Revista Cultura y Ocio

Madrid y Galdós. Misericordia y el reloj de Canseo

Por Historia Urbana De Madrid Eduardo Valero García @edjaval

Madrid y Galdós. Misericordia y el reloj de Canseo

Última entrega de la serie de artículos que han recordado al reloj de la Relojería de San Sebastián, a su fundador, don Antonio Canseco y Escudero, y las otras relojerías que tuvo en Madrid.
De la de San Sebastián habla Benito Pérez Galdós en su novela Misericordia, describiendo la iglesia y su entorno en el primer capítulo, como preámbulo al descubrimiento del Madrid menos amable.

Prescindimos de los devaneos de don Benito Pérez Galdós por los aledaños de la Plaza del Ángel, camino de las Huertas con destino a las casas de lenocinio o de las adoradoras del culto a Venus.
Situamos a Galdós cronológicamente en tiempos de su producción literaria de la serie contemporánea, en la última época, hacia abril o mayo de 1897. En esos meses finaliza Misericordia, la novela que mejor representa las diferencias sociales, la doble moral y la hipocresía de una España pasada de moda. La obra es publicada en mayo, al poco de ser finalizada; se imprime en los talleres de la Viuda e Hijos de Tello (Impresor de Cámara de S. M.), en la calle de San Francisco, número 4. No obtendrá el éxito esperado, hasta su reedición en los años 30 del Siglo XX.


Galdós sabe elegir el espacio donde se desarrolla la descarnada historia. Conoce bien el territorio que pone identidad a cada uno de los personajes y el mundo que les rodea. Él mismo lo dice en el prefacio de la edición de 1913 [ Thomas Nelson and Sons, Editores. 189, rue Saint-Jacques, París]

"En Misericordia me propuse descender á las capas ínfimas de la sociedad matritense, describiendo y presentando los tipos más humildes, la suma pobreza, la mendicidad profesional, la vagancia viciosa, la miseria, dolorosa casi siempre, en algunos casos picaresca ó criminal y merecedora de corrección.
Para esto hube de emplear largos meses en observaciones y estudios directos del natural, visitando las guaridas de gente mísera ó maleante que se alberga en los populosos barrios del Sur de Madrid. Acompañado de policías escudriñé las Casas de dormir de las calles de Mediodía Grande y del Bastero, y para penetrar en las repugnantes viviendas donde celebran sus ritos nauseabundos los más rebajados prosélitos de Baco y Venus, tuve que disfrazarme de médico de la Higiene Municipal.
No me bastaba esto para observar los espectáculos más tristes de la degradación humana, y solicitando la amistad de algunos administradores de las casas que aquí llamamos de corredor, donde hacinadas viven las familias del proletariado ínfimo, pude ver de cerca la pobreza honrada y los más desolados episodios del dolor y la abnegación en las capitales populosas."


Sobre dos de los personajes principales de la novela, el ciego Almudena y la señá Benina, dice Galdós en el citado prefacio:

"Toda la verdad del pintoresco Mordejai [el ciego Almudena] es obra de él mismo, pues poca parte tuve yo en la descripción de esta figura. El afán de estudiarla intensamente me llevó al barrio de las Injurias, polvoriento y desolado. En sus miserables casuchas, cercanas á la Fábrica del Gas, se alberga la pobretería más lastimosa. Desde allí, me lancé á las Cambroneras, lugar de relativa amenidad á orillas del río Manzanares, donde tiene su asiento la población gitanesca, compuesta de personas y borricos en divertida sociedad, no exenta de peligros para el visitante. Las Cambroneras, la Estación de las Pulgas, la Puente segoviana, la opuesta orilla del Manzanares hasta la casa llamada de Goya, donde el famoso pintor tuvo su taller, completaron mi estudio del bajo Madrid, inmenso filón de elementos pintorescos y de riqueza de lenguaje.
El tipo de seña Benina, la criada filantrópica, del más puro carácter evangélico, procede de la documentación laboriosa que reuní para componer los cuatro tomos de Fortunata y Jacinta. De la misma procedencia son Doña Paca y su hija, tipos de la burguesía tronada, y el elegante menesteroso Frasquito Ponte, que acaba sus días comiendo una triste ración de caracoles en el figón de Boto - calle del Ave María. - Diferentes figuras vinieron á este tomo de los anteriores, El amigo Manso, Miau, los Torquemadas, etc., y del mismo modo, del contingente de Misericordia pasaron otras á los tomos que escribí después: es el sistema que he seguido siempre de formar un mundo complejo, heterogéneo y variadísimo, para dar idea de la muchedumbre social en un período determinado de la Historia."

Madrid y Galdós. Misericordia y el reloj de Canseo

Misericordia y el reloj de Canseco
Leídas estas explicaciones de don Benito, iremos recorriendo los espacios que narra en su novela para sumar a nuestros recuerdos una visión en tiempo real de esa zona.
Lo haremos siguiendo el orden marcado por Galdós; citando aquellos capítulos donde menciona alguno de los lugares que hemos tratado. Así, en el primer capítulo describe la iglesia de San Sebastián y la floristería. En el capítulo quinto quizá hace un guiño a la relojería de Canseco de Mesón de Paredes. Más adelante, en el capítulo décimo, menciona el reloj de Canseco de la esquina de Plaza del Ángel. Por último, en el capítulo dieciocho, hace referencia al palacio de los Montijo y Teba.


Capítulo I
Iglesia de San Sebastián y Plaza del Ángel
Al comienzo de esta serie nos situábamos en la Plaza del Ángel, acompañando el artículo con una estampa, un óleo de Edith de Aguiar. La pintora la esquina de la plaza con el reloj de Canseco, y, al fondo, la iglesia de San Sebastián.
Benito Pérez Galdós comienza su novela Misericordia en ese punto, describiendo la iglesia de San Sebastián tal y como era a finales del Siglo XIX:

"Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián... mejor será decir la iglesia... dos caras que seguramente son más graciosas que bonitas: con la una mira a los barrios bajos, enfilándolos por la calle de Cañizares; con la otra al señorío mercantil de la Plaza del Ángel. Habréis notado en ambos rostros una fealdad risueña, del más puro Madrid, en quien el carácter arquitectónico y el moral se aúnan maravillosamente. En la cara del Sur campea, sobre una puerta chabacana, la imagen barroca del santo mártir, retorcida, en actitud más bien danzante que religiosa; en la del Norte, desnuda de ornatos, pobre y vulgar, se alza la torre, de la cual podría creerse que se pone en jarras, soltándole cuatro frescas a la Plaza del Ángel. Por una y otra banda, las caras o fachadas tienen anchuras, quiere decirse, patios cercados de verjas mohosas, y en ellos tiestos con lindos arbustos, y un mercadillo de flores que recrea la vista. En ninguna parte como aquí advertiréis el encanto, la simpatía, el ángel, dicho sea en andaluz, que despiden de sí, como tenue fragancia, las cosas vulgares, o algunas de las infinitas cosas vulgares que hay en el mundo. Feo y pedestre como un pliego de aleluyas o como los romances de ciego, el edificio bifronte, con su torre barbiana, el cupulín de la capilla de la Novena, los irregulares techos y cortados muros, con su afeite barato de ocre, sus patios floridos, sus hierros mohosos en la calle y en el alto campanario, ofrece un conjunto gracioso, picante, majo, por decirlo de una vez. Es un rinconcito de Madrid que debemos conservar cariñosamente, como anticuarios coleccionistas, porque la caricatura monumental también es un arte. Admiremos en este San Sebastián, heredado de los tiempos viejos, la estampa ridícula y tosca, y guardémoslo como un lindo mamarracho."


Años después, en 1936, la descripción hecha por Galdós en las postrimerías del Siglo XIX sólo será un recuerdo. Durante el mes de noviembre de aquel año la aviación franquista ocasionará grandes destrozos en la ciudad y bajas en la maltrecha población. Uno de sus objetivos será la iglesia de San Sebastián.

"Noches de Madrid bajo las bombas. El siniestro zumbar de los motores sobre la ciudad dormida y envuelta en tinieblas; gente que se despierta en sobresalto y aun abriga la esperanza de que los aviones enemigos no tirarán sobre seres indefensos, e irán a operar en los frentes donde se combate. ¡Vana esperanza! Una explosión que atruena la ciudad inicia el monstruoso crimen." [1]

Como podemos apreciar en la fotografía, la iglesia sufrió grandes destrozos. Si afinamos la vista, en el margen izquierdo de la imagen, al fondo de la calle, aparecen el reloj de Canseco y la vegetación de la floristería que hace esquina con la calle de Huertas.


La floristería, antes cementerio
En tiempos en que Galdós narra la novela, el desaparecido cementerio ya era la floristería de Luis Martín, quien había arrendado ese trozo de tierra de la parroquia en 1889 para instalar un vivero.
Allí habían estado enterrados los restos de Félix Lope de Vega y Carpio, Juan de Villanueva y Ventura Rodríguez, entre otros. Y de allí José Cadalso quiso desenterrar el cuerpo de su amada María Ignacia Ibáñez, muerta por tifus. Si este hecho resulta escabroso, más lo era la frecuente costumbre de las mondas, o extracción de cadáveres, que se realizaba en todos los cementerios intramuros.

Dice Galdós:

"Una mañana de Marzo, ventosa y glacial, en que se helaban las palabras en la boca, y azotaba el rostro de los transeúntes un polvo que por lo frío parecía nieve molida, se replegó el ejército al interior del pasadizo, quedando sólo en la puerta de hierro de la calle de San Sebastián un ciego entrado en años, [...] La florista se replegó también en el interior de su garita, y metiendo consigo los tiestos y manojos de siemprevivas, se puso a tejer coronas para niños muertos. En el patio, que fue Zementerio de S. Sebastián, como declara el azulejo empotrado en la pared sobre la puerta [...]"


Pedro de Répide cita el azulejo en su descripción de la calle Huertas: " Zimenterio de San Sebastián". Habla también de un perro que allí había. Dice del can que era muy despierto, y que poniéndole una moneda de diez céntimos en la boca, corría hasta una pastelería y depositaba el dinero en el mostrador a la espera de que le entregasen un bollo, " que devoraba satisfecho después de su legítima adquisición." [2]


Capítulo V
¿La relojería de Mesón de Paredes, 21?
El ciego Almudena y Benina marchan hacia la Puerta de Toledo para empeñar un traje de éste. Si bien sonaban muchas campanas en el aire madrileño, se nos antoja -o es un guiño de Galdós-, que la casualidad pudo hacer que los personajes pasasen por la relojería de Canseco de la calle de Mesón de Paredes en el momento de dar las horas o los cuartos (Galdós no lo precisa).

"Emprendieron su camino presurosos por la calle de Mesón de Paredes, hablando poco. Benina, más sofocada por la ansiedad que por la viveza del paso, echaba lumbre de su rostro, y cada vez que oía campanadas de relojes hacía una mueca de desesperación. El viento frío del Norte les empujaba por la calle abajo, hinchando sus ropas como velas de un barco. Las manos de uno y otro eran de hielo; sus narices rojas destilaban. Enronquecían sus voces; las palabras sonaban con oquedad fría y triste."

Capítulo X
El reloj de Canseco
En el diálogo que mantienen Doña Paca y Benina en la cocina, después de haber comido juntas, y mientras recogían la loza para fregarla, se cita al reloj de Canseco a propósito del encuentro de Benina con Carlos Moreno Trujillo

" "¿Pero no dije a usted que cuando ya habían puesto la mesa, faltaba una ensaladera, y tuve que ir a comprarla de prisa y corriendo a la plaza del Ángel, esquina a Espoz y Mina?
-Si me lo dijiste, no me acuerdo. ¿Pero cómo dejabas la cocina momentos antes de servir el almuerzo?
-Porque la zagala que tenemos no sabe las calles, y además, no entiende de compras. Hubiera tardado un siglo, y de fijo nos trae una jofaina en vez de una ensaladera... Yo fui volando, mientras la Patros se quedaba en la cocina... que lo entiende, crea usted que lo entiende tanto como yo, o más... En fin, que me encontré al vejestorio de D. Carlos.
-Pero si para ir de la calle de la Greda a Espoz y Mina no tenías que pasar por San Sebastián, mujer.
-Digo que él salía de San Sebastián. Le vi venir de allá, mirando al reloj de Canseco. Yo estaba en la tienda. El tendero salió a saludarle. D. Carlos me vio; hablamos..."

Capítulo XVIII
La casa-palacio de los Montijo
Diálogo entre Francisco Ponte Delgado y Obdulia, en el que éste recuerda los veranos de Madrid en su tiempo. Cita la plaza del Ángel y el palacio de los Montijo.

""Hace poco indicó usted que me vería paseando a caballo por la Castellana. ¡Ya lo creo que podría usted verme! Yo he sido un buen jinete. En mi juventud, tuve una jaca torda, que era una pintura. Yo la montaba y la gobernaba admirablemente. Ella y yo llamamos la atención en La Línea primero, después en Ronda, donde la vendí, para comprarme un caballo jerezano, que después fue adquirido... pásmese usted... por la Duquesa de Alba, hermana de la Emperatriz, mujer elegantísima también... y que también se le parece a usted, sin que las dos hermanas se parezcan.
-Ya, ya sé... -dijo Obdulia, haciendo gala de entender de linajes-. Eran hijas de la Montijo.
-Cabal, que vivía en la plazuela del Ángel, en aquel gran palacio que hace esquina a la plaza donde hay tantos pajaritos... mansión de hadas... yo estuve una noche... me presentaron Paco Ustáriz y Manolo Prieto, compañeros míos de oficina... Pues sí, yo era un buen jinete, y créame, algo queda."


Por hacer referencia en este artículo al reloj de Canseco y sus aledaños, hemos prescindido de la ruta marcada por Galdós para ambientar la novela Misericordia; pero justo es decir que se centra en los barrios marginales de Madrid, siendo su población gentes de baja estofa, indigentes, pueblo llano y baja burguesía.
Y en esto recordamos alborracho Garibaldi, que vivía en las Cambroneras, ese barrio que nuestra amiga de facebook, Sheherezade Sheherezade, supo ilustrar con este vídeo.


Por último, también queremos recordar a don Benito Pérez Galdós en aquel año de 1897, cuando ingresa en la Real Academia Española. La siguiente fotografía, de Christian Franzen, lo muestra cincuentón leyendo galeradas en el salón de Tolosa Latour. Prestan atención al escritor, Tolosa Latour, Gamazo, Rafael Tolosa, el conde de San Luis, Elisa Tenorio, Teresa Sigüenza y Juan Comba.


Como colofón, un fragmento de la introducción que Alfred Morel-Fatio hace en la edición de Misericordia de 1913.

"Mientras otros han tratado de describir singularidades locales y raras costumbres, y se han esmerado en darnos á conocer el sabor de cualquier terruño aislado y salvaje, él se ha puesto en el corazón mismo de la nación, en el sitio á dónde afluye toda la sangre, donde más se goza y donde más se sufre, y donde el mayor número de hombres, pasando y repasando bajo la mirada del observador, se ofrecen incesantemente á su estudio. Pérez Galdós se ha rebelado contra la idea de que la vida de las capitales todo lo nivela y uniformiza, descubriendo en ella, al contrario, una variedad infinita de caracteres y temperamentos, complaciéndose en penetrar, y en escoger preferentemente sus héroes, en los medios que por su mediocridad é insignificancia parecían condenados al olvido: en la clase media, los modestos empleados y los humildes de toda clase. La vulgaridad de una vida burguesa en el círculo fijado por las exigencias sociales, le atrae antes que le repele, y en medio de la monotonía del diario ajetreo, sabe descubrir pasiones tan intensas, virtudes tan sublimes, ridiculeces y vicios tan precisos é intensos, como en cualquier otra esfera social. Y hasta diré que el contraste entre las figuras originales, las individualidades que sabe componer, y en el fondo indeciso del medio ambiente sobre el cual se destacan, les da un relieve extraordinario."

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