Revista Comunicación

Los social media según Marshall McLuhan: El mundo al compás de Twitter

Publicado el 14 diciembre 2011 por Manuelgross

 

mcluhantweets.jpgEl mundo al compás del Twitter 

Por Horacio C. Reggini

Revista Criterio  

 

El homenaje a Marshall McLuhan a cien años de su nacimiento permite repensar qué entendemos por comunicación de masas y cuáles son los mitos y verdades de las nuevas redes sociales.

 

A cien años del natalicio de Marshall McLuhan (1911-1980), filósofo y sociólogo canadiense, y a cincuenta de la publicación de sus libros visionarios sobre la comunicación, referencias obligadas para pensar las relaciones entre el ser humano y la tecnología, parece oportuno rendirle homenaje y repasar sus ideas, máxime teniendo en cuenta que sus predicciones sobre las comunicaciones, el mundo conectado y lo que hoy conocemos como Internet han pasado a convertirse en realidad.

 

Dos precursores  

 

Pero antes conviene recordar a dos autores que también se anticiparon con sus escritos. Uno fue el argentino Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), quien en su discurso inaugural del cable telegráfico interoceánico que conectó la Argentina con Europa (5 de octubre de 1874), dijo: “Envío un saludo cordial a todos los pueblos que se hacen, por intermedio del cable, una familia sola un barrio”. Predijo entonces, acertadamente, hasta dónde nos conduciría el fenómeno actual de las comunicaciones a nivel planetario, y así se anticipó en casi un siglo a la expresión “aldea global” acuñada por McLuhan.

 

El segundo autor es el extraordinario poeta y ensayista británico, nacido en los Estados Unidos, T. S. Eliot (1888-1965), quien, en la sección I del poema “Burnt Norton”, primer poema de Cuatro cuartetos (Four Quartets), comienza: “Están presente y pasado presentes/ Tal vez en el futuro, y el futuro/ En el pasado contenido” (“Time present and time past/ Are both perhaps present in time future,/ And time future contained in time past”). Más adelante en su poema, después de las expresiones dedicadas al “tiempo pasado, el tiempo presente y el tiempo futuro”, escribió en la sección III: “No aquí la oscuridad, en este mundo gorjeante” (“Not here the darkness, in this twittering world”).

 

Vemos con sorpresa que utiliza la palabra “twittering”, que en inglés alude a los sonidos bulliciosos de los pájaros comunicándose entre sí en las matas de un jardín, y que en español llamamos gorjear. Es notable cómo el pensamiento metafórico de Eliot sobre el gorjeo de los pájaros a principios del siglo pasado se ha convertido en la realidad de millones de personas que en estos días utilizan continuamente la red Twitter, diciendo incluso que “twittean”.

 

El nacimiento de Twitter 

 

Jack Dorsey, Evan Williams y Biz Stone fundaron la red Twitter en 2006. En una entrevista publicada  en Los Angeles Times, Dorsey cuenta cómo surgió el nombre: “Intentábamos buscar un nombre que captara la esencia de los teléfonos móviles, de los SMS y de cómo podías estar actualizado en todo lugar y recibir novedades de cualquiera. Queríamos captar la sensación física de estar presente al lado de amigos contándoles pequeñas cosas. Y de hacerlo con el mundo entero.

 

Después de unas cuantas vueltas encontramos la palabra twitter, que era perfecta. Las definiciones que daba el diccionario eran: ‘una ráfaga corta de información intrascendente y los sonidos emitidos por los pájaros’. Y ello encajaba justo con nuestro producto. Los pájaros gorjean y esos sonidos no tienen ningún significado para nosotros, pero sí para otros pájaros.

 

Lo mismo pasa con Twitter: hay un montón de mensajes que pueden parecer inútiles y sin significado, pero depende de los receptores. Podíamos usarlo como un verbo o como un sustantivo; también podíamos decir twitteamos. El nombre Twitter ha sido responsable en gran parte de nuestro éxito. Nombrar algo y generar una marca en torno a ese nombre es verdaderamente importante”.

 

No deberíamos olvidar que T. S. Eliot, tanto en el poema “Cuatro cuartetos” como en “La tierra baldía” (“The Waste Land”) hacía referencia al pavoroso desorden que él entendía reinaba en el cosmos. Pensaba que había mucha superficialidad en la comunicación entre los humanos.

 

Encuentros imaginarios 

 

Ayer, mientras caminaba por la calle Florida, tuve un encuentro –a lo Woody Allen en su reciente película Medianoche en París– con T. S. Eliot, quien, sabiendo que yo conocía sus escritos, me preguntó: “¿Qué puede surgir de un tiempo que abandonó la búsqueda de la sociedad creativa por la obsesión de estar conectado?”. Con pensamientos dudosos, no le respondí nada y seguí camino a casa.

 

A los pocos pasos encontré a Marshall McLuhan, sonriente y feliz –quizás por sus predicciones cumplidas–, quien me prodigó un cariñoso saludo, siempre agradecido conmigo por haber divulgado sus libros.

 

Y justo enfrente de la plaza San Martín, cruzó hacia mí Domingo Faustino Sarmiento. Muy serio, indagó: “Decime, con ese asunto de las computadoras en que vos andás desde hace años, ¿no estarán por cerrar todas las escuelas en las cuales puse tanto entusiasmo?”. Me ruboricé, sin atinar qué contestarle, y callado entré en el edificio.

 

Las premoniciones de McLuhan 

 

En sus textos, McLuhan explicaba que empezábamos a darnos cuenta de que no siempre los nuevos medios son simplemente una gimnasia mecánica para crear mundos de ilusión, sino nuevos lenguajes con singulares poderes de expresión.

 

Históricamente, los recursos de los idiomas han sido configurados y utilizados en formas constantemente cambiantes. La imprenta modificó no sólo el volumen de la escritura sino también el carácter de un idioma y las relaciones entre el autor y el público.

 

La radio, el cine y la televisión llevaron los idiomas escritos hacia la espontaneidad y la libertad de los idiomas hablados. Ayudaron a valorar la conciencia del lenguaje social y del gesto corporal.

 

Añadía McLuhan: si los nuevos medios sirvieran para debilitar o corromper niveles antes alcanzados de la cultura verbal o de imagen, no sería porque hay en ellos nada inherentemente malo. Si hoy algunos no nos parecen aconsejables o convenientes, ello se debe a que no hemos podido dominarlos como nuevos lenguajes para integrarlos adecuadamente en la herencia cultural global.

 

Es increíble cómo pudo elucubrar McLuhan, años atrás, un fenómeno de las características actuales representadas por Twitter o Facebook. Para él, la difusión intensa de las comunicaciones sociales afectaba y afectaría, en grado superlativo, a la educación común, llevándola a lo que denominó “la escuela sin paredes” o “el aula sin muros”.

 

Resultaba habitual, ya en su tiempo, hablar de auxiliares audiovisuales para la enseñanza, pensando que el libro constituía la norma y los otros medios eran sólo accidentales. Se pensaba también que los entonces nuevos medios (prensa, radio y televisión) eran para comunicación de masas, y que el libro era un formato de características individuales, ya que se opinaba que aislaba al lector, contribuyendo a crear el yo occidental.

 

Sin embargo, el libro fue el primer bien comunicacional de producción masiva: todo el mundo podía tener los mismos libros. En la Edad Media esto era imposible. Los manuscritos y los comentarios se dictaban y la instrucción era casi totalmente oral y grupal. El estudio solitario se reservaba al erudito avanzado.

 

Antes de que apareciera la imprenta, los jóvenes aprendían escuchando, mirando, actuando. Y hasta hace pocos años, los niños alejados de las ciudades también de este modo aprendían el lenguaje y los conocimientos de sus mayores. Sólo aquellos que podían hacer una carrera profesional iban a los colegios.

 

La cantidad de información comunicada por la prensa, las revistas, las películas y la televisión ha excedido desde hace tiempo y en gran medida a la transmitida por la educación formal y los libros. Ese desafío destruyó, según McLuhan, el monopolio del libro, y derribó los muros de las aulas. En esa situación social profundamente trastornada resultó natural que muchos educadores percibieran a los nuevos medios más como entretenimientos que como formas auténticas de educación.

 

Sin embargo, no era convincente, argumentaba McLuhan, para quien estudiara con seriedad el problema, y recordaba que todos los grandes clásicos habían sido considerados originalmente entretenimientos ligeros; casi todas las obras vernáculas fueron así juzgadas hasta el siglo XIX. McLuhan puso como ejemplo que los films Henry V y Richard III, del famoso director inglés Lawrence Olivier, reúnen una riqueza cultural y artística que revela a William Shakespeare en un nivel sobresaliente y permiten un disfrute indudable.

 

Lo mismo sucede actualmente con muchas realizaciones que se pueden hallar en Internet. El secreto del éxito consiste en caminar hacia adelante, abriendo puertas desconocidas y haciendo cosas nuevas. Hoy estamos ante la inmensa magnitud disponible en la web, que impulsa a una mezcla de imaginación creativa con saber tecnológico.

 

McLuhan aclaró que la película fue a la representación teatral lo que el libro al manuscrito. Puso a disposición de muchos, en diversos momentos, lo que de otro modo hubiera quedado restringido a unos pocos, y a contados instantes y lugares. El video, al igual que el libro, es un producto de duplicación, y la televisión es contemplada simultáneamente por millones de espectadores.

 

Vale la pena señalar que ningún ser poderoso de la historia, ni siquiera el rey Midas, que convertía en oro todo lo que tocaba, tuvo en sus manos la posibilidad de duplicar hasta el infinito algo, como hoy puede hacerlo digitalmente una persona común. Las frases “medios de comunicación de masas” o “diversión para las masas” no son útiles y no tienen en cuenta el hecho de que los idiomas castellano o el inglés constituyen igualmente un medio de comunicación de masas.

 

Decía McLuhan: “En nombre del progreso, la cultura establecida lucha siempre por forzar a los nuevos medios a realizar las tareas de los antiguos”.

 

A menudo surgen denuncias sobre el carácter y efecto de las películas y de la televisión; sin embargo, sus buenas o malas características de forma y contenido, armonizadas con cuidado con otros tipos de arte y de técnicas, pueden convertirse en buenos instrumentos para la educación.

 

Saber expresarse y tener la capacidad de distinguir en asuntos cotidianos y en materia de información son sin duda el distintivo del hombre educado. Es erróneo suponer que existe una diferencia básica entre la educación y la diversión, aunque deberíamos ser menos optimistas acerca de educar divirtiendo y los poderes instructivos de los medios.

 

Esa distinción no hace más que liberar a la gente de su responsabilidad de entrar en el fondo del asunto. Es lo mismo que establecer una distinción entre la poesía didáctica y la poesía lírica basándose en que la una enseña y la otra divierte, cuando nunca ha dejado de ser cierto que lo que agrada enseña de modo mucho más efectivo.

 

Por C. Reggini, Horacio ·

Revista Criterio Nº 2375 - Octubre 2011 

 


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