Revista Cultura y Ocio
A la devastación del terremoto y el tsunami, que barrió la costa noreste de Japón el 11 de marzo de 2011 y dejó más de 28.000 muertos y 350.000 desplazados, se sumó un apocalipsis nuclear que no habrían imaginado ni los mejores cómics “manga”.De Hiroshima a Fukushima pasando por Chernóbil. El mundo se volvió a asomar al abismo de una catástrofe nuclear y, una vez más, lo hizo en Japón. El único país que ha sufrido en sus propias carnes la detonación de dos bombas atómicas (en Hiroshima y Nagasaki al término de la Segunda Guerra Mundial) se enfrentó a una peligrosísima fuga radiactiva en la central de Fukushima, a 250 kilómetros al noreste de Tokio, que provocó explosiones de hidrógeno y la fusión del combustible nuclear, además de varios muertos y heridos por radiación entre los operarios de la central. Se trata ya del peor accidente nuclear tras el desastre de Chernóbil, la planta de la extinta Unión Soviética que propagó una nube tóxica por el norte y centro de Europa.50 empleados que intentaron a la desesperada enfriar los reactores de la central, quedaron como «liquidadores» para estabilizar la planta, héroes anónimos que se jugaron la vida en una lucha titánica por paliar una tragedia irreversible. En un dramático discurso, el primer ministro admitió que “los niveles de radiación se elevaron de manera considerable” y ordenó que toda la población en unos 30 kilómetros a la redonda de la central (unas 140.000 personas) permaneciese encerrada en sus casas y con las ventanas selladas. Según el Gobierno nipón, los niveles de radiación en las cercanías de la planta llegaron a ser entre 100 y 400 veces superiores a lo permitido después del escape. Por su parte, la Autoridad para la Seguridad Nuclear de Francia elevó la gravedad del siniestro al sexto nivel en la escala internacional de accidentes atómicos.Las autoridades japonesas lo han calificado con el máximo puntaje en la escala internacional para ese tipo de desastres.Ahora, estos “héroes” han sido galardonados con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia 2011.Este grupo de personas representa los valores más elevados de la condición humana, al tratar de evitar con su sacrificio que el desastre nuclear provocado por el tsunami que asoló Japón multiplicara sus efectos devastadores, olvidando las graves consecuencias que esta decisión tendría sobre sus vidas.A pesar de la gran incertidumbre sobre el desarrollo de la emergencia nuclear, los distintos colectivos que trabajaron durante semanas en Fukushima lo hicieron en condiciones extremas (elevada radiación, continuas rotaciones y pocas horas de descanso, limitaciones en la alimentación y en el suministro de agua potable). A pesar de ello, continuaron participando en las labores para recobrar el control de la central nuclear, conscientes de lo imprescindible de su trabajo para evitar una catástrofe de magnitudes mayores.Las tareas fueron desarrolladas por tres grupos de personas: empleados de la Tokyo Electric Power Company (TEPCO), operadora de la central; de sus 130 operarios, 50 se presentaron voluntarios, así como algunos trabajadores ya jubilados y, tras aumentar las rotaciones y las necesidades de personal, se contrató personal adicional (a 3 de mayo, ya habían intervenido en Fukushima 1.312 operarios); bomberos, procedentes de varias prefecturas, especialmente de Tokio, que participaron en las labores de enfriamiento de los reactores, labor fundamental para restablecer el control sobre la central; y Fuerzas Armadas de Japón, cuyo trabajo de enfriamiento lanzando agua desde helicópteros, de inspección desde el aire de los daños, de acordonamiento de la zona de exclusión y de evacuación de la población en los momentos en que los reactores emitían dosis muy altas de radiación, fue muy importante.El comportamiento de estas personas ha encarnado también los valores más arraigados en la sociedad japonesa, como son el sentido del deber, el sacrificio personal y familiar en aras del bien común, la dignidad ante la adversidad, la humildad, la generosidad y la valentía.Este ha sido el último de los ocho Premios Príncipe de Asturias concedidos este año, en que cumplen su trigésimo primera edición. Anteriormente, fueron otorgados el Premio Príncipe de Asturias de las Artes al maestro italiano Riccardo Muti, el de Ciencias Sociales al psicólogo estadounidense Howard Gardner, el de Comunicación y Humanidades a la institución británica The Royal Society, el Premio de Investigación Científica y Técnica a los neurocientíficos Joseph Altman, Arturo Álvarez-Buylla y Giacomo Rizzolatti, el Premio Príncipe de Asturias de las Letras a Leonard Cohen, el de Cooperación Internacional a Bill Drayton, fundador y presidente de Ashoka, y el Premio Príncipe de Asturias de los Deportes, concedido a Haile Gebrselassie.