Como soy un burdo, pues, me centraré en la desesperanza. Ya sé que no son buenos tiempos para mentar el tema, pero ¡qué quieren que les diga!. El recorrido por el paisaje y por el paisanaje de Kabul es tan poco apetente en la novela como aparece en las noticias. O peor. Ya se sabe que la realidad supera a la ficción.
Vaga pues nuestro Rasul-Raslkólnikov por una ciudad devastada, en busca, no se sabe si de castigo o de redención. En cualquier caso, su lucha interior es pareja a las imágenes que intuimos del exterior. De Dostoyevski sí he leído Memorias del subsuelo, y debo reconocer que en esta novela Rahimi consigue incomodar tanto como el maestro ruso.
Si no han leído a Dostoyevski no habrán entendido nada, y es probable que tampoco aunque lo hayan leído. Qué se le va a hacer. Hay literatura buena buena pero que da bajón.
