Según los evangelios apócrifos de la historia de mi vida, cuando yo tenía 8 años, por las tardes sufría unos terribles dolores de cabeza. Debían ser reales y terribles porque mi madre, poco dada a las contemplaciones y con otros tres hijos que atender, decidió llevarme al hospital porque algo me pasaba. En La Paz, me sometieron a todo tipo de pruebas y la conclusión médica fue que tenía dolores de cabeza por la ansiedad que me provocaba cada tarde al llegar a casa, pensar en lo que tenía que hacer al día siguiente en el colegio o dentro de una semana. Desde aquellas pruebas mi madre siempre ha dicho «eres muy preocupona».
Casi cuarenta años después y a base de muchas leches en la vida y muchísimo insomnio absurdo, he conseguido pasar de muy preocupona a consciente de los problemas. Y estoy orgullosa de ello. Es incómodo, es un coñazo, quita mucho tiempo y probablemente me esté acortando la vida pero veo los problemas y me lanzó a buscarles solución.
En el otro extremo de la vida están los obviadores. Esa gente me saca de mis casillas y me admira al mismo tiempo. Me pregunto qué gen, que combinación genética han desarrollado que les permite ver un problema y obviarlo. «Un problema, voy a no verlo y, por tanto, ya no existe» Me fascina. Por supuesto, soy consciente de que estos obviadores juegan siempre la baza de si me quedo parado durante el suficiente tiempo vendrá alguien a solucionarlo sin que yo tenga que hacer nada, sin que yo haya tenido, ni siquiera, que pensar en la existencia objetiva de eso que estoy haciendo como si no existiera.
Yo no sé obviar los problemas, ignorarlos, cerrar los ojos y no verlos. Lo he intentado, lo intento. A veces consigo meterlos en un cajón un par de días, tres, creo que una semana es mi récord, pero la mayor parte de las veces paso de cero preocupación a cien intentos de resolución en minuto y medio. No es sano, no es inteligente ni resolutivo pero no sé hacerlo de otra manera. Me sumerjo en una espiral de ansiedad, anticipación y pensamientos laterales para encontrar una solución lo antes posible. Funciono así: problema, buscar solución, resolverlo, dejarlo atrás. Intento cambiar el esquema y decir: problema, dejarlo reposar, quizás se solucione solo pero NO PUEDO.
Entre mi ansiedad ante los problemas y los obviadores, existe gente maravillosa que tiene el superpoder de clasificar los problemas. Personas pausadas y nada impulsivas que ante cualquier problema toman la actitud adecuada; lo valoran, lo sopesan, lo miden, lo dejan reposar y tras dormir unas cuantas horas piensan en alguna solución si la creen posible o tiran el problema a una papelera bien porque les parece una nimiedad o porque ya saben que no pueden solucionarlo y no van a malgastar más tiempo ni energía en pensarlo.
Si volviera a nacer y me dieran opciones diría: «Hola, soy Moli y como superpoder vital quiero saber valorar los problemas en su justa medida. Y, si puede ser, de extra quiero bofetada ultrarápida para dar a los obviadores. Y ya, por pedir, lo quiero todo en el traje de Spiderman».
Y si no puede ser, en mi próxima vida me pido obviador.