Existen dos tipos de personas que “están a dieta”.
1. Los que no tienen sobrepeso
Es decir, los que tienen un peso considerado como saludable –no vamos a entrar en matices de proporciones de músculo y grasa y esas cosas.
Exceptuando los deportistas de élite, el resto de los mortales que siguen un régimen sin padecer sobrepeso lo hacen meramente con fines estéticos. Quieren hipertrofiar sus bíceps, marcar tableta, aparentar estar en muy buena forma o rebajar cartucheras.
Me atrevo a predecir el fracaso.
Y no en sus objetivos, que pueden o no alcanzarse, sino en su bienestar general.
Reducir la propia identidad, lo que uno es, a lo que refleja el espejo puede ser emocionalmente un tanto peligroso.
Sospecho que el ideal que se persigue es inalcanzable.
Por un lado, con el único fin de vender más revistas, cremas, batidos o consultas personales, alguien se está gastando mucho dinero en crear una necesidad aprovechando ciertas debilidades sociales evolutivas –el agradar a los demás, encajar en la tribu–, en hacer creer a un gran número de personas que son lo que se ve, y no lo que son en su totalidad, y empujarles a fijar como objetivo vital un cuerpo que han visto en alguna parte, excepcional o retocado digitalmente.
Y por otro lado, esa simplificación de la propia existencia es tan superficial y banal que el único punto al que puede dirigir a cualquiera es al vacío, a la insatisfacción permanente, ya sea por la frustración de no conseguir nunca ese cuerpo deseado como por la obsesión en “mejorar” o simplemente mantener los resultados ya alcanzados.
Es un callejón sin salida, perfeccionista y neurótico, que tarde o temprano sólo tiene una escapatoria: darse cuenta de la situación, aceptarla como tal, individual y socialmente, y restaurar una relación con la comida para que sea realista –contextualmente hablando–, sostenible y fluida.
Ese día, el no-sobrepeso deja de ser un problema, y el estilo de vida alimenticio se convierte en una consecuencia.
2. Los que tienen sobrepeso
O sea, los que han acumulado tal peso extra que su salud corre ciertos riesgos.
Entonces consultan blogs, prueban mil dietas, experimentan con el ayuno o se ponen en manos de un dietista o un endocrino con un único objetivo: perder peso.
Me atrevo a predecir el fracaso, otra vez.
Y no en sus objetivos, que pueden o no alcanzarse, sino en su bienestar general, otra vez.
Evidentemente, hablo de las personas con sobrepeso que tienen suficientes recursos como para conectarse a internet y estar leyendo ahora mismo este blog. Esto es, personas que tienen suficientes recursos como para tener acceso a cierta información y hacerse con comida de calidad.
Así que no nos engañemos. Creo que ya todo el mundo de cierto nivel sociocultural y económico sabe que el mínimo común múltiplo de la dietética respecto al mantenimiento de un peso saludable es vigilar el consumo de azúcar, harinas refinadas, grasas trans, comida procesada, etc. Entonces, ¿por qué siguen aumentando las cifras de personas con sobrepeso?
Lo que suele pasar es que uno sigue una dieta, a base de voluntad, restringiendo todos esos pseudo-alimentos, y consigue o no adelgazar. Si lo hace, seguidamente, cuando la voluntad se agota o cuando la atención se marcha hacia otra parte, la persona engorda. Y vuelta a empezar.
El fallo del sistema no ocurre en la dieta, ni en el dietista, ni tan solo en la voluntad de la persona, natural y evolutivamente limitada, finita.
El conflicto surge de lo profundo, en la relación socio-emocional entre la comida y uno mismo, un lugar al que sólo se puede acceder, de nuevo, desde el auto-conocimiento, para responder desde la aceptación y realización individual y social, para restaurar una relación con la comida que sea realista –contextualmente hablando–, sostenible y fluida.
Ese día, el sobrepeso deja de ser un problema, y el estilo de vida alimenticio se convierte en una consecuencia.