Revista Arte

Los films que nos hicieron como somos. Quinta Parte

Por Peterpank @castguer

Los films que nos hicieron como somos. Quinta Parte

La cola de caballo y la boca pulposa de Brigitte Bardot cundieron en Occidente, asociados con la imagen de la chica veleidosa y promiscua que enloquecía a los hombres. Las muchachas querían ser como Brigitte en Y Dios creó a la mujer (Roger Vadim, 1956), broncearse desnudas y tener decenas de amantes. Al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante lo cautivaba una mujer del policial negro, hechizadora por cierto, Gloria Grahame (Cautivos del mal, Vincent Minnelli, 1952; Los sobornados, Fritz Lang, 1953). Era hermosa y muy buena actriz, pero otras actrices eran más lindas. Tenía labios carnosos, una voz que podía ser ronca o aterciopelada, siempre envolvente y muy sensual y vulnerable, y una nariz respingada que expresaba soberbia y el cinismo de quien se defiende del sufrimiento con una máscara.

Una mención aparte merece la Norma Desmond de Gloria Swanson en el Ocaso de una vida / Sunset Boulevard (Willy Wilder, 1950), que tenía como apéndice, pero qué apéndice, la cabeza de hierro de Erich von Strohen, su sacrificado hombre para todo servicio. Hoy, esa ex estrella del cine mudo, que no puede resignarse a envejecer , pasó de ser un ícono gay a verse imitada hasta el hartazgo por las mujeres que aparecen en las “vidrieras” de las revistas del corazón o de sociedad, inflamadas por el botox e injuriadas por el bisturí.

Otro rostro de mujer fascinante e implacable es el Jeanne Moreau en Ascensor para el caldaso (Louis Malle, 1957), Loa amantes (Peter Brook, 1960), Jules y Jim ( François Truffaut, 1962) y Eva (Josehp Losey, 1962).

Último rostro de la serie: Silvana Mangano en El proceso de Verona (Carlo Lizzani, 1963), donde interpreta a Edda Ciano, la hija de Mussolini; en Edipo Rey (1967), las dos de Pasolini, y sobre todo en las películas de Visconti, Muerte en Venecia (1971) y Grupo de familia (1974). Esa mujer, que fue una bomba sexual en Arroz amargo (Giuseppe De Santis, 1949), había empezado su carrera como una de las muchas actices italianas hermosas del período para convertirse en una figura trágica a veces; otras de un lirismo arrebatador, que exaltaba y, a la vez devoraba con su presencia todo lo que aparecía en la pantalla. Y cuando Visconti se lo ordenaba, como en Grupo de familia, podía con un gesto y el tono chirriante de su personaje sintetizar la vulgaridad de la burguesía consumista y sin escrúpulos de hoy.

Rosario Rodríguez

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