Revista Sociedad
Para compensarles de que ayer hablara de cine-basura, hoy les propongo un animal cinematográfico que además es francesa hasta más allá de lo razonable: Isabelle Adjani. Dos motivos sobrados para que un servidor de ustedes esté tonto por ella desde hace más de un cuarto de siglo.
La Adjani es hija de un argelino y de una alemana, y parisina de nacimiento. De esos mimbres se hacen los grandes mitos franceses, generalmente nacidos fuera del país: del pequeño corso (Napoleon) al diminuto húngaro (Sarkozy), del cantante italiano (Montand) al ciclista español (Ocaña, u Ocaná, como dicen los franceses). Eso es lo maravilloso de Francia, un país donde basta con querer ser francés para serlo en plenitud, sin que importe nada más.
Hoy, a sus 55 años, Isabelle Adjani es una dama semirretirada, que sin embargo hace poco todavía seguía taladrándonos desde la pantalla con esos ojos inmensamente claros e inocentes, de colegiala perversa, que suele poner al servicio de personajes que si algo tienen es no saber qué cosa es la inocencia. Si han visto "La reina Margot" sabrán a que me refiero. En esa película, una de las cimas del mejor cine europeo de evocación histórica (que no historicista, ni fanta-histórico), francesa por los cuatro costados obviamente, Isabelle Adjani compone una Marguerite de Valois en la que resulta imposible discernir dónde acaba el ángel y comienza el demonio, y cómo es posible que ambos convivan en tan perfecta armonía dentro de una misma persona.
En "La reina Margot" Isabelle irradia tal capacidad de fascinación y credibilidad, que a su lado hasta el bueno de Miguel Bosé, en el papel de Henri de Guisa, el jefe del Partido Católico y responsable principal -junto con Catalina de Médicis, la reina madre- de la matanza de miles de protestantes hugonotes durante la famosa "noche de San Bartolomé", casi parece un actor de cine. En fin que, seguramente, cuando el líder hugonote Enrique, el Condestable de Navarra y futuro Henri IV, dijo aquello de "París bien vale una misa", aceptando casarse con Margot y convertirse al catolicismo como modo simultáneo de salvar la piel y acceder al trono de Francia, debía estar pensando más en los ojos de Isabelle Adjani que en el premio grande que acababa de tocarle en la rifa de la vida; esos ojos sí que valen una misa, y hasta una procesión de Semana Santa.