Revista Cultura y Ocio
Grace Melbury, hija de un importante maderero que ha invertido en ella mucho dinero dándola una educación lejos de allí por deseo de su padre. Vuelve a Wessex después de terminar sus estudios, allí se encontrará con sus familia y vecinos, uno de ellos Giles Winterbone un aparcero que siempre estuvo destinado a ser su marido pero esta situación se verá truncada con la llegada de un doctor al pequeño pueblo.
Edred Fitzpiers llega a la hermosa villa en busca da tranquilidad y meditación, en una de sus siestas al abrir los ojos descubre a Grace, entre ellos se produce un profundo romance que lleva al doctor a tratar de encontrarse con ella en todo tipo de situaciones. El padre de Grace tratará también por todos los medios posibles que está se prometa al ilustrado y culto doctor para que ella encuentra la felicidad.
Hardy narra un mundo bello, con descripciones de paisajes como retratos realistas y coloridos repletos de naturaleza y frutas. También entrecruza la vida de distintos estamentos sociales para mostrar las diferencias habidas en la época en la que se mueven esos nostálgicos y pobres personajes. A lo largo de la novela la historia de su protagonista se vuelve más cruel pero no por ello pierde belleza. A lo largo del pequeño pueblo inventado por su autor descubriremos las costumbres, quehaceres y entretenimientos se llevaban a cabo, también cómo se llevaba a cabo la tala de los bosques contada con gran precisión en muchos capítulos del libro. Como dice Roberto Frías en su postfacio titulado Cuando la imaginación es la esclava de una circunstancia inalterable describiendo la trama del libro: «A diferencia de sus novelas anteriores, en Los habitantes del bosque ya no hay una defensa de los valores de la clase media. Por ejemplo, la obsesión de Melbury con lograr que su hija, Grace, ascienda socialmente gracias a la educación que él le ha proporcionado con grandes esfuerzos y mediante un matrimonio conveniente comporta infelicidad y trágicas consecuencias. Por otro lado, los impulsos sexuales de todos los personajes los llevan a la transgresión de clase, creando una cadena de amores y deseos no correspondidos. Marty, la campesina pobre, desea al productor de sidra, Giles, quién está enamorado de Grace, la hija de un comerciante de madera más próspero que Giles. Grace es en cierto punto el objeto del mero deseo sexual de Fitzpiers, el médico de aristocrática familia venida a menos, quien, a su vez, quiere y desea a la arribista Felice Charmond (actriz convertida por medio de su matrimonio en aristócrata y rica propietaria). En esta serie de deseos insatisfechos, el principal conflico queda entre Giles y Grace. No son tan distantes en clase social, se conocen desde la infancia y se gustan, pero Giles es demasiado obediente de las conversaciones y Grace no es capaz de enfrentarse a los deseos de su padre hasta que es demasiado tarde.» Inédita hasta el momento, la novela de Thomas Hardy hace una descripción de la sociedad con sus temores y sus mentiras, también un gran cuadro realista cargado de detalles, además de una gran novela imprescindible por su narración.
Recomendado para aquellos que les resulte desconocido su autor, esta novela les sorprenderá, también para aquellos que disfruten de las largas novelas que cuentan con una historia con personajes profundos y ambientes realistas y naturales. Y por último para aquellos que les gusten aquellas novelas que hablan de las relaciones y conflictos entre parejas, aquí hallarán una historia imprevisible y bella.
Extractos:
Por su aspecto y por su olor, Giles parecía el hermano mismo del otoño. Tenía el rostro quemado por el sol, del color del trigo; los ojos azules como las flores de aciano; las mangas y las perneras teñidas de manchas de fruta; las manos pegajosas por el dulce zumo de las manzanas; el sombrero salpicado de pepitas y, a su alrededor, flotaba esa atmósfera general de aroma a sidra que al inicio de cada temporada ejerce una indescriptible fascinación entre aquellos que han crecido en las huertas. El corazón de Grace se elevó por encima de su anterior tristeza como una rama liberada de su peso. Sus sentidos se deleitaban ahora en aquel súbito regreso a la naturaleza sin adornos. Se deshizo del miramiento de tener que ser una mujer refinada por la profesión de esposo, y del barniz de artificialidad que había adquirido en las escuelas de moda, y volvió a ser la rudimentaria chica de campo, con sus instintos más tempranos y latentes. La naturaleza es pródiga, pensó. Apenas acababa de hacerla a un lado Edred Fitzpiers cuando otro ser, que personificaba la virilidad caballerosa y pura, había surgido de la tierra, dispuesto a cogerla de la mano. Sin embargo, todo aquello no era más que un recreo de la imaginación que ella no deseaba alentar. Por lo que de repente, y para ocultar la confusa estima por Giles que había seguido sus pensamientos, le preguntó: —¿Has visto a mi marido? —Sí —respondió Winterborne, dubitativo.
Al asomarse entre los árboles, percibió rápidamente el origen del ruido. Había comenzado la temporada de descortezo, y lo que había oído era el crujido que producía el hendedor al abrirse paso con dificultad por el pegajoso espacio que unía al tronco con la corteza. Melbury solía comerciar con la corteza de los árboles. Como era el padre de Grace y quizás anduviera por el lugar, Fitzpiers se sintió más atraído por la escena de lo que le habría atraído por sí misma, por su interés intrínseco. Cuando estuvo más cerca, reconoció entre los trabajadores a John Upjohn, a los dos Timothy y a Robert Creedle, quien probablemente era un «préstamo» de Winterborne. Marty South también estaba. Tenían a mano un cubo de ordeñar lleno de sidra, en la cual flotaba una copa de media pinta de la que todos bebían al pasar cerca del cubo. Cada árbol condenado al proceso de desuello era atacado primero por Upjohn. Con una pequeña podadera, despejada cuidadosamente el tronco de las ramitas y las manchas de musgo que lo cubrían, desde el suelo hasta una altura de unos treinta o sesenta centímetros. Una operación comparable a la «pequeña toilette» de la víctima del verdugo. Después de esto, se descortezaba el árbol erguido hasta la altura que pudiera alcanzar un hombre. Si alguna vez se pudo decir de un producto de la naturaleza vegetal que presentara un aspecto ridículo, este era el caso: el roble se quedaba con la base desnuda, como si tuviera vergüenza, hasta que el hacha del leñador ejecutaba un anillo alrededor, y los dos Timothy terminaban la tarea de la sierra de corte transversal. En cuanto había caído al suelo, los descortezadores lo atacaban como si fueran langostas. En poco tiempo no quedaba una sola partícula de corteza en el tronco ni en ninguna de las ramas principales. Marty South era experta en pelar las partes superiores, y ahí estaba, enjaulada en aquella masa de ramitas y yemas como una gran ave, clavando su hendedora hasta las ramas más pequeñas, más allá de los puntos más alejados a los que habían llegado los hombres armados de paciencia, y gracias a su pericia. A lo largo de su vida, aquellas ramas se habían mecido por encima del grueso del bosque; eran las que habían recibido los más tempranos rayos de sol y de la luna, mientras que la parte más baja del bosque aún se encontraba sumida en la oscuridad.
Editorial: Impedimenta Autor: Thomas Hardy
Páginas: 452
Precio:19,95 euros