Un descafeinado de máquina y un pedazo de pan desmigado, cuidadosamente, sobre la bebida, era su manera de comenzar la mañana. Tras el desayuno, Nidia colocaba todo con mucho mimo y orden en aquella cocina antigua, "la estética", decía. Comprobado que los manzanos y verduras seguían sanos y creciendo bajo el cielo nublado de Asturias, cerraba la verja color negro y marchaba tras estar muy segura de que había cerrado bien el candado con llave.
Ahora, tocaba esperar al autobús. Mientras avanzaba entre curva y curva, con las viejas montañas de fondo, esperaba llegar con el tiempo suficiente para realizar su ritual en Gijón. Ya ha llegado, ha paseado a lo largo del muro de San Lorenzo. El Cantábrico, verde andaluz en el norte, indica al chocar contra las rocas que hoy gana su Sporting. Y ella así lo espera. Ha realizado los mandados y toca ahora ir andando hacia el estadio. No era una seguidora acérrima, si consultamos definiciones académicas, pero le gustaba saber que al equipo le iba bien.
En posición cómoda, saca de la bolsa su ejemplar de El Comercio y acude a la sección de deportes. Quiere saber contra quién juega y si son buenos. Saca en claro que se juegan mucho. Ella quiere goles. No cualquiera, golazos. Comparaba un bonito regate y un buen gol con un bello cuadro. Y situada fuera del Molinón, sabría decir si fue un buen gol por el nivel de ruido de las gradas. Ella quería gritos de gol. Si mandaba el silencio, se preocupaba. Eso no podía ser bueno.
Llevaba un buen rato esperando, todavía no había novedades. Aprovechó la calma del ambiente y tomó una pieza de fruta. Oía muchos aplausos, eso le daba ánimos de seguir allí. Estaban cerca esos guajes de marcar. No quería perdérselo. Cuando comenzó a llegar el frío, y a oscurecerse el día, llegó también en forma de cálida manta la cascada de voces al unísono. Nadia se levantó y unió su gritó a ella. "Lástima no tener a mano una buena botella de sidra", pensaba. El defecto de estar allí fuera del estadio era que no podía ver si había sido un golazo. Ya lo vería en televisión. Lo importante es que las franjas rojas y blancas habían marcado.
Ya la gente salía del estadio. Nadia paraba y preguntaba el resultado, sobre todo la descripción del gol. Era mucho mejor así que verlo vía fría pantalla televisiva. Una vez imaginado con gran nitidez en su cabeza, volvía a la parada del autobús. Siempre llegaba con el tiempo justo, pero había ganado el Sporting. Bien merecía ese sofoco de creer que se iba a perder el medio de trasporte de vuelta. Ya sentada, consultaba su próxima excursión al banco.
Nadia tenía llena la imaginación con aquellos días, pues ahora, por precaución responsable, no salía apenas de casa. Estos días de guantes, mascarillas y geles, vivía pegada a la radio. Era el suyo, de los pocos transistores en la aldea que se escuchaban con nitidez. Y así no desconectaba del todo del mundo, ni de su equipo. No le importaban los grandes fichajes, ni las polémicas, ni los sorteos. Ella sólo quería que hablasen de su equipo gijonés. A veces tenía suerte y dedicaban unas líneas, otras veces la información era exclusivamente dar el resultado del partido.
Eso le daba rabia. Aunque su huerto la calmaba rápido. Ya planeaba qué haría cuando el mundo recobrase la cordura. Mientras, en el fin de semana estaba claro que no podía faltar la fabada, ni el arroz con leche. Regaría con un poco de vino aquel banquete y se echaría la siesta. Cuando despierte, encenderá la radio y la colocará en la cocina. Sentada en la silla de madera pintada de azul, disfrutará del descafeinado de la merienda. Y dejará la ventana abierta, le gustaba el sonido de la lluvia de su tierra. Cómodamente preparada, deseaba, antes de que llegase el aguacero, poder haber cantado dos, o más, goles.