Hace unos días tuve una pequeña discusión en redes sociales, a raíz de un texto humorístico sobre estereotipos de mujeres en relaciones de pareja. Yo no veo un posicionamiento machista en este caso concreto, pero de nuevo me ha llevado a reflexionar sobre los límites del humor. Vaya por delante dos de mis máximos referentes en esto de la risa, Ricky Gervais como humorista e Ilustres Ignorantes como show televisivo.
Si no conoces a Ricky Gervais, te recomiendo que inviertas/pierdas parte de tu tiempo viendo algunos vídeos suyos en Youtube. También ha hecho series, películas o ha presentado entregas de premios con un éxito arrollador. Para hacer un breve resumen, este humorista inglés es capaz de bromear durante varios minutos sobre niños enfermos terminales de cáncer, a los que al mismo tiempo ha estado ayudando. Una idea bastante controvertida a priori pero que es capaz de hacer reír a todo un auditorio (como mínimo).
Gervais ha demostrado en más de una ocasión, por no decir casi siempre, que por tanto el humor no tiene límite, sino que somos nosotros a título individual y como pertenecientes a diferentes colectivos quienes lo imponemos. Muy significativo es el caso que me ha llevado a escribir precisamente esto, el humor sobre la mujer como género.
El próximo 25 de noviembre se conmemora el Día Contra la Violencia de Género. Una auténtica lacra que en nuestro país se cobra cada año decenas de vidas. Pero que en el "mejor" de los casos paraliza la autonomía y libertad de las mujeres, bajo el yugo que impone la violencia física y psicológica de sus parejas. Desgraciadamente los medios empleados para combatir este abuso de género siguen siendo muy insuficientes.
Yo nunca haría humor sobre la violencia de género, porque moralmente así lo he decidido desde hace tiempo, pero no por ello desecho y persigo todo tipo de bromas o chistes que puedan hacerse sobre mujeres y hombres. Estoy de acuerdo con que frivolizar sobre algo puede concluir en que se banalice el problema, pero defiendo la teoría de que deben ser nuestros valores y nuestra educación quienes nos permitan saber separar el humor de la realidad. Y nunca la imposición de colectivos afectados por una u otra causa social o personal.
Sólo entonces podremos utilizar la risa como terapia en nuestras vidas, para entre otras cosas conseguir escapar de situaciones que efectivamente se muestran contrarias a nuestros deseos. Desde injusticias hasta enfermedades, pasando por complejos físicos o raciales. Quizás el problema no sean los límites del humor, sino las personas que no son capaces de reírse de todo; chiítas de lo correcto, defensores de la única verdad.
PD: Ahora que Podemos está tan de moda, aprovecho un artículo muy interesante de Pablo Echenique sobre este tema donde define el "síndrome del militante".