porque el narrador de Mala yerba, en vez de mostrarnos a los personajes a través de sus
acciones y sus palabras, como ocurre en Los
de abajo, le explica al lector constantemente qué tiene que opinar sobre
los personajes. De este modo, Mala yerba se
convierte en una novela menos sutil, deudora del naturalismo del siglo XIX, con
personajes de tesis que sucumben continuamente a sus bajas pasiones.
Las descripciones de la
naturaleza son más espesas y con menos encanto en Mala yerba que en Los de
abajo, y así el lector de Los de
abajo acaba leyendo Mala yerba
entregado ya a Azuela, quien le ha mostrado que es un gran escritor, pero no
deja de pensar que en Mala yerba le
quedaba aún camino por recorrer para poder encontrarse con la que iba a ser su
obra maestra.