Fruto de una decisión muy meditada, Tomás García decidió tomar los hábitos de la orden agustiniana y así, el 21 de noviembre del año 1516, ingresó en el convento de San Agustín de Salamanca dando muestras desde un principio de grandes dosis de santidad. Comía poco y dormía menos, siendo su cama un jergón con dos mantas y, en el Adviento y Cuaresma, tan solo un lecho de duras tablas. Fue tras cumplir su profesión cuando dejó de llamarse por su nombre de familia, y tomó aquel por el que al fin es conocido en todo el orbe cristiano: Tomás de Villanueva.
Grabado en la fachada del convento de Agustinos de Fuenllana. Autor, desconocido
En muy breve tiempo, toda la ciudad de Salamanca supo de las predicaciones y las buenas obras de este santo manchego. Siendo ya prior de su orden en la ciudad, no solamente venían a oírlo a la iglesia sino que “ni las calles podían coger la multitud de la gente que deseosos de su doctrina iban a oírle. Madrugaban por tener lugar en la iglesia, olvidaban sus negocios y dejaban sus haciendas con un insaciable gusto de oír la palabra de Dios por su boca”. Muchos de los estudiantes de aquella insigne universidad tomaban tras la experiencia el camino de la religión, y fue tal la devoción surgida con sus palabras que “no solo llenaron de novicios los monasterios de Salamanca, sino que, no habiendo lugar en ellos para tantos, era forzoso enviarlos a los monasterios de otras ciudades y lugares. Y así se poblaron con los sermones del padre fray Tomás todas las Órdenes en Castilla de muy buenas habilidades y sujetos”.
Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna. Bartolomé Esteban Murillo. Óleo, 1678
Hacia 1531 es nombrado prior del convento de Burgos, y en 1541 de Valladolid, la entonces capital del Imperio y residencia oficial del Emperador de medio mundo. Éste tenía gran gusto en escuchar atentamente sus sermones, y se cuenta que en cierta ocasión llegóse hasta el convento avisando de que quería ver a Tomás de Villanueva, y que bajase sin más tardanza a su presencia. Pero Tomás, al llegarle la nota, contestó al Emperador con las siguientes palabras: “Si he de predicar, no puedo bajar. Y si bajo no predico”. Lo que a muchos pareció insolencia hacia su señor, Carlos V lo tomó afortunadamente como una muestra más de elevado espíritu, y así contestóle: “Quisiera yo que muchos predicadores y religiosos fueran tan desasidos de la vanidad y despegados de la grandeza como fray Tomás”.
Continuará…
______________________________________
Fotografía de portada: Vista interior de la Catedral Vieja, Salamanca. Autor, Marc
______________________________________