Todos sabemos que los hombres lobo están de moda. Después de una temporada casi eterna de vampirismo crónico, los diagnósticos por mordedura de lobo rabioso se han disparado considerablemente. Pero esto no es realmente nuevo, ¿quién no se acuerda de aquellas rudimentarias escenas de transformaciones bajo la luna llena? ¿Y de aquel Jack Nicholson de ojos ambarinos, aullándole a la noche? Los hombres lobo siempre han estado presentes en el cine y la literatura, pero últimamente, como ya os habréis dado cuenta, la literatura juvenil ha revivido de pronto antiguos mitos que jamás pensamos volver a ver, al menos no con tanta fuerza. No obstante, este estudio no tiene como finalidad venerar a los hombres lobo en general, sino subir a la palestra uno de los títulos más sonados de los últimos meses para analizar a estos seres con perspectiva. Hablamos del mundo que Maggie Stiefvater creó para sus criaturas de Temblor (SM), primera parte de una trilogía que robó muchos corazones y que merece unas cuantas letras en su honor: Los hombres lobo de Mercy Falls.
Desmontando el antiguo mito
Un flechazo para Stiefvater
Esta autora, a ratos ilustradora y por temporadas también compositora, se aventuró disparatando un esquema que año tras año ha sido empleado en miles de novelas juveniles de todo el mundo. Ella misma comentó en una entrevista que jamás se había visto escribiendo sobre hombres lobo y que incluso se impuso que nunca lo haría porque estaban de moda, al igual que los vampiros. Sin embargo, el destino es pillo y un día se manifestó en la vida de esta estadounidense, poniéndole a pedir de boca un concurso literario. Fue un flechazo, la idea le vino a la cabeza como si de un imán se tratara; tenía amor y tenía hombres lobo. Así, tan sencillamente, nació la idea que daría la vuelta a la tortilla de una vez por todas. Y aunque la autora no lo haya afirmado, parece que ese lugar imaginario llamado Mercy Falls fue el detonante para hacerle pensar en el tiempo, en la temperatura si somos más concretos, y se preguntó a sí misma eso de ¿y si los hombres lobo se transforman con el frío?
Viaje guiado hacia Mercy Falls
Mercy Falls es un lugar imaginario que la propia autora ha traído desde su mente. Según ella misma, está situado en Minnesota y, por supuesto, es el epicentro de la trilogía a la que da nombre. Los paisajes invernales son tan característicos de tierras fronterizas con Canadá, como Bundary Water, cerca de Ely (una ciudad real del mismo Estado). Este lugar tiene tanta personalidad que se convierte en otro personaje más en Temblor y en Rastro. Como habréis adivinado, se trata de un pueblo situado en las afueras donde oscurece muy rápido y la nieve cubre los porches de las casas. Grace, la protagonista femenina de la historia, vive lo suficientemente cerca del bosque como para poder apreciar los ojos lobunos que la vigilan. En ese bosque, que rodea el epicentro de la acción, nos encontramos un mundo totalmente diferente al que podríamos imaginar; no todos los días los lobos que se ocultan tras los árboles se convierten en humanos en verano. El ambiente que se respira en Mercy Falls es relajado, con notas afligidas y delicadas. Las calles solitarias, el frío que crea halos de calidez humana en las aglomeraciones aparcadas junto al instituto o el centro alejado que alberga las librerías silenciosas llenas de libros por descubrir… En definitiva, un universo especial y lleno de la la esencia de esta autora tan polivalente que sin demasiado esfuerzo consigue envolvernos y sumergirnos en una historia de licántropos totalmente diferente a las que habréis leído antes. ¿Lo dudáis?Anatomía de la nostalgia
Los lobos de Mercy Falls, tal y como la ciudad a la que pertenecen, son invernales y nostálgicos, sobre todo Sam, el protagonista. Se deja muy atrás la imagen de bestia descontrolada y pasamos a encontrarnos con lobos normales y corrientes que cambian de forma por culpa de las variaciones temporales: cuando hace calor son humanos que mantienen sus ojos lobunos, y cuando las temperaturas bajan acercándose a los 0 grados, sus cuerpos sufren la terrible transformación, convirtiéndose en lobos salvajes que viven en manada en las profundidades del bosque. Estos seres que Maggie creó para regocijo del mundo tienen personalidades únicas y Sam es poesía. Sam es Rilke, suave, profundo y triste; un humano con piel de lobo o tal vez un lobo con piel de humano. ¿Dónde habíais visto antes a un hombre lobo con tanta profundidad? Uno que recitara poesía, que tocara la guitarra, cantara canciones de amor y se desapareciera con el invierno, como una escarcha atrapada en un porche que se desvanece al aparecer los primeros rayos del sol. La manada de lobos que gobierna la zona de Mercy Falls es una gran familia: cuando el verano llega pueden refugiarse como humanos en la cabaña del líder, no obstante, Stiefvater nos tiene preparada alguna que otra sorpresa sobre sus lobos, muchas más intrigas sobre su origen y sus problemas. Y es que no sólo desaparecen con el invierno… sino que sus trajes de humano tienen fecha de caducidad y tal vez en un verano ya no vuelvan a aparecer jamás. Más motivos para dedicaros un momento a pensar en la profundidad de estos seres, que más que licántropos son poesía y nostalgia mezclados y proyectados en seres con corazón. Porque la piel es tan sólo una cáscara… La verdad se encuentra en el interior.Definitivamente, a partir de Temblor irán apareciendo más criaturas como las de Maggie en otras novelas juveniles, como pasó cuando Anne Rice rompió con el mito de los espejos vacíos y más tarde se rompió con la tradición del sol abrasador. ¿Será el momento perfecto para acabar con la luna llena y que Sam y su manada se conviertan en todo un ejemplo para la licantropía literaria?