Poema a un suicida en la piscinaNo mueras más
He de reconocer que quizá el título esté incompleto; tal vez debí poner "la dulce melodía del silencio", para quitarle ese tono post-sartreano a las palabras. Porque no hay que confundirse: la poesía de Luis Hernández no es la de algunos de sus mayores. Eielson, Blanca Varela y Carlos Germán Belli han escrito con talento y maestría acerca de la soledad humana, del lento latir de la muerte en nuestros corazones, de los rostros vacíos en las calles llenas de flores; Washington Delgado y Juan Gonzalo Rose, por su lado, hicieron de la poesía un grito o un llamado, levantaron la voz buscando otras voces además de un eco y trataron de anunciar, mediante versos, la venida de nuevos tiempos. Pero, como les decía, nada de eso es Lucho Hernández, autor de algunos de los versos más memorables de la poesía peruana, y aún de la del mundo mundial. Creo que de nadie puede decirse con tanta justicia como de Lucho Hernández que ha encarnado el espíritu romántico. Más allá de la soledad, de la locura, de la homosexualidad o de su muerte (ocurrida, también, muy al estilo romántico: se suicidó saltando desde un tren de la línea San Martín, en Buenos Aires, en los tiempos en que se trataba de un problema mental en Santos Lugares); más allá de todo esto, decía, están sus versos, muchos de los cuales son, realmente, deudores de la mejor pluma de Shelley, de Leopardi, de Schiller y de Keats. O, en todo caso, hablo de una poesía que merece, definitivamente, ser llamada "fresca": es un verdadero manantial, un jardín, un paseo por la playa... es, ya lo digo, verdadera poesía, muy cuidada en cuanto a la estética, y a menudo tierna, sugerente o (y esto es raro entre poetas) alegre.No he de despedirme, pues, antes de invocar algunos de sus versos a flotar y fluir por estos ámbitos. A todos los que piensen que no se puede vivir sin poesía, yo les aseguro que, después de leer a Luis Hernández, tampoco podrán vivir sin sus versos. Ahí les dejo un poema, para los que estén interesados. Ahora sí puedo despedirme.
Oye una sinfonía para banda
Volverás a amarte cuando escuches
Diez trombones
Entre la noche
No mueras
Entreteje con su añil claridad
Por lo que Dios más ame
Sal de las aguas
Sécate
Contémplate en el espejo
En el cual te ahogabas
Quédate en el tercer planeta
Tan sólo conocido
Por tener unos seres bellísimos
Que emiten sonidos con el cuello
Esa unión entre el cuerpo
Y los ensueños
Y con máquinas ingenuas
Que se llevan a los labios
O acarician con las manos
Arte purísimo
Llamado música
No mueras más
Con su añil claridad.