Los cazadores de familias históricas/famosas estarán de parabienes. En simultaneidad con el estreno de Los Borgia, la televisión paga también presenta esta semana Los Kennedy, miniserie que dirigió Jon Cassar (menos conocido que Neil Jordan). Por si un solo canal fuera insuficiente, son tres los encargados de transmitirla: A&E (domingos a las 23 y miércoles a las 24), History Channel (lunes a las 21) y BIO (martes a las 21).
Quienes hayan sintonizado la segunda y tercera emisora podrán aclarar si éstas hicieron como la primera, es decir, si también optaron por la versión doblada. De ser así, la tendencia que comentamos aquí avanza más allá de lo especulado, y en la producción de Joel Surnow malogra la recreación de personajes cuyo acento y léxico también los caracteriza (por lo pronto, resulta más digerible el inglés académico de los Borgia que el castellano centroamericano de los K estadounidenses).
Como el trabajo de Jordan, el de Cassar también explota la veta truculenta de la Historia (en este caso contemporánea). Tanto es así que el documentalista Robert Greenwald inició una virulenta campaña para impedir la difusión de la serie por considerala pura calumnia: de ahí la puesta en marcha de este sitio web que, al parecer, se actualizó en enero por última vez.
El primer capítulo de Los Kennedy empieza con los preparativos de las elecciones que ganará JFK, momento ideal para presentar a los miembros de la familia retratada (¿habrá espacio, con el correr del tiempo, para las Edie Bouvier?). Cobra especial protagonismo el padre de John Fitzgerald: Joseph Patrick, interpretado por el norteamericanizado Tom Wilkinson.
Greg Kinnear y Katie Holmes apenas intervienen en una introducción destinada a instalar una hipótesis genética del poder (anotemos otra coincidencia con Los Borgia). Sin embargo, impresiona la caracterización que -al menos en apariencia- los convierte en John y Jackie.
Asistir al estreno de una serie no basta para hacer pronósticos, pero quizás algún espectador osado se anime a señalar una posible diferencia entre la nueva propuesta de los tres canales y la proyectada por I-sat. Aunque a ambas les importa revelar la vida privada de sus protagonistas, la primera parece todavía menos interesada en el desempeño público, en la condición de engranaje de procesos que superan lo anecdótico.
Quién hubiera dicho… Por moderna que sea, con tecnología HD y todo, la televisión sigue imitando aquellos folletines del XIX que minimizaban las circunstancias políticas, sociales, económicas de personalidades para reducirlas a personajes dignos de (mejores y peores) novelas por entrega.