Aun así el mito de la prostituta buena y redimible gracias al amor de un occidental honesto persistió. En 1956 el escritor británico Richard Mason llegó a Hong Kong en busca de inspiración para una novela y quiso la casualidad (o al menos eso le vendió a su mujer) que se alojase en el Hotel Luk Kwok, que estaba frente al puerto y era un lugar habitual de encuentro para las prostitutas. De pronto a Mason se le ocurrió una historia genial: un extranjero se enamora de una prostituta de buen corazón que le corresponde, se casan y son felices más allá de todos los prejuicios. ¡Qué original! No ocurre casi nunca en la realidad, pero es tan bonito soñar…
El protagonista, Robert Lomax, es un inglés que quiere convertirse en pintor y decide ir a Hong Kong a inspirarse. Una vez allí se aloja sin saberlo en un hotel que en realidad es una casa de citas para marineros y prostitutas, aunque una vez que se entera le encanta porque lo encuentra pintoresco (y tal vez otros adjetivos).
Al comienzo de la novela, en el ferry se encuentra con Suzie Wong, quien se hace pasar por la hija de un millonario. Más tarde se la encuentra en el bar que hay enfrente del hotel para sorpresa de ambos. Lomax la coge como modelo, pero aunque es evidente que ha empezado a interesarle, no quiere reconocer sus sentimientos a causa de su profesión. Como en toda novela romántica que se precie, siguen los encuentros y desencuentros, incluyendo la trágica muerte del bebé que Suzie tuvo con un hombre que la abandonó. La novela incluso incluye el sacrificio de Suzie que en un momento dado estuvo a punto de renunciar a Lomax, porque sabe que está gravemente enferma de tuberculosis. Pero finalmente el amor triunfa, se casan, Lomax se la lleva a Inglaterra y allí le ayuda a triunfar con su inocencia y buen corazón.
La novela fue un gran éxito, tanto que se comió el resto de la carrera literaria de Mason, que cayó en el olvido. Tenía todos los componentes para ser un éxito. El retrato de un Hong Kong exótico, todos los mitos y los topicazos con los que juega con gran habilidad. Tuvo además la suerte de que tres años después fue llevada al cine en una película que supera a la novela original. Muchos que vieron la película, habrán pensado que la novela que la inspiró debía de ser magnífica. Pues no, aunque Mason escribe con habilidad y describe y retrata bastante bien, la novela no deja de ser un melodrama con todos los tópicos del género. Tiene alguna escena que no desmerecería en un libro de Corín Tellado como ésta:
“(Lomax quiere que Suzie suba a su habitación para lo obvio)
- Muy bien- hizo una pausa.- Imagina que soy una chica común con quien has salido esta noche… cualquier chica inglesa. Y que dices que la quieres y que deseas que vuelva contigo a dormir. ¿Crees que esa chica hubiera aceptado? (signo de cómo han cambiado los tiempos: hoy en día sería esa chica inglesa la que te invitaría a ti a dormir con ella).
- No sé. Supongo que se habría negado.
Ella inclinó la cabeza contra mi pecho.
- Sé que es tonto. Pero para ti quiero ser una chica común. Quiero negarme.
Lance una carcajada.
- Suzie eres adorable.
- Sabía que te echarías a reír.
- No me estoy riendo… No de ese modo que crees.
- Mañana aceptaré. Sólo quiero negarme una vez, para recordar que lo hice. ¿Comprendes?
- Naturalmente.
- Entonces, siento tener que negarme, Robert- dijo formalmente.- Fue una noche preciosa y me gustas mucho. Pero soy una chica buena. Todavía soy virgen. Y lo lamento mucho, pero no puedo dormir contigo.”
La escena es tierna, cursi y… terriblemente falsa.
Mason incluso comete lo que es, para mí, el gran pecado de un escritor: cuando un personaje te molesta, mátalo. Sí, la historia hubiera funcionado peor si el bebé de Suzie no hubiera muerto. ¿Hubiera resistido el amor de Lomax pasar una noche entera sin dormir a causa de los llantos de un bebé que no es su hijo? El amor da para mover montañas en las novelas, pero en la vida real da de sí, lo que da de sí.
Por cierto una pequeña curiosidad. En la película, que protagonizó William Holden, Lomax es norteamericano. Mientras que el egoísta Rodney Tessler, que manipula a Suzie y quiere tenerla como una mera mantenida para su propio placer, cambia de nacionalidad y de nombre en la película, donde se convierte en el infame alcohólico y empresario británico Ben Wallace.
Pocos años después toda una generación de norteamericanos tendría ocasión de comprobar en Vietnam el mito de la prostituta asiática de gran corazón. Nguyen Ngoc Luong, que fue traductor y reportero para “The New York Times” cuenta cómo eran las cosas: “No creo que muchas de las chicas se hiciesen prostitutas en sentido estricto, pero la mayor parte de ellas tenía un cuartito en algún sitio cerca, en el que todo era pagado por un soldado determinado. Tenían un novio soldado y cuando moría o volvía a casa, tendrían otro. Les gustaban mucho los soldados. La mayor parte de los soldados norteamericanos eran muy buenos con las chicas. Muy amistosos. Habrías tenido que estar allí para verlo. Las chicas eran muy cálidas con los soldados y los soldados eran como niños con ellas. Como bebés. Las chicas se ocupaban de ellos.”
No sé si es la vida la que imita a la literatura o viceversa, pero en la Historia oral de la guerra de Vietnam que editó Christian G. Appy encontré una historia que deja pequeño la novela de Madama Butterfly. Su protagonista es Frank Snapp, que fue analista de la CIA hasta el final de la guerra y tomó parte en la evacuación de los norteamericanos:
“De muchas maneras la guerra terminó igual que había sido dirigida por los norteamericanos, a menudo con un desprecio total por las vidas que estaban en juego.(…) Unas cuarenta y ocho horas antes del final recibí una llamada de una mujer vietnamita con la que había tenido una relación intermitente desde mi primer año en Vietnam. Había desaparecido de la ciudad en 1973. A finales de 1974 apareció en mi puerta con un bebé de un año. Pienso que era mi hijo. Así que justo antes del colapso llamó y dijo: “Tienes que evacuarme porque los comunistas me matarán por haber salido con un americano y haber tenido un niño americano.” Estaba trabajando en otro informe para el Embajador así que le dije: “Mira May Li, llámame dentro de una hora. Haré lo que pueda para sacarte del país.” Dijo: “Mejor que lo hagas, porque si no, me mataré a mí y al niño.” Volvió a llamar al cabo de una hora, pero yo estaba reunido con el Embajador y no pude responder la llamada. El último día vi a un policía que la conocía y le pedí que fuera a buscarla. Volvió y me dijo que se había matado a sí misma y al niño. Nunca pude comprobarlo, pero cuando bajé del techo de la embajada estaba abrumado por la culpa. Estaba centrado en intentar persuadir a un embajador reticente de que pusiese fin al compromiso norteamericano y también yo me había olvidado de que había vidas en juego. Debería haber estado ahí, sacando a esa mujer y a ese niño fuera del país…”
La caída de Saigón no significó el final de la fantasía del hombre occidental sobre la prostituta asiática de buen corazón. Simplemente cambió el marco geográfico. Ya no sería posible hacerlo en Saigón, pero quedaban Bangkok, Pattaya, Ángeles City y Olongapo, los sitios que los norteamericanos habían utilizado para su “rest&recreation” durante la guerra. Además, la posibilidad de vivir la experiencia se universalizó. Ya no era necesario ser un marine e ir a una guerra. Bastaba con ser blanco, tener quince días de vacaciones y dólares en el bolsillo y de éstos ni tan siquiera muchos.
En “Hello my big big honey” Dave Walter y Richard S. Ehrlich recopilaron cartas que turistas occidentales habían enviado a chicas de los bares de Thailandia de las que se habían enamorado y que hubieran podido ser escritas por el mismo Robert Lomax. “… a medida que pasábamos más tiempo juntos, empecé a pensar que mi cariño es una persona encantadora. Es divertido estar contigo y tienes buen corazón…” “Disfruté tanto la última vez que estuvimos juntos que sé ahora que nuestro amor es real. Aguardo y rezo porque pueda verte pronto y hacer nuevos acopios de amor…” “Querida, te amo, verdadera y sinceramente, y me temo que te amaré siempre. Aunque no pudiera volver a entrar en contacto contigo, aunque mi mente racional me diga que te olvide, como un sueño imposible que hay que olvidar, tu sonrisa limpia y tu gracia embriagadora siempre rondarán por mi memoria.”
A medida que se terminaba el siglo XX todas estas ideas del hombre blanco que viene a salvar a la bella prostituta asiática de buen corazón empezaron a sonar a rancias, a ensoñaciones de un tiempo colonial felizmente muerto. Resultaba gracioso que en esas fantasías las mujeres asiáticas se revelasen como mujeres de recursos, pero que al final siempre necesitasen a un hombre blanco para alcanzar la felicidad.
El dramaturgo sinoamericano David Henry Hwang decidió en la obra “M Butterly” de 1988 darle una vuelta a la historia de Madama Butterfly. La historia que tomó como base ocurrió en realidad y nuevamente es una de esas ocasiones en las que la vida supera al arte.
En 1964 Bernard Boursicot, que entonces tenía 20 años, estaba trabajando en la Embajada de Francia en Pekín. En una recepción en la embajada conoció al cantante de ópera Shi Pei Pu. Shi Pei Pu le contó que en realidad era una mujer. Su madre había tenido dos hijas antes que ella. Hubiera sido una vergüenza para su madre que su tercer hijo fuera también una hembra y habría dado pie a que su padre se buscase una segunda esposa. Así que desde el comienzo la hicieron pasar por hombre. Increíblemente, Boursicot picó. Y más increíblemente siguió picando después de haber conocido en el sentido bíblico a Shi Pei Pu. En su descargo hay que decir que su experiencia sexual se limitaba a su mano derecha, que siempre hacían el amor en la oscuridad y que Shi Pei Pu tenía un pene muy pequeño que escondía con habilidad en su frondoso vello púbico… Bueno, sí sigo sin creermelo, pero palabrita del Niño Jesús que ocurrió así.
Al año siguiente, Shi Pei Pu se presentó con un bebé y dijo que era su hijo. Si se había tragado todo lo anterior, tragarse esto ya no debió de resultar tan difícil. Estalló la Revolución Cultural y los servicios secretos chinos le dijeron que podría seguir relacionándose con ella si les pasaba información. Boursicot accedió.
En 1982 Boursicot y Shi Pei Pu fueron detenidos en Francia por espionaje a favor de China. Lo peor para Boursicot no fue que le llamaran traidor, sino que en medio del proceso tuvo que enterarse que la madre de su hijo era en realidad un hombre. Pasar por traidor, vale, pero por jilipollas… El resumen que hizo Boursicot de su romance fue: “Mientras me la creí, fue una historia bonita”. En la cárcel intentó suicidarse. Después de seis años en prisión, se retiró al campo, donde vive con un hombre… o al menos eso piensa él.
La obra explora la relación entre un Occidente que se quiere activo, dominador y masculino y un Oriente pasivo, sumiso y femenino. De alguna manera el uno necesita el otro y cada uno juega el juego que el otro espera. Occidente puede creerse masculino porque Oriente es cómplice y le mantiene en esa ficción. En un momento de la obra Gallimard (que es el nombre que Boursicot recibe en la obra) dice: “A veces te odio. A veces me odio a mí mismo, pero siempre te echo de menos.” Creo que describe muy bien la relación que Oriente tiene con Occidente.
Madama Butterfly y sus primas seguirán excitando la imaginación y otras partes nobles de los occidentales. Las ilusiones son lo penúltimo que se pierde. Lo último es la ignorancia. Tal vez incluso siga habiendo escritores que se atrevan con un tema tan manido y haya nuevas novelas mediocres que nos cuenten la historia sempiterna del occidental caballeroso que se enamora de la prostituta asiática de buen corazón. Pero siento que después de la última vuelta de tuerca que Hwang le dio a la historia ya no es posible añadir nada más o, al menos, añadir nada más que sea estéticamente memorable. En el siglo XXI Madama Butterfly puede descansar finalmente en paz.