Revista Expatriados
Como escritor, me parece que más difícil todavía que inventar una historia es crear un personaje redondo. Crear una historia bien trabada y que enganche no resulta tan difícil a poco que uno haya leído y escriba con regularidad. Ahora bien, inventarse un personaje… ¿Cuántos personajes de novela se nos han quedado realmente grabados? Emma Bovary, Don Quijote, Kazue Sato…
Hideo Okuda ha inventado uno de esos personajes de los que cuesta olvidarse: el Doctor Irabu, el psiquiatra con complejo de Edipo que protagoniza una serie de relatos breves, que han sido llevados al cine y la televisión. Los relatos se leen como pequeños cuentos policíacos. Comienzan con la presentación de un personaje y el problema que le lleva a visitar al Doctor Irabu. A partir de ahí el lector se engancha y pasa las páginas para ver cómo resolverá el estrafalario doctor Irabu el caso psicológico. Los casos que presenta Okuda oscilan entre lo verosímil y lo cómico: el adolescente enganchado a su móvil, el hombre que no ha superado su divorcio y que sufre de priapismo (en lenguaje vulgar, que está permanentemente empalmado; eso que parecería el sueño de cualquier hombre, en la realidad es una putada muy grande y dolorosa); el jefe de la yakuza que tiene fobia a los objetos puntiagudos y no puede comer con palillos; la modelo que está convencida de que todo Tokio la acosa de lo buena que está…
Pero lo memorable es la personalidad del Doctor Irabu, un hombre que afirma tener 35 años, aunque aparenta 45, con exceso de peso y pelo grasiento, al que le excita eróticamente ver cómo su enfermera Mayumi, arisca y exhibicionista, pone inyecciones a los pacientes mientras enseña el escote. Irabu sufre de complejo de Edipo y tiene la desvergüenza y falta de inhibiciones de un niño de cinco años.
El Doctor Irabu no duda en ofrecer las soluciones más peregrinas a sus pacientes. ¿Qué usted está estresado? El remedio es sencillo: agreda a un mafioso. En un momento habrá reemplazado los pequeños problemillas estúpidos que le estresan por un problema gordo, que también le estresará, pero esta vez con motivo. En los remedios que propone, a menudo figura el interés propio, porque el Doctor Irabu no distingue su vida y su profesión de las de sus clientes. Si un hombre atacado de priapismo le viene a consultar, le propondrá que se ligue a su ex-mujer; cuestión de tomar ventaja en el proceso de divorcio. Si el paciente es un periodista con un trastorno obsesivo-compulsivo, le sugerirá que haga un reportaje demoledor sobre la clínica rival que está enfrente. Ante la negativa del periodista, encontrará otra terapia alternativa: ir juntos a tirarle piedras.
Y finalmente, mi remedio favorito (para aplicar a otros): si uno ha recibido un shock, ¡patada en los cojones! Tiene sentido, curar un shock proporcionando otro mayor, ¿no?