Tato Pavlovsky falleció ayer domingo, a los 81 años.
“Si insistimos en los cuadros psiquiátricos individuales de los torturadores, perdemos de vista el eje central de la problemática: la tortura como institución”.
Al igual que otras declaraciones de figuras públicas que circulan por Internet, ésta de Eduardo Pavlovsky también pulula suelta, desarraigada. A lo sumo la encontramos en distintas presentaciones de El señor Galíndez, obra de teatro que este otro Tato publicó en 1973 e interpretó poco antes de que la Triple A y la Junta Militar de 1976 atentaran contra su persona y lo empujaran al exilio.
Somos nosotros, los seguidores –desde ayer deudos- de Pavlovsky, los encargados de combatir el fenómeno de fragmentación y descontextualización. Nos ayudan los artículos que el dramaturgo, médico y psicoterapeuta publicó en Página/12. Así, podemos vincular la advertencia sobre el riesgo de reducir la práctica de la tortura a la figura del torturador con, por ejemplo, esta reflexión sobre la vigencia del miedo que la última dictadura instauró en nuestro país, y que sobrevive incluso a los “monstruos militares”.
La observación sobre la simplificación de la tortura también evoca el recuerdo de este artículo sobre el “fundamentalismo cristiano”. Para alegría de los admiradores de Edward Said, Tato citó al intelectual palestino en aquella ocasión.
“Quiero morir a los 101 años” escribió en febrero de 2014. Contó que “caminando distraídamente” terminó en una iglesia metodista (“creo que eran evangélicos”), donde lo invitaron a participar del programa Muerte anunciada.
El dramaturgo se llevó el folleto que decía: “Lo acompañaremos hasta 2035… Cinco años antes de su fecha de muerte, puede ingresar a nuestra institución: casa, comida y baño privado, todo sin pagar un peso. Sólo por el amor a Dios”.