Revista Cultura y Ocio

Los detectives perdidos, por Leticia Sánchez Ruiz

Publicado el 01 octubre 2023 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Los detectives perdidos, por Leticia Sánchez Ruiz
Los detectives perdidos, de Leticia Sánchez Ruiz

Editorial Pez de Plata. 175 páginas. Primera edición de 2022

Intercambié unos mensajes con Jorge Salvador, al frente de la editorial asturiana Pez de Plata, y quedamos en que me iba a enviar las novelas Los detectives pedidos de Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980) y La suerte suprema de Mariano Antolín Rato. De Pez de Plata había leído, con anterioridad, Los reinos de Otrora de Manuel Moyano, 2222 y Nueve semanas (justas-justitas) de P. L. Salvador, y Silencio tras el telón del sueño de Mariano Antolín Rato. Pez de Plata edita con mucha exquisitez y le gustan las obras híbridas, aquellas que mezclan géneros, normalmente usando el humor.

Conozco a Leticia Sánchez Ruiz de las redes sociales, principalmente de Facebook, donde me gustan las fotos que cuelga imitando imágenes famosas de escritores. Compró mi novela Caminaré entre las ratas, la mostró en su muro de Facebook y tenía ganas de corresponderla y saber cómo era su obra. Los detectives perdidos es su quinta novela publicada.

Con el título Los detectives perdidos imaginaba que Sánchez Ruiz, estaba evocando al Roberto Bolaño de Los detectives salvajes y que, de un modo u otro, su obra interpelaría a la del chileno. Una vez acabado el libro, puedo decir que no ocurre así exactamente, pero sí hasta cierto punto; sobre todo, cuando uno de los personajes de la novela de Sánchez Ruiz afirma «un detective perdido es un poeta exiliado» (pág. 120)

Elfamoso detective privado Alfredo Casares Biel entra en el despacho de los detectives Homero y Aldara Rosales, padre e hija, para contratar sus servicios: ha desaparecido Andrea Cosano, la que ha sido su novia durante un año y medio, y no puede encontrarla por sí mismo. «Añadió que no estaba en condiciones de buscarla porque temía que al hallar cosas que no le gustaran acabara matando a alguien y terminara en la cárcel antes de encontrarla.» (pág. 6) Los Rosales aceptan el caso y empiezan a indagar en el informe que Casares Biel les ha preparado. Pronto, las escasas pistas sobre la desaparición de Cosano los llevarán a un callejón sin salida. Y para salir de él, los Rosales deciden contratar a otra detective privada, a Marta Margaride, creando ya una cadena de detectives privados que se van pasando el testigo del caso.

El lector, después de unas primeras páginas de incertidumbre, acabará comprendiendo que el narrador de esta historia es también un detective privado que le cuenta los avatares del caso Andrea Cosano a otro colega de profesión. Las escasas particularidades del caso de Andrea Cosano actuarán como un leitmotiv en esta novela, en la que el lector principalmente se va a acercar a las vidas, un tanto perdidas, de un puñado de detectives, por cuyas manos va a pasando el caso, que acabarán siendo amigos y que se reunirán a comer, al menos, una vez al año.

En la portada del libro aparece una matrioska, una muñeca rusa, abierta y, por tanto, a punto de mostrarnos a otra muñeca rusa que alberga en su interior. Esta metáfora también se una en el interior del libro, ya que en la página 152 se afirma que esta historia es «una muñeca rusa de detectives».

Sánchez Ruiz nos presenta aquí a un detective detrás de otro. Por tanto, la novela funciona como un relato dentro de otro relato. Y, en este sentido, la novela sí que sería de influencia bolañesca, ya que al chileno le gustaba mucho la construcción de una historia dentro de otra. Cada detective suele destacar en un aspecto de su profesión: infidelidades, seguimientos, búsquedas en el pasado, identificación de rostros… y de cada uno de ellos, Sánchez Ruiz nos contará su historia, así como la de algunos de sus casos y, por tanto, la historia de sus clientes.

Sánchez Ruiz hace en Los detectives perdidos un muestrario de detectives y también de los tipos de clientes que suelen frecuentarlos. Hay clientes que quieren saber si su pareja les es infiel, pero también hay otros que quieren averiguar si una persona, que se puede convertir en la posible pareja del cliente, esconde algo en su vida, antes de empezar una relación con ella, y, en este sentido, los detectives se convierten en «tarotistas». Sin dejar de ser una novela realista (aunque en más de una de las páginas se juega con la idea de verosimilitud narrativa), Sánchez Ruiz hablará aquí de personajes excéntricos y de historias estrambóticas o peculiares, como la del marido que le pone los cuernos a su mujer con su hermana gemela, porque las personas buscan lo cercano, pero también lo diferente.

La novela, dentro de un uso del lenguaje contenido (de escasa adjetivación), se recrea en mostrar más de una sentencia sobre el carácter humano, como por ejemplo ésta de la página 169: «Nadie sabe cometer un fraude como aquel que se dedica a investigarlos.»

Según avanzaba en las páginas de Los detectives perdidos me estaba cuestionando por qué a nadie se le ocurría rastrear el teléfono móvil de Andrea Casano, para darme cuenta de que la historia no estaba ambientada –o no partía desde– en la época actual. Las pesquisas sobre Casano llevarán a alguno de nuestros detectives a investigar las películas que sacaba de un videoclub. Así, aunque en la novela no hay fechas explícitas, el lector acabará comprendiendo que la historia de la desaparición de Andrea Casano parte de mediados de los años 80. También aparecerá algún vídeo grabado en una cinta VHS. La historia se irá arrastrando por los años hasta que haga su irrupción internet.

Al principio, tampoco tenía claro, si a pesar de que la mayoría de los nombres de los detectives eran españoles, la acción se situaba en una ciudad española o si Sánchez Ruiz había creado un espacio inventado para situar la acción de su novela; algo que me parecía lógico, puesto que sus detectives suponen, en gran medida, un juego metafísico. Pero en la novela se acabará hablando de la guerra civil, en unos términos que solo se pueden referir a la española.

En la página 103 se habla de «un cachi de cerveza»; un «cachi» es un tipo de envase que en Madrid, por ejemplo, se denomina «mini» y «cachi» es un término del norte. Así que al final he acabado pensando que la ciudad innominada de Sánchez Ruiz era una ciudad del norte de España, que podía ser un trasunto de Oviedo, y la historia, como ya he dicho, partiendo de la década de 1980, se adentraría en el siglo XXI.

Quizás Los detectives perdidos pueda decepcionar a aquellos lectores que se acerquen a ella pensando que se van a encontrar con una novela negra al uso, con su detective, su mujer desaparecida, sus bajos fondos… y todo esto, en realidad, está en la novela, pero no de la forma que suele ser habitual en el género; sino que Sánchez Ruiz se sirve de los convencionalismos de este género, para crear una obra personal y juguetona, que tiene que ver más con una búsqueda existencial que con la de una persona desaparecida. En cierto modo, los detectives metafísicos de Sánchez Ruiz me han recordado a los de Paul Auster en su famosa Trilogía de Nueva York, que puede ser una de las referencias ocultas de la novela.

Diría que Leticia Sánchez Ruiz ha investigado sobre la historia de la profesión de detective en España y también que ha elaborado mucho la estructura de su novela. Además, ha hecho un gran uso de la imaginación para crear todos los pequeños relatos sobre detectives y sus clientes que componen el libro. Los detectives perdidos, la primera novela que leo de esta autora, me ha sorprendido gratamente, pareciéndome una obra trabajada y madura.


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