El sol, su luz cobriza, las nubes bicéfalas y multicolores, las islas del caribe desperdigadas por estas aguas de nostalgia, la Centroamérica limítrofe siempre a la riqueza. Toda la vida, todo el mundo, todos los vientos, eran testigos.
-Soy un hombre libre -respondió. Su mano derecha empujaba un botón blanco en algún punto de su torso.Él era un hombre libre. Para quienes no sepan que conlleva la libertad de este hombre, solo diré que no debe confundirse con el desarraigo. Él era libre como el ocaso lo es de extinguirse a los ojos de los antillanos, como los andes de congelar sus montañas, como el rio amazonas de llenarse de ranas.
-¿volverás? -respondió. No podía importarle menos. -Seguramente -afirmo. Mirando a través del vidrio del aeropuerto. -¿Debo esperarte? -pregunto. Lo hizo por cortesía, en realidad no quería verle. -No -respondió, el bullicio de las turbinas de algún 747 aterrizando invadía la sala de aquel aeropuerto en Tobago, con él llegaba el aroma de las sabanas que recordaban un amor aliseo.Él no la espero, Ella no lo espero. Son libres de tenerse entonces. Poseerse es más fácil cuando nada se espera del otro, y perderse es irrelevante, porque de alguna u otra forma, su perdida también te pertenece.
Eso que tuviste, estés donde estés, será tuyo hasta tu muerte.