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Los pájaros de fuego

Publicado el 18 enero 2011 por Tiburciosamsa
Los pájaros de fuego

Jesús Balmori fue uno de los literatos filipinos más renombrados en la primera mitad del siglo XX. Fue periodista, dramaturgo, novelista, crítico de costumbres y, sobre todo, poeta. Gerardo Diego, que le apreciaba, dijo que Balmori le recordaba a Francisco Villaespesa. Esto en aquellos tiempos era como decir ahora de alguien que para los goles como Casillas. La ironía es que hoy se cuentan con los dedos de la mano de un manco los estudiantes que conocen a Villaespesa, así que el elogio de Gerardo Diego necesita una nota a pie de página para que sea comprensible.

Durante la II Guerra Mundial Jesús Balmori escribió una novela sobre la ocupación japonesa. La novela se compone de cuatro partes divididas en cinco capítulos. Las tres primeras las escribió a máquina y las fue escondiendo en el jardín de su casa en botellas de cristal. La cuarta la escribió a mano poco después de terminada la guerra. Posiblemente la terminase a mano porque su máquina de escribir quedase destruida junto con el resto de su casa de Ermita durante la liberación de Manila. Necesitando dinero, vendió el texto al Gobierno filipino, que hizo lo propio en estos casos: extraviarlo en algún lugar de sus archivos.

La obra fue reencontrada hace tres años en los Archivos Nacionales. Tal vez la encontrasen de casualidad mientras buscaban escritos también extraviados de Andrés Bonifacio. El Instituto Cervantes de Manila acaba de publicar la novela en su Biblioteca de Clásicos Filipinos. Y aquí se terminan las buenas noticias, porque la triste realidad es que la novela es mala de solemnidad. O, dicho de una manera más caritativa, su estética responde a los cánones actuales tanto como las modelos de Rubens tienen que ver con las modelos actuales.

“Los pájaros de fuego” es en buena medida una novela crítica y de tesis. Por un lado busca fustigar a la sociedad filipina, que estaba dormida en los laureles y no supo anticipar la que se le venía encima. Por otro lado, da caña, y de la buena, a los japoneses.

La sociedad filipina descrita por Balmori es una sociedad frívola, hipócrita y chismosa, incapaz de mirar más allá de su propio ombligo. Su representante es el periodista Andrade, un periodista hueco y sin principios. “Andrade conocía a todo el mundo. Era el editor social de “La Linterna”. Ésas eran las de Pérez, las de Santos y la de Claraval. Ellos la flor y nata profesional del país, todos doctores. Gutiérrez, médico; De la Cruz, abogado; Martínez, óptico; Peláez, dentista; Melendres, profesor de la “Yu Pi”; y Rocha, veterinario. Lo más granado de la sociedad. En total, ellas y ellos, varios miles de pesos en deudas y trampas.”

Balmori retrata con ironía la entrada de Natalia, cuando va a casarse con Sandoval. “En un grupo de muchachas de lo más granado, mientras se devoraban emparedados, dulces y vinos, se ponía de oro y azul celeste a la blanca Natalia. Más cursi que nunca, la muy vanidosa, con su traje nupcial encargado a Hollywood. ¡Y qué orgullo de pavo arrastrando la cola! ¿Y a santo de qué los humos? ¡El tal Sandoval podía ser Confucio en cualquier tenderete chino!” Con amigas como ésas casi debió de ser un alivio para Natalia cuando llegaron los invasores japoneses.

Pero la crítica a la sociedad filipina es moderada comparada con la que Balmori hace a los japoneses. Balmori siente hacia los japoneses el odio de una amante despechada. En los años 30 Balmori había sido un propagandista de Japón. Pensaba que Japón ofrecía un modelo de progreso para los pueblos asiáticos. En 1932 dio una conferencia en verso sobre Japón donde dijo cosas como ésta: “Soberbia de los mares que le rinden su arrullo,/ altivez de las tierras que humilla su mirada,/ presunción de los cielos de reflejo ambarino,/ son veinticinco siglos sosteniendo su orgullo,/ pues habéis de saber que en su historia dorada/ el pueblo japonés es de origen divino.” Diez años después escupiría con asco esos elogios.

El protagonista de la novela, Don Lino Robles, es un sesentón algo fatuo e ingenuo, que adora a Japón. Balmori juega a contrastar los elogios de Don Lino sobre el Japón con la realidad descarnada de la ocupación japonesa. Uno puede imaginarse que es el contraste entre el Balmori que escribía en 1942, acordándose del Balmori de 1932.

Las opiniones de Don Lino sobre Japón se mueven entre lo exagerado y lo ridículo. “Japón, en opinión de Don Lino, era un país excepcional.” “Conozco el Japón y sus ideales de conquista. Pueblo caballeroso. País de nobles tradiciones y estupendas cortesías. ¡Ése no forma parte del “gansterismo” universal! ¡Ése no se mete con nadie! (…) ¡A China hay que tratarla así! A China la están civilizando como se merece y quiere, a cañonazos. ¡China ha buscado lo que la está pasando…” “Japón es un pueblo que ama a los niños, a las flores, a los ciervos, a las aguas y a los pájaros; que tiene por única y verdadera religión, el honor, y por único y verdadero altar, la patria y la gloria de su imperio; que está llamado, por su fuerza terrible y su espíritu indomable, ser el dueño del Pacífico, el amo del Oriente, el soberano de la nueva Asia…”

Más tarde en la novela Don Lino se encuentra que esos japoneses que aman a los niños, a las flores, a los ciervos y a los luchadores de sumo de 150 kilos llegan a su hacienda y…

A los pocos minutos los “supercivilizados” [así los había llamado Don Lino antes] tomaban por asalto la mesa del desayuno y se hacían servir por los mismos amos de todo cuanto había. Luego de hincharse de comer y de beber, comenzaron a registrar y saquear la casa, Mientras, abajo, de los garajes, se llevaban los coches y los barriles de esencia…

Don Lino empezó a protestar entonces, indignado.

- Pero oigan, oigan, nosotros somos filipinos, hacenderos, gentes de paz, amigos…

El oficial que mandaba la cuadrilla le miró despectivamente por encima del hombro:

- El ejército imperial necesita todo lo que nos llevamos. ¿Tiene usted algo más que alegar?

Sí, tenía algo que alegar y mucho más. Tenía que escupirles a la cara con palabras de su propio idioma que eran unos bandidos y los ladrones uniformados. Sólo que de pronto sintió que le faltaban las palabras, que le faltaba el piso y el espacio y que la casa entera se estaba desplomando sobre su vieja humanidad, al escuchar horrorizado los gritos de espanto y desesperación de Natalia encerrada en su habitación por un grupo de soldados.”

Lo peor que le puede ocurrir a una novela de tesis es tener personajes de cartón piedra. Y eso es exactamente lo que le ocurre a “Los pájaros de fuego”. Don Lino es ridículo, ingenuo y pagado de sí mismo; su hijo Fernando es soñador, romántico e idealista; su novia Marta representa a la genuina mujer filipina, devota, abnegada y leal; Natalia, la hermana de Fernando, representa a las chicas modernas, que son frívolas y siguen ciegamente las modas de EEUU…

Lo malo de los personajes de cartón piedra es que suelen tener diálogos todavía más acartonados y falsos. Marta ve a su novio Fernando vestido de militar y se echa a llorar. El diálogo que sigue es el siguiente:

“- Perdóname, he sido una tonta. No he sabido contenerme. ¡Te quiero tanto!

- Pero, mujer…

- Ah, tú lo has dicho… Mujer. Estoy celosa de la patria.

La recogió en los labios la última lágrima que nublaba sus ojos. ¡Hasta sus lágrimas eran dulces y olorosas! ¡Hasta sus lágrimas…!

La arrullaba como una tórtola purísima y herida:

- Nada igual a tu frente fina y tersa, pálida media luna bajo la noche de tus cabellos sueltos. Nada semejante a tus ojos que alumbran con la santa luz de los santuarios las cosas que reflejan. Nada comparable a tu boca, nido de perlas y hojas de rosas para el jilguero de tu voz, para la alondra de tu risa.” [Advertencia: en la vida real no deben intentarse estos halagos con la novia/mujer, porque rápidamente despertaremos su suspicacia: ¿qué habrá hecho éste, que todavía no me he enterado, para que me diga estas cosas?].

Estos diálogos son una pena, porque en determinados momentos Balmori muestra que tiene un oído muy fino para captar y transcribir cómo la gente habla de verdad. Por ejemplo, en una escena hace hablar a un oficial japonés que aprendió a hablar el español unos años en Méjico: “Señorita filipino bueno, querer mucho Japón. Chaparrita, huerita, igual no más. Grande ojos, chiquito ojos, grande pies, chiquito pies, igual no más. Luego luego ándele. Mucho kodomo [niño en japonés] mitad Japón, mitad señorita filipino…” Con esa labia seguro que el oficial enamora a todas las señorita filipino.

Para rematar el cuadro, sus años de poeta modernista le pasaron la cuenta a Balmori. Si la poesía modernista en el siglo XXI se lee con dificultad, cuando es la prosa la que se contamina de modernismo el resultado es estomagante. “¡Oh, cielo azul! ¡Oh, mar azul de Ermita, la señorial y hermosa! ¿Sería posible que aquellos pájaros, semejantes a los que sobre la rama florida de un cerezo enseñaron a los dioses asiáticos el amor, se trocaran alguna vez en pájaros de odio, en pájaros de fuego que fueran a hundirnos en la ruina, en la muerte, en el dolor…? Eso, el dolor que me causó leer el libro.



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